«La lechuza, en su vuelo de flecha ardiente, cortaba las nubes de Abancay, extensos bombones de algodones blancos. En su curso, aparecía y desaparecía, era como si detrás de ella estaba cupido en forma de búho cazador. Era una mañana de diciembre, no había pan en el pueblo, habían hecho oídos sordos a la conseja; “guarda pan para mayo”. La gente saldría temprano a buscar cancha en el mercado para reemplazar el pan del desayuno. La lechuza seguía su vuelo imparable, hasta llegar a un pisonay de la última cuadra de la avenida arenas. Eran, apenas las seis y cuarenticinco de la mañana y casi nadie circulaba en sus calles, sólo dos guardias civiles permanecían parados, en la puerta de la comisaria de ese año de 1963.
Era el martes 31 de diciembre, el año terminaba y en el pueblo no había pasado nada relevante, todo seguía su monótono curso; las lluvias decembrinas, el seco calor de la quebrada, los agitados meandros del Mariño y la vida muelle de una población pequeña. La lechuza, en vuelo rasante, atravesó la calle y se posó en el Pisonay grande, asentado en la esquina de Núñez y Arenas. Permaneció vigilante, durante largo momento y al ver que los primeros pobladores madrugadores empezaban a caminar, dejo oír su canto lastimero y punzante, que los antiguos asociaban a la muerte.
“Está cantando la pac-paca, decían, alguien va a morir antes que termine el día”
Los ojos de la lechuza miraban de frente a la Corte de Justicia, sin parpadear y sin distraerse con nada. A las siete de la mañana un ornitólogo aficionado se paró debajo del árbol donde se encontraba la lechuza, le hizo señas y no levantaba vuelo. Según referiría más tarde, el animal estaba nervioso, respiraba como si estuviera con neumonía galopante. Llamaba la atención su color enteramente negro, sus pupilas rojas y su pico duro, curvo y extremadamente afilado.
Don Aquilino, era un poblador viejo que vendía salchichas blancas de puerta en puerta, había salido temprano, esperando terminar sus salchichas pronto. Era reconocido como chaman antiguo. Cuando llegó al viejo Pisonay se detuvo a ver la lechuza negra y a los pocos que lo rodeaban les explicó:
“Esta es un ave de mal agüero y su especialidad es la muerte. Hoy día habrá un muerto, quizá alguien importante en este pueblo”
Un curioso que le escuchaba le dijo: las muertes que anunciaba la Pac-paca, eran de noche y ahora era bien temprano, o sea ese tu pronóstico no vale Aquilino, le decían. Mientras afirmaban esto trataban de contagiar su mofa entre los curiosos. Un abogado que estaba rumbo a la Corte de Justicia, sobre paró un momento y le dijo al grupo:
“No sean supersticiosos abanquinos, vayan a trabajar, qué hacen perdiendo el tiempo en esta esquina”
Don Aquilino, sonrío, tomó aire y retrucó:
“Entre los pueblos antiguos de México, creo que se llaman Nahuas, la Pac-paca, es un ave de mal agüero, es emisaria de Michantecuchi, señor del inframundo. Aquí es el Supay y él manda a estos pájaros para que alerten a la población sobre la muerte inminente. Sé que en este Pisonay no viven sino loros, pero el muerto debe ser algún vecino, y no se para la pac-paca en el techo porque la pueden cazar”
Muchos, de los que lo escucharon se rieron y otros querían seguir escuchando más. Pero Don Aquilino, bien leído como todo abanquino, dijo no; agarró su canasta y subió por Núñez, tocando de puerta en puerta y ofreciendo sus salchichas blancas.
Eran ya las siete u treinta de la mañana cuando los primeros escolares empezaron a pasar, bien uniformados, rumbos a los colegios Grau y Santa Rosa, en su mayoría, algunos iban al centro educativo; Industrial. Era un día especial por el fin de año, al obispo se le había ocurrido, despedir el año, empezando con una misa en los colegios. Los chicos no se detenían en el Pisonay, sin embargo, el Moico, conocido por sus majaderías y malcriadeces. Se paró frente al árbol, saco su honda, apuntó a la Lechuza y disparó su ronda piedra. Erró el tiro y se sintió conturbado, no era posible que el mejor tirador de honda fallara con pájaro tan grande. Algunos pobladores le dijeron que no molestara al ave y se fuera. Haciendo caso omiso, volvió una y una vez más, cada vez más cerca, erró nuevamente los dos tiros, desatando la risa carcajeante de los curiosos. Moico, maldijo a los mil demonios y salió al tropel rumbo a su colegio, que estaba a dos cuadras en la avenida Arequipa.
A las nueve y treinta de la mañana, el día no daba muestras de sol, las nubes cubrían todo es espacio que cubre la colina de Abancay, a nadie le pareció raro, las lluvias ya habían empezado a caer desde hace algunas semanas atrás y los cielos se abrían recién al medio día. Los abogados y jurisconsultos empezaron a llegar a realizar sus labores en la Corte, ninguno de daba importancia al pequeño grupo de pobladores que escuchaban los tétricos cantos de la lechuza.
