LOROSENJA

por Luis Echegaray Vivanco
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Reinicio

Lorosenja apuró el paso y salió corriendo de su salón del segundo de media. A su paso repartía lapos en la cabeza a los alumnos menores, el favorito para recibir esos cachetones era umazapa, un tranquilo y juguetón alumno de primaria. Iba al tercer patio del colegio a jugar tiruyparada.     

Su colección de tiros multicolores era alabada por los colegiales. Ya estaban dispuestos para la partida el Chichu Sierralta, el Uchuycha Zuzunaga, y Pajoruntu Pajares. Los tres ñocos alineados de sur a norte, eran los que marcaban el viaje de los daños o canicas, estas esferas cromáticas irían tres veces hasta ir a la sierra, embocándose en cada ñoco. Había que decir con fe, el vocablo “cuti cuti” para que los tiros regresaran a embocarse.

Lorosenja siempre era el ganador, pero esta vez le salió al paso un alumno nuevo, apodado talamaqui, por ser de origen talaverino. Talamaqui, se las sabía todas y tenía tiros de dos tamaños; el zapatiro y el tiro normal. Jugó con presteza de golfista y enñocó en todas. Le ganó a Lorosenja en todas las partidas y langaba de lo lindo. El se quedó con la mitad de sus tiros, que había ganado a lo largo del mes.

La frustración de Lorosenja era obvia, quería irse a la “prevo” a ganar, ya que era el chitón de la clase y varias veces ya había sido motejado de faltón majachicharrón. Regresó a su salón, sin que termine el recreo y pensaba vengarse con la clase de historia que vendría a dar el profesor, el Chinki Ramos. Para mala suerte de Lorosenja, el profesor lo llamó a la pizarra:

– Alumno Urrutia, al frente. Dibuje un huaco Mochica.   Tronó el pequeño maestro.

Urrutia, que no ataba ni desataba con la historia, empezó a dibujar una cara mal hecha, haciendo los trazos a desgano. El profesor –visiblemente molesto- , le llamó la atención:

– Alumno Urrutia, ¿ha venido a estudiar a Abancay para esto?, mejor se hubiera quedado en su pueblo de Lamajati.

Lorosenja lo miró con rabia, mientras que murmuraba; Kurku e mierda me las vas a pagar, chacramaestrito, no me vas a humillar a mí. Lorosenja, salió asado y con ganas de hacer pelear a los joros de primaria. En el salón de quinto buscó al umpu pajorunto, chico que se dejaba pegar, pero que no sangraba nunca.

Lorosenja, era el único colegial que tomaba el trago de Pachachaca, el famoso chankakichachi, al que le tenía fe ciega. Su amor por Margarita la rica Jepesiki, lo tenía con las chiririnkas revoleteándole el estómago, dormir para él ya era un fastidio, soñaba mucho con Jepe, incitándole al goce carnal y su uchuypesjo lo mantenía en vilo, en su marcial comportamiento.

Lorosenja era un adolescente que ya arañaba la veintena. Por azahares del destino era blanco y de ojos glaucos. Tenía buen tamaño, aunque era, más bien flaco, sus movimientos eran gatunamente finos y tenía destreza para los deportes físicos. Sus padres tenían una hacienda en Pichirhua y le mandaban plata para pagar su pensión, sus gastos escolares y los gastos de diversión. No importaba si estudiaba a penas, ya que hacía un año en dos. A veces llegaba sin desayuno y clamaba a todo el que podía por una jachudita de pan con queso. Hasta Popote, lo había superado y dejado en tercer año. La bolsa que su mamá le había cosido de yute blanco, estaba llena de todo menos de útiles escolares. A los tiros de jaspes de arcoíris, añadía dos mochancos y un machete y su fiel utincho, para seguir siendo el primero de bailar y tacar de los zumbayllos de huarango. Huaccta era su tirada favorita para hacer bailar pajita su trompo, nunca chaccha.

 No le faltaba su colección de farfanchos, desde el de chapa de cocacola hasta el jumbo de chapa de lata de nescafé, ambos con filo mortal.

