LA NIÑA QUE NADA CONTRA LA CORRIENTE

Hay una edad en la vida en que uno todavía cree que el mundo es justo, que el esfuerzo siempre encuentra recompensa, y que los sueños no son solo nubes pasajeras sino destinos posibles. Esa edad mágica, donde la ingenuidad se mezcla con la determinación más pura, suele ser los trece años. Y resulta que a esa edad exacta, cuando otras niñas están descubriendo el drama de las redes sociales o los misterios de la adolescencia, Luiza Fernanda Alfaro Ochoa decidió que lo suyo era conquistar el agua.

No el agua tranquila de un estanque donde flotan hojas secas, no. El agua exigente de una piscina olímpica, esa que no perdona la pereza ni aplaude los intentos a medias. Esa agua que mide, cronometra y dice la verdad sin rodeos: o nadas bien o te hundes.

Y Luiza, hay que decirlo con todas las letras, nada muy bien.

Tan bien que acaba de conquistar la Medalla de Bronce a nivel nacional en los Juegos Escolares Deportivos y Paradeportivos 2025. Tan bien que, entre más de siete mil jóvenes nadadores de todo el Perú —imagínense, siete mil, casi una pequeña ciudad de brazadas y patadas—, ella alcanzó el tercer puesto en la Gran Final del Primer Evento Descentralizado de la Federación Deportiva Peruana de Natación.

Tercer lugar. A nivel nacional. Con trece años.

Uno lee estas cifras y siente la tentación de pensar que se trata de algún tipo de genio acuático, de esos talentos que nacen sabiendo nadar como los patos o volar como los pájaros. Pero la verdad, como siempre, es más hermosa y más terrenal: Luiza Alfaro Ochoa es el resultado de algo tan viejo y tan confiable como el pan casero: esfuerzo, disciplina y amor por lo que se hace.

Cada medalla que cuelga del cuello tiene detrás miles de madrugadas heladas, de músculos que duelen, de ese momento en que el cuerpo grita «ya basta» pero la voluntad responde «una vuelta más». Tiene detrás los ojos de una entrenadora que es también madre deportiva, que corrige con firmeza y abraza con ternura. Tiene detrás a una familia que entiende que los sueños no se cumplen desde el sofá, sino desde las gradas de la piscina, gritando ánimos aunque la voz se quiebre.

Y tiene detrás, como raíz profunda, al Colegio Santa Rosa de Abancay, ese «centro de vida y amor» —así lo llama Luiza, con esa solemnidad sincera de los niños que aún no han aprendido a ser cínicos—. Porque un colegio puede ser solo un edificio con aulas y pizarras, o puede ser el lugar donde una niña descubre que tiene alas. O aletas, en este caso.

Luiza representa al Club de Natación Hugo Ochoa, que lleva el nombre de su abuelo materno, emblema de la Zona 2 que agrupa a Cusco, Apurímac, Arequipa y Madre de Dios. Cuatro departamentos que son geografía andina y amazónica, montañas que rozan el cielo y ríos que serpentean entre la selva. Tierra de altura, de paisajes que cortan el aliento. Y sin embargo, de esas tierras surge una nadadora que conquista el agua con la misma determinación con que los cóndores conquistan el viento.

Hay algo profundamente esperanzador en esta historia. Porque Abancay no es Lima, no tiene piscinas olímpicas en cada esquina ni patrocinadores esperando con contratos millonarios. Abancay es una ciudad de provincias donde los sueños deportivos se construyen con más pasión que presupuesto, donde cada logro es también un acto de resistencia contra la indiferencia y las limitaciones.

Y hay también algo de misterio hermoso en cómo los abuelos saben cosas que el resto de nosotros no vemos. La recuerdo aún pequeñísima, en brazos de su abuelo Guido Alfaro Casas, quien me la mostró con los ojos brillantes de emoción, con lágrimas de orgullo apenas contenidas, afirmándome que «era una niña destinada a grandes cosas».

En ese momento, uno podría haber pensado que era solo el amor ciego de un abuelo, esa ternura desmedida que hace que todos los nietos sean genios y prodigios. Pero no. Guido veía algo real, algo que ya latía en esa criatura diminuta: una voluntad de hierro envuelta en pañales. ¡Cuánta razón tenías, Guidito! Los abuelos tienen esa sabiduría antigua que viene de haber vivido lo suficiente para distinguir la chispa verdadera del simple fuego de paja.

Y sin embargo, aquí está Luiza, con su medalla de bronce que brilla como si fuera de oro puro. Porque en el fondo, todas las medallas ganadas con honestidad son de oro. Las otras, las que se compran o se regalan, son de latón pintado, aunque lleven el sello olímpico.

Lo que Luiza Alfaro Ochoa nos recuerda —a nosotros, los adultos que a veces perdemos la fe y creemos que todo está perdido— es que los milagros existen, pero hay que nadarlos. Que el talento sin trabajo es como una semilla sin agua: pura potencia desperdiciada. Que el éxito no es cuestión de suerte sino de levantarse cada día y hacer lo que hay que hacer, aunque nadie esté mirando, aunque nadie aplauda.

A los trece años, cuando el mundo todavía es enorme y desconocido, Luiza ya sabe algo que muchos adultos nunca aprenden: que la diferencia entre soñar y lograr se mide en brazadas, en respiraciones controladas, en esa capacidad de mantener el ritmo cuando todo el cuerpo pide parar.

Su triunfo no es solo suyo. Es de su entrenadora y su madre, que vio en esa niña algo más que cronómetros y técnicas. Es de su familia, que entiende que amar es también acompañar, esperar, sostener. Es de su colegio, que forma no solo estudiantes sino personas íntegras. Es de su club, que cree en el deporte como escuela de vida. Es de Abancay entero, que necesita estas historias como el campo necesita la lluvia: para recordar que sí se puede, que aquí también hay futuro, que nuestros jóvenes no son menos que nadie.

Y es, sobre todo, un mensaje para cada niño y niña de Apurímac que tiene un sueño guardado en el cajón: atrevéte a nadar contra la corriente. No será fácil —nunca lo es—, pero cuando llegues a la meta y mires hacia atrás, verás que cada esfuerzo valió la pena. Que cada madrugada fría se transformó en calor de victoria. Que cada duda vencida se convirtió en certeza.

Luiza Alfaro Ochoa apenas está empezando su historia. Con trece años y una medalla de bronce que pesa como oro en el corazón de su comunidad, esta niña nos enseña que los grandes nadadores no nacen en piscinas olímpicas, sino en corazones decididos.

Y que a veces, las olas más hermosas se levantan en aguas que nadie imaginaba.

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2 com.

Ernesto Rodríguez 12/11/2025 - 5:23 pm
Felicitaciones a luisa, y toda la familia Ochoa Alfaro, los retos se logran con esfuerzo y sacrificio. Luisa tu tienes talento, sigue siendo la número Uno en tus entrenamientos verás que los resultados llegan muy pronto. Soy un abanquino que practique natación en la piscina de tus Abuelos La legendaria Piscina Ochoa de Abancay. Att Ernesto Rodríguez Saavedra.
Carlos Alfaro pinto 12/11/2025 - 2:26 pm
Hermosas palabras y una pequeña recopilación de Luiza en los pocos años de vida.
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