LAMBRAMINO «WAKRAPUKU»

por Efraín Gómez Pereira
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Reinicio

Waqrapuku lambramino (Foto Smith Benites Ferro)

Lambrama en la primera mitad del siglo pasado, tenía una ganadería criolla de primer nivel. Las crianzas que se desarrollaban en los valles interandinos o quebradas eran dignas de admiración. Nada que ver con las actuales especies de vacunos que, en altura, sobre los tres mil o cuatro mil metros, languidecen en una situación de subsistencia, con producción de carne y leche en niveles muy pobres.

Las quebradas y pastizales naturales de los valles del río Lambrama, desde Matará, Suncho, Soqospampa, Huaycaqa, Urpipampa, Sima, Itunez, Weqe, Unca por un frente, y por otro, Taribamba, Allinchuy, Uriapo, Qaraqara, Qahuapata, Uncapata, Motoypata, hasta Yucubamba y Qeuñapunku, donde se instalaban cabañas artesanales o jatus, eran propicias para una crianza limpia, doméstica, vecinal. 

Todas las familias o gran parte de ellas, aún las más pobres, tenían uno o dos ejemplares, con las que garantizaban la provisión de leche para el consumo o para la elaboración del queso, en especial del tradicional e insuperable cachicurpa. Los abanquinos eran privilegiados consumidores de leche, queso y derivados que se producían en las haciendas lambraminas de Matará, de los Samanez y de Soqospampa, de Bernaco Sierra.

En los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, la fiebre aftosa causó severos daños en la ganadería lambramina, a punto de casi desaparecerla de las quebradas. Algunas familias, las más pudientes e informadas, lograron acceder a las vacunas que salvaron parte de sus crianzas. Otras se resignaron a ver cómo se les iba sus pocas fuentes de ingreso y alimentación.

Se dice que, en esa época, las vacunas aplicadas para salvar de la fiebre aftosa tuvieron efecto negativo en las vacas, haciendo que estas disminuyan notablemente la producción de leche y carne. Las pocas crías que salvaron de la tragedia endémica tuvieron que ser trasladadas a las punas, donde se desarrolla una ganadería criolla de subsistencia.

Al margen de este paréntesis que marca un antes y un después; para los antiguos lambraminos la crianza de ganado vacuno formaba parte de la agenda comunal de fiestas y celebraciones tradicionales que se repetían año tras año. El aún vigente wakamarkay era una de las actividades más llamativas, alegres, participativas y festivas de Lambrama. 

Los meses de cosecha de maíz en el valle, desde Urpipampa hasta Uriapo, donde se producía diferentes variedades del cereal en chacras pequeñas, atomizadas, convocaba a los pobladores que se concentraban en los predios de Weqe, Taribamba, Huaranpata, Sima, Itunez, Atancama, Unca, Qahuapata donde en corrales preparados para la ocasión, se desarrollaba el wakamarkay o fiesta de la herranza, a ritmo de quenas, lahuitos, tinyas y, los infaltables weqochos, ejecutados por los wakrapukus.

El lambramino, ya sea de la comunidad madre o de los anexos, en especial el de Atancama y Marjuni, era altamente competitivo en la fabricación e interpretación del weqocho, una especie de trompeta en espiral sin orificios ni claves, hecha de trozos de cuerno o wakra de vacuno y sellados al calor que no dejaban escapar aire, adaptado de los instrumentos musicales de cuerno de Europa. La influencia de familias de la provincia de Grau que se asentaron en Lambrama fue un estímulo determinante para esta afición. 

Se dice que, para el lambramino, el weqocho era su elemento indispensable en las fiestas. Se paseaba de chacra en chacra interpretando como solista o en dúo, wakatakis y jarawis, y participando en competencias improvisadas que se repetían durante las reuniones familiares o vecinales. 

“Warmintapis qonqaranmi, mana weqochuta chinkachinampaq” (Hasta a su mujer podía olvidar, pero jamás perder su weqocho), dice el dicho popular. De ahí, de esa aprehensión particular por un instrumento artesanal viene el apelativo que acompaña al poblador de Lambrama de ayer, de hoy y seguramente de mañana: “Lambramino wakrapuku”.

El musico estudioso Dino Pereyra, destaca la capacidad ejecutante del lambramino Santos Aymara y del atancamino Ciro Sarmiento, como los grandes eslabones de una cadena cultural que merece ser continuada a pesar de la necesidad de una destreza mayor. El weqocho lambramino es de dos o tres vueltas, y los de Aymaraes, Andahuaylas y Ayacucho, son de una a dos. Mientras más vueltas tenga el weqocho, más difícil su ejecución, precisa. Se puede conseguir, a pedido, en la cárcel de Abancay, donde aún persiste la afición por la artesanía de cuerno. 

El weqocho, llamado wakrapuku, que se traduciría “soplador de cuerno” como instrumento artesanal, tiene presencia en la sierra peruana con mayor notoriedad en Apurímac, Ayacucho, Huancavelica y Cusco. También en Junín, Pasco, Arequipa, Huánuco y la sierra de Lima. Está ligado a las fiestas de wakamarkay o herranzas y con su gran arraigo popular acompaña fiestas patronales, de siembra y cosecha, fiestas religiosas, carnavales y corridas de toros. Por su presencia y aporte a la cultura popular, ha merecido que fuera declarado en 2013, como Patrimonio Cultural de la Nación.

Fotografías extraídas del Facebook. 

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