El día parecía normal, las amas de casa salían de las avenidas circundantes al Pisonay, con sus “muchachas”, rumbo al mercado para preparar los alimentos de la noche de fin de año. Sin hacer caso a los que miraban el ave, seguían su camino hacia el mercado. En esos años, los ricos de la ciudad se congregarían en el Club Unión para recibir el nuevo año. El alcalde Vásquez, recién electo y los ciudadanos más importantes de preparaban para la fiesta que daría la bienvenida a 1964. El año que pasaba había dejado al Perú la presidencia a Fernando Belaúnde, en su primer periodo y Lima había elegido a Luis Bedoya, como Alcalde.
Los apurados pasajeros llegaban a la avenida arenas para abordar los carros que anunciaban sus viajes a Cusco, Andahuaylas, Lambrama y otros sitios cercanos. La vida continuaba igual que los otros días en la calzada. Algunos campesinos traían al mercado leche fresca para vender. Su caballo cargaba un par de porongos, alfalfa, un saco de papas. Iba con la esperanza de vender toda la carga y regresar con las compras de alimentos procesados.
A las diez y treinta de la mañana salió de la Corte un abogado molesto, dijo:
“El juez no me ha recibido, todos están preparando sesión de Corte Suprema, y yo he venido desde Cachora a hacer una diligencia con este Juez. Y ustedes ya escucharon a esta lechuza, váyanse a su casa, pónganse a trabajar ociosos.
Efectivamente, había de darse en el transcurso una sesión plenaria, se celebraría la juramentación del agente fiscal de Antabamba. El secretario tenía listo el cuaderno del libro de actas, los magistrados. Los tribunos se aprestaban a vestir de prada, con la túnica negra y la toga, pues no había sesión que dejara esta costumbre, ya que como decía Montesquieu;
“No en vano un conflicto entre iguales se zanjará por quien se presume es “la boca muda de la Ley”
El ornitólogo aficionado regresó con una cámara fotográfica, que la usaba con mucho cuidado y prudencia, le había costado un dineral y la había comprado en Lima. Tomó muchas vistas al pájaro, aunque escondido como estaba, poco se podía ver de la negra lechuza.
En ese instante la lechuza se tornó inquieta y empezó a saltar y dar pequeños brincos en la rama, en ese momento sólo quedaban dos marchantes y el fotógrafo. Creyeron que era el click de la cámara y aguardaron unos instantes.
En esos momentos las nubes blancas, empezaron a mostrarse grises y un aire helado cruzó la calzada. El fotógrafo anunció que iba a llover dentro de poco y se preparó para regresar a su casa.
Eran las 12 del medido día cuando se escuchó, de manera atronadora, como cohetes de víspera, disparos al interior de la Corte, inmediatamente la gente salía gritando, huyendo del lugar. Un magistrado había descerrajado tiros sobre los vocales y con un grito estentóreo uno de ellos desenfundo un arma y disparó:
“El honor no se mancilla”, bajo a trompicones una escalera que daba al baño, con el revolver aún humeante se pegó un tiro en la cien, cayendo muerto en el instante.
La lechuza, agitó sus negras alas y alzo vuelo, perdiéndose entre las nubes. No se sabe si don Aquilino la vio, pero es de seguro que hubiera dicho:
“Allá va volando la Pac- paca, a donde el señor del inframundo, esperando que le de otro encargo para volver a Abancay.
La noticia alcanzo dimensión nacional e internacional y en los corrillos del Pueblo se decía que aún se mantenía la vieja tradición hispana de la “Limpieza con baño de sangre”, vale decir; “con sangre se paga el honor” a usanza de los cristianos viejos. Lo que afirman había pasado es:
El vocal había empezado a lanzar epítetos contra el abogado, quien le espetó el injurioso término de «cornudo». Perturbado por ese comentario, el ofendido desenfundó el arma que llevaba al cinto y desencajó dos balazos a quemarropa: uno dirigido contra el injuriante, y otro contra el presidente de la Corte. Al rato el personal de la corte llevo en “huantu” cargados a los heridos rumbo al hospital, que se encontraba cerca. Un niño asustado en la avenida arenas, corrió detrás del tumulto que seguía a los heridos para ver su ingreso al nosocomio.
La raíz del problema fue que la mujer del suicidado, había estado en amores de cama con el vocal, a quien dirigía los disparos el agresor.
Se cerraba así la tragedia que la lechuza había prefigurado en su viaje desde los infiernos del Supay.
Nuevamente la lechuza voló como un baile, sobre montañas de colores que empezaban a iluminar las calles de Abancay en su gris oscuro del asfalto y que dibujaba un trazo hacía un lugar, el más oscuro del cielo: el inframundo, donde quizá había llevado a estas dos almas en su tétrico vuelo. Las alas engastadas en su cuerpo, poco a poco se desvanecieron, dejando de ser una negra lechuza, para convertirse
Luis Echegaray Vivanco, Lima 2019