Relatos Insolentes VII
Esta historia empieza como un día de semana cualquiera, es un viernes y nada hace presagiar que terminará en un desastre. Salí temprano hacia el colegio, como siempre, con mi desayuno de pan común con mantequilla, que mi viejito hizo, una taza de ulpada y listo. En la esquina de Diaz Bárcenas y Cuzco me junté con Mary y Camu y empezamos nuestra caminata hacia el colegio, conversando, riendo y fastidiando a todo grauino que se nos cruza en el camino.
La mañana se desenvuelve tranquilamente y en plena clase de arte de un momento a otro, se escuchan unos golpes secos, fuertes y enérgicos en la puerta del salón. Aquello es raro, todas estamos atentas, sale el profesor y divisamos la presencia de una autoridad de la dirección departamental de educación y padre de familia, el de mi yunta Camuchita.
El misterio y la incertidumbre se reflejaban en los rostros de todas mis compañeras, será un asunto del trabajo? y lo que nadie sabía era que el Sr. Camilo estaba ahí presente para hacer un reclamo justo, ya que las calificaciones de los trabajos de Camu eran un poco bajas, para la habilidad artística de mi pinky. Así que Uds. lectores se imaginarán que, si ella tenía 12 en un dibujo, yo sin una pisca de artística cuánto tendría🤣🤣🤣🤣. Ahora volveré al momento crucial de esta historia, la puerta cerrada y todas muriendo por saber qué pasaba afuera. Yo no podía dejar a mis amigas con esa incertidumbre, entonces me puse modo cabra y trepé sobre una carpeta y empecé a aguaitar por una ventana de vidrio que había en la parte superior de la puerta, a los dos personajes que estaban dialogando de lo más civilizadamente, pero cuando volteo veo la cara de Camu, con esa expresión de terror y angustia; es en ese momento que se me ocurre trasmitir, según yo, la pelea del siglo.
Empiezo a gritar modo locutor deportivo: “Don camilo lanza un derechazo, el profe logra esquivar el golpe y devuelve una patada voladora, el contrincante, o sea don camilo, arremete con un golpe bajo y logra tumbar a su enemigo con otra “patada voladora” y termino gritando “Sangreeeeee!!!”. Ante este relato terrorífico, mis compañeras escuchan atentamente y tiemblan de miedo y como dicen, la curiosidad mató al gato, mi pinky no aguanta las ganas de ver qué es lo que realmente está pasando afuera y se acerca a la puerta con cierto temor. Viendo sus intenciones, pego un salto de esos que las señoritas como yo se supone no hacen, justo cuando Camu lograba abrir un poco la puerta, como para ver qué sucedía afuera, en ese momento siento que un diablito me dice al oído “empújala”, y yo toda obediente, tomo viada y con todas mis fuerzas le doy un empujón y como no soy nada delicada, ya se imaginarán la fuerza de mi empujón. La curiosa sale disparada y cae directamente como un sapo a los pies del profe y su papá.
Los dos personajes quedaron atónitos ante esta interrupción de un sapo volador.
Una vez en el suelo, totalmente sorprendida y avergonzada sin entender qué pasó, sólo atinó a decir una palabra moviendo la cabeza: “Velarde “… ante este acto salvaje, imposible de creer que vendría de una señorita educada y una de las mejores alumnas de la promo 84, Don Camilo sorprendido e incapaz de creer que su hija pudiera cometer semejante acto, se retiró del colegio, con las previas disculpas y vergüenza ajena, el profesor y Camu regresaron al salón en silencio y todas nosotras esperando un castigo memorable para Miranda y Velarde, pero simplemente la indiferencia y el silencio fue peor. Llegó la hora de salida y mi pinky no quería volver a su casa, sabía que le esperaba momentos muy difíciles y yo con un sentimiento de culpa de esos que te carcomen el corazón pero felizmente no me duró mucho.
Lo que pasó en la casa ubicada en la esquina de Santa Rosa y Arica, es otra historia.