Las noches era lo que más esperaba Lorosenja, porque si tenía suerte el tío cachachi, sería tan buena gente de invitarle un trago de caña de Espinoza, en el huarique de Chelita. Envalentonado con los vapores ardientes del licor, salía caminando por Arequipa, rumbo a los parapetos del mercado, donde los muchachos fumaban, después de haber canjeado sus chistes en la puerta del cine Nilo. De mañana venía al mercado por asnapa, para doña Jacinta, la que le daba pensión en la avenida Huancavelica.

Ese sábado, llegó y encontró gente. Se encontró con sus amigos Jesjento y Turkucha, a los que se sumó Curachuri. Jesjento trataba de decir que le digan grillo, porque no les gustaba a sus hermanas, ya que podrían heredar el sobrenombre, como era común en esa época, en las familias urbanas. Turkucha abdul, al que originalmente le decían Turko, no tenía problemas con su apelativo. Mitre, tampoco, hacía gala de ser el primer alumno que mostró en primero de media, bigotes y pendejos. Finalmente, Curachuri, se sentía ofuscado cuando le decían que su papá era el párroco de la capilla del “Señor de la caída” Mamerto, cosa que negaba a grito destemplado. Juntos iniciaron el toromboleo, dar vueltas en la ciudad, como caminantes nocturnos desde los confines del Olivo, hasta la entrada a Condebamba, eran vueltas y vueltas que terminaban en la plaza de iglesia principal, en cuya pérgola daban los últimos pitazos de los cigarros premier que habían arrebatado en la tienda a Maringá, el aprendiz de tendero.

Pasaron por la casa de Jepe, Loro se dio maña de dejar una carta escrita a mano, con un par de dibujos de corazones que decía: Margarita, recibe mi corazón y una invitación para la matiné del cine Nilo, el domingo. Te ama: Julio. Estaba cansado de las Huaylacas de Las Mercedes, para él estaba reservada una santarosina.

El domingo pasaban una película mexicana romántica con la adolescente Angélica María. Jepe, le había hecho saber a Loro, que entrarían a la misma función y en la oscuridad de la proyección ella lo esperaría con una butaca libre a su lado. Loro, emocionado se dijo a sí mismo: en la mañana tengo batalla con los maktillos del barrio de La Victoria y se fue de jefe de guerreros de Miscabamba. La pelea fue breve y a hondazos de higuerillas, que como rondos proyectiles eran letales en las hondas de las pandillas. En una de tantas que Loro y su gente recogían municiones, se cortó la mano entre el pulgar y el índice de la mano derecha. Empezó a sangrar, pero se amarro su sucio pañuelo y siguió la pelea. Le pidió a su amigo Chama, que le sacará de su papá un pomo de sulfanil, el que se echó generosamente a la herida.

En la tarde cuando tenía su cita cinemera, la herida permanecía aún un poco abierta. Entró a la platea esperando que Jepe llegara. La vio llegar y se sintió feliz. Una vez apagadas las luces, Loro se apresuró en ir en busca del lugar que le tenía listo Jepe, temía que algún osado como Rocotosenja, su par de chapa, le quitara su lugar. Una vez sentado, se le fue el habla y no sabía que decir. Ella estaba allí esperándole, la chica preciosa de la cual se había enamorado. Sin embargo, intuía su amor era no correspondido y él era solamente un motivo de curiosidad, pues ella estaba más interesada en la peli que la presencia de Lorosenja. Igual, Loro intentó tomarle la mano, varias veces, hasta que la capturo y la asía con fuerza. De pronto sintió que ambas manos sudaban y la herida empezó a arder, como charamuscas en llamas. Loro sufría, quería quitar la mano, pero por no ser malinterpretado, sostuvo su mano en la de ella, aguantando como macho. Como los machos de su pueblo, como un ukuko telúrico, soportando el latigazo mortal.

Lorosenja, salió al oscuro malecón del Mariño a rumiar sus penas de amor, apoyado en la baranda de maderos de huarango, al final de la calle Trucos, no sabía si aún era un chiuchi o ya un jalacunca de pelea, miraba el río y se decía a su corazón sangrante:

– Sus muchas excusas, son muestras de su desinterés por mi.

