LA MÚSICA: UN PUENTE ENTRE LO TERRENAL Y LO DIVINO

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Reinicio

La música, ese arte que trasciende las notas y los acordes, ha sido desde tiempos inmemoriales mucho más que una mera forma de entretenimiento. Para algunos, es parte de nosotros mismos, pues hay melodías que se han convertido en el soundtrack (la banda sonora) de los momentos especiales de nuestras vidas. Melodías que tienen un intenso efecto evocador al escucharlas y nos traen a la memoria rostros y expresiones, despedidas y bienvenidas, sonrisas y abrazos, besos y deliciosos afectos.

En palabras de Arístides, un antiguo sabio que rescató el concepto de la música como una disciplina profundamente significativa, este arte va más allá de la mera apreciación estética. Para él, la música no solo es capaz de deleitar nuestros sentidos, sino que también ejerce una influencia profunda en nuestra ética y en la comprensión del mundo que nos rodea.

Según Arístides, la música modela el ethos (carácter o temperamento distintivo) del ser humano. A través de la armonía que emana de sus melodías y ritmos, la música ordena el alma, creando una obra interna de belleza y coherencia. Pero su influencia va más allá, alcanzando también al cuerpo, conformándolo con ritmos convenientes que resuenan en perfecta sintonía con nuestra naturaleza física.

Lo fascinante de la visión de Arístides es que no limita el alcance de la música a una sola etapa de la vida. Desde la infancia hasta la vejez, la música acompaña y enriquece cada etapa del ser humano. Para los niños, ofrece los bienes que se derivan de la melodía, nutriendo su desarrollo cognitivo y emocional. A medida que avanzamos en edad, nos brinda la belleza de la dicción métrica, enseñándonos la elegancia de las palabras y la importancia del ritmo en el discurso. Y en la vejez, nos revela la naturaleza de los números a través de las armonías que subyacen en cada composición, invitándonos a contemplar la belleza matemática del universo.

Pero quizás lo más sorprendente de todo es la capacidad de la música para ayudarnos a comprender tanto nuestra propia alma individual como el alma del universo. A través de sus notas y sus silencios, la música nos conecta con aspectos más profundos de nuestra existencia, invitándonos a reflexionar sobre nuestro lugar en el cosmos y nuestra relación con lo divino.

Frecuentemente, los ritmos y melodías penetran tanto en nuestro ser que olvidamos el entorno, y así, sin percatarnos, nos movemos al compás y las cadencias musicales. Por ello, vemos a amas de casa, choferes, dependientes de negocios, mozos y muchos jóvenes abstraídos en la música, a veces de su radio receptores y otras de sus audífonos, moviéndose sinuosamente al ritmo de las canciones que escuchan.

La música no es simplemente un arte entre muchos, sino una fuerza vital que permea todos los aspectos de nuestra vida. Desde su capacidad para modelar nuestro carácter hasta su habilidad para revelar los secretos del universo, la música sigue siendo, en la actualidad, una fuente inagotable de fascinación y admiración para aquellos que se sumergen en sus profundidades.

No todos tenemos la capacidad de ejecutarla, pero sí estamos premunidos de la capacidad para disfrutarla. Hay grandes virtuosos que se han vuelto inmortales por su entendimiento de ella, como Ludwig van Beethoven, quien sentenció sabiamente: “La música es una revelación más alta que toda la sabiduría y la filosofía. La música es el puente entre la vida del espíritu y la vida de los sentidos. La música es el vino que llena el vaso del alma”.

En ocasiones, ni siquiera hace falta entenderla, pues las melodías, el acompañamiento, los bajos y los ritmos no necesitan codificación alguna. Las voces, que no normalmente expresan un mensaje, aunque no se entiendan por cantar en un idioma desconocido, por su expresividad, entonación y color nos transmiten un mensaje perfectamente entendible.

Por eso se dice que la música en inglés es como las mujeres: «uno nunca termina de entenderlas, pero igual gustan, fascinan, apasionan y a veces, hasta alocan».

Cuando la música se une a la poesía, se generan canciones inmortales, como los hermosos boleros, valses y baladas de la última mitad del siglo pasado. Lamentablemente, ese es un arte que se está perdiendo, a juzgar por ese remedo de música que es el reggaetón, donde el insulto, la vulgaridad y la obscenidad son la motivación de las letras.

La música afecta hasta a animales y plantas. Desde hace mucho tiempo, se utiliza en los establos para tranquilizar a las vacas al momento de ordeñarlas. De igual manera, en algunos invernaderos especializados, utilizan la música clásica para estimular el crecimiento de algunas flores exóticas.

Niccolò Paganini, el gran violinista, con un toque de humor negro, afirmaba: “Soy tan bueno tocando el violín, que hasta los perros aúllan cuando lo hago”. Bajo esa tesis, quizá debería creer que soy muy bueno con la armónica, pues cada vez que la toco, mis dos perros vienen a aullar conmigo.

En resumen, para mí y seguramente para muchos, la música es el arte de sentir y pensar con sonidos; la música es el lenguaje y la alegría del corazón.

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