Ágora Magna
Cosas de la Literatura, compañero errante de la vida pasajera en este mundo majadero y el hombre complejero.
Y tú me preguntas, amigo lector sobre mis Décimas y Versos y Prosas, si el escritor siempre debe usar el lenguaje “culto” en sus producciones literarias, en ese triangular andamiaje lingüístico donde en la base aparece el lenguaje del vulgo; luego el habla de los adecentados o adocenados o refinados; terminando en la élite idiomática que tiene la bendición de la RAE (Real Academia Española) con su lema: “Limpia, fija y da esplendor”.
Y yo te respondo, “curioso impertinente” que me recuerdas esa novelita corta de Miguel de Cervantes que está en el capítulo I,33 del jamás olvidable don Quijote de la Mancha, para gloria y honor de las letras castellanas que llegaron aqueste los andes desde allende los mares.
Decía, pues, que te respondo: no necesaria y exclusivamente has de encontrar en las obras escritas el lenguaje de elevado nivel. Hallarás, en tus andanzas de usuario de la lengua, desde las formas vulgares, coloquiales, formales, hasta las expresiones literarias, científicas, jurídicas…, tal “como tú comprenderás”, peregrino de la existencia, desde “los zorros de abajo hasta los zorros de arriba”, por si recuerdas o sabes algo de Arguedas.
– Pero, señor escriturero, no me haga tantas vueltas de cabeza, que mi sapiencia no iguala a la suya y está, creo, muy por debajo de la de Sancho y el lindo Platero de Juan Ramón Jiménez.
¡Oh, amigo mío!, veo que tampoco estás desahuciado en cuestión de letras, porque noto que no están muy vacías tus alforjas viajeras.
Ya que me hablas de redondeos innecesarios, en tu caso, vamos al grano. Te repito que todas las formas formales e informales caben en los “pensares, hablares y escribires”, si se me permite esa licencia del arte de la palabra. Será mejor que te cite algunos ejemplos del lenguaje popular.
No te asustes si te refiero que Ricardo Palma en sus “Tradiciones en salsa verde” tiene dos bellos relatos con los títulos: “La pinga del Libertador” y “La cosa de la mujer”. Léelos.
No te asoroches si te remito a Gabriel García Márquez con su libro “Memoria de mis putas tristes”. Cerciórate.
No te sonrojes si te digo que Mario Vargas Llosa empieza con el término “¡Jijunagrandísimas” su novela “¿Quién mató a Palomino Molero!”. Verifícalo.
Ni hablar si te recuerdo a José María Vargas Vila, Alberto Moravia, el Marqués de Sade… Ni hablar si hablamos de los idiomáticos laberintos romanceriles y cachaqueriles.
– Pero en sus Ágoras Magnas y sus Ágoras Poéticas, usted no suele usar terminología inferior.
Cómo que no, hombre de poca fe. Aquí te lo demuestro.
En el siglo y milenio pasados, ejercíamos la docencia en el Instituto Superior Pedagógico “La Salle” de Abancay, varios maestros de cuyos nombres aún tengo el recuerdo.
En cierta ocasión, uno de esos calurosos fines de semana, por las riberas del Mariño cantor, fuimos a disfrutar de unas cervezas heladas los profesores Raúl Peralta, Humberto Barrionuevo, Hermógenes Rojas y un par de circunstantes más, cuyas identidades las pondré en reserva por motivos de seguridad de Estado.
El asunto es que dichos circunstantes, cuando ya la bebida circulaba por las venas entraron, sin permiso, en el tema de las “pichuladas o pichulerías, sin olvidar las chuchuladas o chucherías”. Si las longitudes o diámetros tenían que ver con la satisfacción sexual en los profundos abismos del placer. Largo-corto, liso-arrugado, rápido-lento, eucaliptado-acordeonado, vigilante-dormilón…, el pobre sustantivo “pene” era objeto de tantos adjetivos entre cultos y obscenos, entre risas y carcajadas de los irreverentes. Hablaban de “concursos penéreos” en plena mesa cervecil, con soberbias y humillaciones del inocente miembro viril que no tiene la culpa de haber venido al mundo, aventajado o disminuido, alapizado o cilindrizado. Bastaría tener presente que es el perpetuador de la especie, y merecer un puesto de respeto en la historia de la humanidad.
El profesor Humberto, que no quería quedarse atrás en materia de mediciones, dijo que él, “humildemente”, se sentía tranquilo y satisfecho con sus “escasos” 18 centímetros en ristre, que no en reposo, frente a la fanfarronería longitudinal de los dos circunstantes.
El profesor Raúl, experto en materia de virilidad, como quien sobriamente cierra el telón, corta el jamón, e impone autoridad, dijo: “Humberto, vas a disculpar, entonces yo te gano por cinquito no más”. Creo que Humbertito se quedó medio h… o medio c…, después de semejante derrota métrica. Quise decir medio “h”umberto o medio “c”abizbajo. No me vayan a malinterpretar los pulcros de la pulcritud letraria.
Debo terminar este pasaje histórico, recalcando que el profesor de Lengua y Literatura Raúl Alejandro Peralta Vera, hace ya buenos años, respecto a los tópicos peneriles, le ha encargado a su fraterno amigo y colega de Historia y Geografía, el profesor José Hernán Miranda Valenzuela, la no muy sencilla tarea de escribir la “Historia del Triunfador”, en honor a ese noble compañero de la vida, hacedor de madres, como también solucionador de pleitos y armador de conflictos.
Según fuentes dignas de todo crédito, el Julio C. Tello Pichirhuino está acumulando y procesando profusa información sobre las andanzas del “Joven” haragán en los predios de las Dulcineas del Toboso andino. Tal vez para el 17 de julio, cumpleaños 87° de su entrañable amigo, nos tenga buenas noticias al respecto.
Espero haber satisfecho, “curioso impertinente”, un gramo de tus dudas en cuanto a los niveles de la lengua en el curso de la existencia.
– Sí, pendejo profesor, con las huevadas que me has contado, ya me he quedado más acojudado que pincho en asador de doña Pingáfila.
* ¡Y colorín, colorete, este cuento se ha terminete!
HRS / Abancay, junio 2024
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