Como todo adolescente en sus cuitas de amor había dado ese lugar especial en su corazón a quien no merecía su amor. Era su lugar escondido, donde guardaba la despedida de sus padres en los páramos de Pichirhua, el sonido de los wakrapukos, entre los ponchos mojados de los indios y los toros, agotados del toril. Pensaba, mientras lágrimas frías, caían de sus mejillas:

Nadie sabe del dolor de mi lugar escondido en el corazón, nadie sabe de este dolor, duele tanto…

Sin embargo, pensaba que, a pesar del embrujo que ejerce el amor el que lo prueba, siempre se sabe que los dones del amor, estarán acompañados con un inevitable sentimiento de recelo y de celos, de tribulación, de timidez para ofrecer la entrega de los sentidos al ser amado. Se acordaba lo que su padre le había confesado: “quién sabe, que tal vez ahí resida el secreto, en esa unión de almas y sexos que se acercan a un fruto material que nos reclama un sentimiento propio e intimo”.  Aún así, él era consciente que una vez terminaría ese afecto, y como dice la salsa que anunciaba el terrible apotegma:  -Amor pa´que si al fin y al cabo todo termina y se convierte en un no sé que-

Le daba vueltas el Bolero “Besame mucho” la frase ¡Qué tengo miedo a tenerte y perderte después ¡Le zumbaba como huayronjo insistente en las orejas! No sabía porque no podía ser más que un amigo, cuando su deseo era besarla, besarla mucho.

He hecho todo por ello, pero hasta Maciste se cansa de mover montañas, no soy el tonto Sísifo que carga la piedra una y otra vez. Así como lloro, también sonrío. Así como caigo, también me levanto. Así como amo, también olvido. Así somos los abanquinos, alma de acero. Decía para sus adentros, mientras daba la vuelta para llegar al templo y hacer su última imploración.

Llegó a la pensión, su pensión de la calle Huancavelica, y arregló sus pocas cosas que lo acompañaban en esa soledad adolescente a la que lo habían empujado por sus padres. Le decían, es por tu bien. Tenía un solo foco de 25W que colgaba al centro de la habitación con un cordón enorme, que le permitía llevar el foco a cualquier parte del cuarto. Lo usaba en la cama, para planchar su uniforme. Su radio Phillips a pilas lo tenía para escuchar las canciones de la nueva ola, aunque le había agarrado gusto a los boleros y las rancheras mexicanas.

Sus últimos pensamientos estaban en la paradoja que no podía resolver en su cabeza de pelos de kiska y sus ojos extrañamente verdes, como los de algún chalhuanquino. El pucakunca pichirhuino, sabía a la perfección zumbar la huaraca del trompo para romper mochancos, enñocar los tiros en los tres hoyos de tierra, romper los huatos de todos los farfanchos que le pusieran al frente y no podía con jepe ni romper ni enñocar su amor.

En esas estaba, listo para dormir esa noche del domingo, cuando tocaron su puerta, era su amigo Turkucha, le venía a contar que había llegado del Cusco el Janku Hernández, y quería hablar con el. El Janku había sido enamorado de Jepe y venía a cuadrar a Lorosenja. Todo se sabe, ya le habían dateado que estaba tras la santarosina sexy.

Loro, sabía que había llegado la hora, él sabía que llegaría tarde o temprano. El reto tácito había que aceptarlo, como un caballero de los de antes. Era por amor, y un triunfo, podría ser la gloria y así caerle a Jepe.

Lorosenja se puso su pantalón de montar, que su padre le había acomodado en su morral de colegial. Se puso sus botines de cuero y salió listo a encontrase con el traicionero Janku. Su rival era más encajado y alto que él, Hernández se las sabía todas, en la pelea. Llegaron a la cita prevista en la calle Puno, en la única cuadra que había poca luz y sin gente. Después de una recatafila de insultos, y cargos que se hacían el uno al otro se dispusieron a liarse a golpes sin más trámites. Acompañaban al popular Lorosenja sus amigos Jesjento, Turkucha y Curachuri.

