MAMA ACULA

por S. Doroteo Borda López
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Reinicio

¡Feliz día de la Madre!

Desde la pequeña explanada de Arcahua, hay un camino antiguo hacia Erraspata, por el sur-este de Qorqay. En un recodo de ese sendero, vivía una viejecita, surcada de arrugas, de ojos negros y de canas de plata. Vestida de largas polleras, siempre de negro. Un sombrero rombo de lana de oveja cubría su cabeza, y un rebozo, sus espaldas. Iba descalza. Rodeada de abundante vegetación, vivía en una pobre choza, donde el humo gris y azulado de su cocina matizaba el paisaje y anunciaba que ella seguía viva.
Como si fuera un duende, la anciana vivía sola, sin trato con la gente. Nunca supe su nombre, pero los vecinos la llamaban mama Acula.
—Ama hina kaspa, sutillayta willaykuway. ¿Imam sutillay, mamay, papay? (papá, mamá, dime cómo me llamo; me he olvidado mi nombre). —Solía preguntar a algún transeúnte que pasaba por aquel camino.
En efecto, vivir sola —tal vez semanas enteras sin hablar con nadie, además del Alzheimer y otros achaques naturales para su edad—, acentuaba su “no existencia”. Ella no era nadie para nadie. ¿Qué pensamientos, imaginaciones y deseos tendría?
Mamá Lachi solía visitarla portando víveres en su qepe. Se sentaban en unos pellejos y hablaban largamente. Algunas veces la acompañé…
Ningún ser humano quiere ser “ninguneado”, ignorado o recibir la indiferencia; más bien queremos ser valorados, advertidos de que existimos. Si no valemos para nadie —o para nada—, nos marchitamos. Me confiaba una persona: “quisiera que alguien me escuche y contarle mis problemas, aunque sea a mi perro”. Y, en efecto, acompañada de su perro, ella suele encerrarse en su cuarto. Refiere que el can, como si entendiera lo que le pasa, suele mirarle fijamente y mueve el rabo, “dialogando” con ella…
Cada uno somos como un conteiner de confidencias, de cosas y secretos personales, de grandezas y miserias, que necesitamos comunicar; pero, encerrados en nosotros mismos, acabamos pudriéndonos… ¿No es curioso que, especialmente en tiempos de tanta comunicación, estemos necesitamos como nunca de la amistad, del diálogo? Ser alguien para alguien, ser valorados, advertidos de que existimos, es fundamental para realizarnos como personas. Eso explica los celos (esposos, novios y enamorados): ¿Por qué no llamaste? ¿Por qué tú silencio? No puedo soportar la soledad… Sin ti, mi vida no tiene sentido…
Llegados a los tiempos de la inteligencia artificial, creemos que todo ya está hecho, que hemos en llegado al no va más de nuestra realización… Creemos que todo va bien por las frías relaciones del WhatsApp —además de que el WhatsApp lo soporta todo—, pero sólo hemos acentuado el cansancio, la vaciedad, la tristeza y la soledad.
Para el cristiano, es fundamental encontrar sentido a nuestro paso por la tierra, cultivando la Amistad fundamental —“tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”, como dice Santa Teresa—, y así llegar al meollo de las cosas. Con Dios, los vínculos familiares y humanos son más fuertes y duraderos…
En el interactuar social, es natural que haya problemas y dificultades. Eso nos desestabiliza: a veces reventamos y echamos bilis por doquier, especialmente cuando hay gente indecorosa y soberbia que te maltrata; otras veces —si cultivas fuerza y dominio interior—, pones buena cara y callas; pero también eres tú el que se equivoca y fracasas. ¡Ni modo, nos tenemos que tragar nuestro orgullo!
En mi pequeño pueblo, grandes y chicos íbamos ante Mamacha Carmen, la Madre de Dios, conscientes de que Ella presentaba a su Hijo nuestras plegarias.
También mama Acula, casi arrastrando los pies, iba ante la Virgen. Se sentada en el frío suelo del templo y oraba juntando sus manos. Me gusta recordarla: en ese oscuro y pequeño templo, los pocos haces de luz se reflejaban en los cabellos de plata de Acula; en sus mejillas, las lágrimas eran perlas de amor, de secretos, añoranzas e ilusiones… Ahora mismo, cierro los ojos y veo a Acula, —como la viuda que cautivó a Jesucristo (Cf. Marcos 12,41-44)— sentada, llenando de amor su entero ser.
Acula no era valorada por los hombres; pero se sabía conocida, amada y valorada por su Dios. Ésa era su relación fundamental —relación ignorada por no pocos sabios y sesudos del mundo—. Acula era ignorada por la gente, pero le bastaba con saberse amada por Dios. En ese templito destartalado como ella, recibía el consuelo de la fe, sanaba las heridas y las demandas de su corazón.
Acabada la ceremonia, de inmediato, Acula, sonriente, retornaba a casa; sin detenerse, saludaba a la gente moviendo la cabeza. Tal como vino, iba alejándose pasito a paso, hasta desaparecer por el pequeño sendero bajo del cementerio de Erraspata, camino de Qorqay.
Se volvía a su choza a vivir sola; sin embargo, su soledad no era vacía e inútil, sino trascendental, llena de sentido.
Si lo consideramos bien, nuestros problemas y nuestra soledad, cuando cultivamos amistad con Dios, con el que mira mejor que nosotros, se transforman en bendiciones del cielo y ayudan a crecer como persona.
(Nota: las fotos que adjuntamos pertenecen a algunas damas mayores de Unión San José de Arcahua. Acula podría haber sido como una de ellas. Feliz día de la Madre)

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