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Negarse a tener un nuevo y gran hospital podría ser solo actitud de un loco o un genocida.
Sería una insensatez de la peor especie asegurar que un nuevo hospital no nos hace falta. Si, nos hace mucha falta, ¿Quien lo duda?, es más, ¡Es urgente!
Pero no vamos a matar la única vaca que nos da leche, por la promesa de un ternero.
Poner en riesgo la salud de un pueblo basado en proyectos, por más viables que sean, es irracional.
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Los hospitales son santuarios de vida dónde el bienestar y la salud del ser humano es el único fin.
El hospital de contingencia que se quiere implementar es un insulto a la inteligencia de los abanquinos, es como querer poner una bicicleta para reemplazar un autobús.
La Cruz Roja Internacional nació precisamente del principio humanitario de que los hospitales son espacios neutrales, donde incluso en conflictos armados, la preservación de la vida es sagrada. Durante las guerras, los hospitales han sido considerados territorios inviolables, donde se deponen las armas para salvar vidas.
Durante las guerras, ejemplos hay a montones en el mundo, la destrucción sistemática de hospitales provocó un colapso sanitario que afectó a millones de personas, multiplicando el sufrimiento más allá del conflicto armado, matando más personas que las balas.
Perder un hospital solo con la esperanza de hacer uno mejor, es una locura.
Desde un punto de vista ético y práctico, un hospital representa un espacio de esperanza, un derecho humano fundamental, un ecosistema de conocimiento y servicios, además de un refugio para los más vulnerables.
Destruirlo sin una alternativa segura y viable significa condenar a una comunidad entera a la indefensión.
Lo que pretende hacer el Gobierno Regional y las autoridades de Salud, trae a la memoria una historia clásica. La mitología griega nos recuerda la historia de Eróstrato, quien incendió el Templo de Artemisa en Éfeso solo por vanidad, ilustrando cómo la destrucción conduce al vacío y la infamia, nunca a la gloria. Similar es intentar demoler un hospital existente con proyectos meramente especulativos.
Habiendo tantos precedentes de la incompetencia del estado en la construcción de hospitales, hospitales que quedaron truncos por negligencia y corrupción, no es acaso una locura destruir algo que está funcionando para ir tras una quimera. Es como cortar el árbol sin tener semillas para plantar uno nuevo.
La destrucción solo generaría un vacío de sufrimiento, mientras que mantener y mejorar lo existente es el verdadero camino de la transformación.
Es por todos sabido que la estructura y servicios del antiguo hospital Guillermo Diaz de la Vega dejan mucho que desear, que generan incomodidades y sufrimientos en los servidores que laboran en este nosocomio, muchas veces, esforzada y heroicamente, pero eso, no justifica su destrucción.
Además, cada hospital tiene historias de vida: nacimientos, sanaciones, momentos de esperanza. Destruirlo sería borrar esos testimonios humanos, esas memorias colectivas de resiliencia y cuidado.
Nadie puede asegurar que se hará el nuevo hospital en los plazos previstos, así sea un convenio de país a país, pues en el medio siempre habrá personas, instituciones y empresas, todas corruptibles, digamoslo claramente.
En resumen, la destrucción de un hospital sin un plan concreto de reconstrucción no es revolución, es simplemente una forma de violencia que condena a los más vulnerables.