Esta es la historia de un muchacho que tenía muy mal carácter.
Su padre le dio una bolsa llena de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
El primer día, el muchacho clavó 87 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que el aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.
Fue descubriendo que, era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día y entonces, fue corriendo a informar a su padre. Este le pidió que retirara un clavo por cada vez que lograra controlar su carácter.
Cuando hubo mejorado, le dijo que, retirará un clavo por cada día que se controlara y no maltratara a nadie.
Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.
Su padre se levantó y parsimonioso lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta y le dijo:
—Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. ¡Nunca más será la misma! —le dijo con pena, mirándolo reflexivamente— Cada vez que tu pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tu puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas lo devastara, y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física, y a veces hasta peor. Las heridas del cuerpo sanan más rápido que las del alma.
—Si padre… —dijo el muchacho cabizbajo.
—Trata a quienes tienes cerca de ti como amigos. Los amigos son joyas preciosas. Nos hacen reír y nos animan a seguir adelante. Nos escuchan con atención, y siempre están prestos a abrirnos su corazón. ¡Evita lastimarlos!
Reflexión:
La historia transmite un mensaje profundo sobre el control de la ira y las palabras hirientes. El protagonista aprende a manejar su mal genio, representado simbólicamente por los clavos que clava detrás de la puerta cada vez que pierde la paciencia. A medida que avanza en su autodisciplina, retira los clavos para mostrar su progreso.
La moraleja principal es que, aunque pueda rectificar sus acciones y retirar los clavos, las cicatrices y el daño persisten. La puerta, marcada por los hoyos de los clavos, sirve como una metáfora de cómo nuestras palabras impulsivas pueden dejar heridas duraderas en otros, incluso si tratamos de reparar el daño posteriormente.
El padre destaca la importancia de tratar a los demás con amabilidad y respeto, ya que las heridas emocionales son tan perjudiciales, si no más, que las heridas físicas. La metáfora de los hoyos en la puerta subraya la idea de que las palabras pueden dejar cicatrices en el alma de las personas, y estas cicatrices pueden perdurar mucho tiempo después de que se haya retirado la ofensa.
En resumen, la historia enfatiza la necesidad de controlar nuestras emociones, especialmente la ira, y de ser conscientes del poder de nuestras palabras para herir o sanar. La importancia de tratar a los demás con amabilidad y respeto se destaca como una lección fundamental.