El Janku era un ducho de la pelea callejera, temido en su colegio Garcilaso del Cusco, guardaba toda su peligrosidad para sacar la mugre a los puneños, esos aymaras eran más cullus que un huarango. Fuera de los rings improvisados de la calle Sapy, era un jóven enamorador, de movimientos ágiles. Se lo conocía como un contumaz despilfarrador del dinero que ganaba su padre como prefecto departamental de Abancay, cuyos ingresos formales eran magros, pero de los informales amasaba ingentes cantidades, era parte de la ley. Cuando estaba en la calle, Janku, apretando los puños, pegaba con ganas de lesionar, de aniquilar para terminar la contienda. Sus amigos eran testigos gozosos de la vapuleada que daba a sus rivales, dejando al contrincante, rendido y a su merced.

El Janku había llevado a sus testigos de la paliza que le propinaría al atrevido Lorosenja que había osado enamorar a la Jepe. Estaban a su lado, el Pukita Ruíz, el Ñausa Gomez y Ciro Peraloca Ortiz.

Su mente ágil y memoriosa le recordó que el Janku, mientras estaba en el cole había sido campeón de atletismo y dejaba fuera de combate al más pintado. Trataba de hacerse un esquema mental de triunfo. A pesar que, su oponente, lucía pectorales recios y cocos en el vientre, pensará que voy a caer fácil. Decía Loro. Recordaba el día de su mejor pelea en la que noqueó, al loco Apolo, a pesar de ser menor que él y aún sin mañas pugilísticas. Le gano a la franca y lo vio llorando como una mujer, regresando a su casa derrotado.

Loro, pensaba para sí mismo, nadie conoce su propia valentía, hasta la hora de enfrentar un enemigo. Esta cita del curso de psicología, le daba ánimos. Recordaba a Jepe, mentalmente le decía: “Si éste men te quiere, nada puede mantenerte lejos de mi. Pero si no me quieres, te puedes ir a la mismísima mierda.”

– Entrale Loro, le grito el Janku, mientras con las manos cubriendo el rostro, ensayaba saltitos a lo Casius Clay.

Lorosenja entro al ruedo aplicando sus temidos Jabs de izquierda y sus ganchos al hígado, que el Janku supo esquivar con presteza, aplicándole rectos al rostro y furibundos uppercuts. Loro combatió valientemente, recibiendo a pie firme una golpiza soberbia. Ahora que él sufría el mismo martirio, se acordó de su gran pelea, cuando noqueó al machujetón de la clase, pero él sería el que terminaría llorando de rabía.

Terminada la pelea el Janku se hallaba mudo, en un silencio pensativo, mientras se miraba las manos callosas. Sabía que, a pesar de la victoria, la Jepe, ya no volvería con él. La satisfacción de ganar esa tarde-noche era sólo una cuestión de honor.

Lorosenja, mientras rengueaba y secaba la chocolatera de su enorme nariz, para llegar a su cuarto, y cuando ya la sangre se mezclaba con sus lágrimas se decía: Puedo estar masacrado, pero no derrotado. Siempre habrá una segunda vez, Janku de mierda -dijo- y entró a su cuarto, buscando a tientas su cama.

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2 com.

Carlos Antonio Casas Suárez 14/12/2023 - 7:29 pm

Interesantísimo cuento, con la excelente narrativa a la que nos tiene acostumbrados este magnifico autor. Me hizo recordar mi infancia y términos que había olvidado, y aprendí algunos que no sabía, para recargar mi léxico.

Respuesta
Josefina Segovia 19/12/2023 - 7:17 pm

Una narración muy típica de las costumbres de los jovencitos colegiales y sus cuotas de amor. Es triste que a veces los jovencitos hayan tenido que afrontar situaciones co.plejas solos, sin el apoyo de sus padres. Me ha conmovido esta historia, que habrá Sido la de muchos chicos en su caminar hacia la adultez. Felicitaciones por el estilo narrativo muy depurado. Lucho eres un gran escritor!

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