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Reinicio

Foto: En las Cataratas de Iguazú en sus Bodas de Oro

Carta a un gigante llamado Julio Casas Casas

Hoy que no estás aquí, viejito querido, te quiero el doble y más, mucho más de lo que te quise en vida. ¡Cómo te extraño! Tu ausencia es un eco que resuena en cada rincón de mi alma.

Extraño tu sabiduría, ese faro que iluminaba mis noches más oscuras; tu consejo siempre atinado, brújula infalible en mis travesías; tu sentido común que, cual timón firme, enderezaba el mío cuando me perdía en la tempestad. Añoro tu alegría de vivir, ese viento impetuoso que hinchaba mis velas aun en los momentos más duros, y tu humor, ¡ay!, tu incomparable y maravilloso humor, ese bálsamo que sanaba toda herida. Siempre tenías mil frases sabias y mil chistes acordes a la situación, como un poeta que improvisa versos con la facilidad de quien respira.

Con un vaso de cerveza en la mano, elevo un brindis hacia el cielo por ti, que fuiste padre no solo para mí, no solo para mis hermanos, sino para tantos corazones a los que cobijaste bajo el manto de tu bondad, guiándolos y ayudándolos en la medida de tus posibilidades, que parecían no tener límites.

Alguien me dijo una vez: “¡Eres más grande que tu padre!”, pero yo, con el pecho henchido de orgullo, le respondí: “Más alto quizás, pero más grande, imposible”. Y me estremezco de dicha cuando me dicen: “¡Eres igualito a tu padre!”. Ya quisiera serlo, ya quisiera ser ese “muchacho guapo de corazón tierno”, ese “santo varón”, ese “Julito Casas miel de abejas, si lo pruebas no lo dejas”.

En mi sangre danzan tus genes y en mis rasgos y gestos se dibuja un burdo símil de lo que fuiste, pero ¡qué lejos estoy de ser como tú! Eres la cima nevada que contemplo desde el valle, admirando tu grandeza.

Fuiste un gran hombre, y tu bonhomía perdura como un roble centenario, resistiendo el paso del tiempo. Aunque ya hace tres años que partiste al encuentro con el Señor, tu presencia sigue viva en cada palabra, en cada recuerdo. Tus amigos, cual coro de ángeles terrenales, constantemente me recuerdan: “¡Qué gran hombre era tu padre!”. Y yo, en silencio, agradezco al cielo por el privilegio de haber sido tu hijo.

Tu legado, padre mío, es un jardín en perpetua primavera, donde cada flor es una lección, cada aroma un consejo, y cada gota de rocío, una lágrima de gratitud. Descansa en paz, sabiendo que aquí, en la tierra que pisaste, tu memoria es venerada y tu amor, eterno.

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