LA SALLE EN ABANCAY

por Hermógenes Rojas Sullca
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HABLAR SOBRE LOS PROTAGONISTAS O QUE HABLEN LOS PROTAGONISTAS

En materia de instituciones educativas, por lo general, hablamos sobre los protagonistas de la historia. Pero también sería interesante que hablen los protagonistas sobre la historia de tales instituciones.

“Los primeros Hermanos, luxemburgueses y franceses, llegaron al Perú procedentes de Ecuador, durante los meses de febrero y marzo del año 1922 por petición del presidente de la República don Augusto B. Leguía. Durante estos primeros años los Hermanos del Perú dependían del distrito de Ecuador.”

“La primera visita de los Hermanos a Abancay se dio en 1963. El Consejo de Distrito de los Hermanos del 12 de enero del 1964 aprobó la decisión y se firmó el convenio entre el Gobierno y la Congregación el 10 de febrero del mismo año.”

Con estas dos citas, ya tenemos una idea panorámica del “lasallismo” en nuestra patria. Cien años en Perú, sesenta en Abancay, son bastante historiables.

Yo he sido alumno de ENMA – “La Salle” de Abancay (1977-1980) y he sido docente del Instituto Pedagógico “La Salle” de Abancay (1987-1994). De manera que tengo algunas cosas que decir sobre esta institución educativa referente de Apurímac, en mi condición de estudiante y profesor que fui allí.

Pero antes que “decir”, me agradaría “escuchar”, otra vez, a los Hermanos y Docentes protagonistas que yo conocí en mi época de estudiante lasallino.

Me encantaría “escuchar”, otra vez, al Hermano Máximo Sagredo, altazo español y buena gente, gran promotor del equipo de fútbol lasallino en la primera división de Abancay. “A mí pueden ponerme en cualquier horario el curso de Matemática”, decía él. Y a veces nos tocaba a las últimas horas. Lo raro era que entra la una y dos de la tarde, cuando el cansancio y el hambre empiezan a cobrar factura, no queríamos irnos de la clase por la excelente y motivante forma de enseñar matemática del maestro Sagredo. ¿Habrá todavía de esos maestros?… ¡No lo sé!

Al Hermano Juan Farrés Vilaró, de estentórea voz ibérica y de un cultísimo lenguaje cervantino. En cierta ocasión, una estudiante en clase entró en los predolores del parto. Una comedida compañera suya se fue corriendo a la Dirección de Farrés para decirle que, por favor, lleve urgente a la paciente al hospital. El sereno y caracterón Juan Farrés contestó diciendo: “Carajo… que la lleve, pues, el que la ha hecho chichuchir…”. De todos modos, tuvo que ponerse al timón de su Volkswagen para la venida al mundo de un nuevo ciudadano, no sé si “con un pan bajo el brazo”.

A la profesora Martha Chariarse de Rodríguez, que me tenía cariño maternal por ser dedicadito en su curso de Lenguaje. “Mi Hermito”, me decía y, a veces, sentía el fuego de algunas miradas laterales. Sabía enseñar con pasión de maestra. Llevaba una bolsa-cartera llena de tizas de color, reglas, libros y papeles; y era dueña de una hermosa caligrafía en letra ligada o corrida, como llamamos. Me la reencontré en Lima, en el Congreso de la República, en 2018. Yo, como conformante de la Comisión de Regidores de Abancay para homenajear a las personalidades que destacaron en nuestra tierra y que domiciliaban en Lima.

A la profesora Doris Alvarado Velasque, hermosa mujer de bello trato, a quien solíamos escuchar como el dulce ruido de manantial fresco en la quebrada del Mariño. A ella le debo el haber hecho mi Práctica Profesional en el colegio “Santa Rosa”. Por ser yo el primer alumno promocional de La Salle, la profesora Doris intercedió ante la Directora, madre Miriam Llabrés para tal efecto, en tiempos en que los varones estaban casi vetados de ingresar en esos recintos sagrados de la Virgen y el Señor. Allí fueron mis alumnas, entre otras de grata recordación, las famosas Cinthya Velarde y Carmen Miranda, las chicas más tranquilas que conocí en mi vida profesional. Pero siempre respetuosas y afectuosas como las flores del rosal.

Al profesor Germán Hilares, el “Pachaq chaki”, por su rápido y afanoso caminar, y su hábito lector que le daba un nivel de erudición interesante y motivante. El asunto era que su manejo emocional no era el más apropiado para “los traviesos y majaderos” que éramos sus alumnos. Lo provocábamos y se pasaba la hora con una sermoneada de la patada. Tocaba la campana, y felices nosotros. Recuerdo que en cierto semestre avanzamos cuatro hojas en el curso de Sociología y otro poco en Quechua. De qué nos habrá puesto la nota, tampoco lo sé. Se exaltaba pronto y actuaba casi siempre a la defensiva. Tanto que nos hablaba de irse Alemania a profundizar sus conocimientos sobre nuestro idioma andino, en uno de esos recreos, en el patio del plantel (calle Lima, frente a la Municipalidad), nuestro compañero Joaquín Batallanos, el “Chuño”, le preguntó: “Profesor, ¿usted se va a ir a Alemania “nocierto”?… La respuesta fue terrible: “Ah, señor Batallanos, ya conozco sus intenciones… Usted, con decirme que me voy a Alemania, me está queriendo decir que me voy a ir a la “M”. Pues bien, sí señor, yo me voy a la “M”; pero usted se va a la “CSM””.

A la profesora Lilia Chuquimia, de andarcito ligero como la hormiga y de vocecita fina como susurro de viento. Nos enseñó Literatura y estuve entre sus alumnos considerados, por ser bastante lectorcito y con visos de escritorcito. En cierta ocasión, nos sorprendió con un examen inusual. Nos habíamos preparado en teoría literaria, pero nos aplicó práctica literaria. Nos pidió que escribamos un poema a la Juventud. A mí que estaba leyendo a Chocano en esos días, me fue fácil inspirarme al estilo del Cantor de América. Me puso un 18 la profesora Lilia.

Pero, “Juventud, divino tesoro…”, pare de escribir, que ya está contando mucho. Y eso que hay más historias pendientes de mis pasajes estudiantiles y docentiles en esa recordada casa de formación de maestros. Por equidad de género, he contado solo sobre tres docentes varones y tres mujeres. Gracias, Hermanos de La Salle.

Abancay, mayo del 2024.

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