ME ABSTENGO EN EL MEJOR LÉXICO

por Ibo Urbiola
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Reinicio

La herencia del verbo y la caballerosidad tuvo en el ojocho Urbiola a uno de sus mejores exponentes abanquinos. Terminó siendo profesor, tal vez porque hay destinos inevitables que representan la síntesis dialéctica de la personalidad y el estilo. Mi primo Alfredo es hijo de Lucho Urbiola, conocido alcaide por muchos años de la cárcel San Idelfonso de Abancay.

El ojocho fue siempre cortez y amable. “Le saludo atentamente, mi dilecto y apreciado profesor”, le dijo alguna vez al profesor Gama Miranda ya siendo su ex alumno. Se lo dijo en voz alta, de vereda a vereda caminando por la avenida Díaz Bárcenas. El saludo hizo que el antiguo profesor del Grau se detenga un momento ante la sorpresa de una frase tan amable.

Sus amigos, de la promoción 1974 del colegio Grau, siempre recuerdan las anécdotas del alumno de verbo más depurado, que algunas veces ponía en jaque a más de un profesor.

El privilegio de ser su pariente, me hizo conocer algunas historias contadas por quienes fueron testigos cercanos de sus anécdotas. Alguna vez, el director del colegio les había reprimido con frases duras por no haberse cortado el cabello, de acuerdo a la antigua exigencia del “corte escolar” y les había dado un día de plazo para que todos asistan con el corte adecuado. El ojocho, que estaba primera fila, asumió ser el portavoz de todos: “Señor director, tenga usted la confianza y la plena convicción, que así será”.

Su paso por el fútbol, no cambió sus formas y su estilo. Siendo defensa de El Olivo, le tocó enfrentar al Rolo Barrientos, que en su mejor momento hizo una gran jugada que terminó en gol luego de dejar en el camino al propio ojocho. Era inusual ver desde la tribuna, que además de los compañeros de equipo que corrían a felicitar al autor del tanto, también corría un defensa del equipo contrario, que esperó que terminen los abrazos para acercarse a darle la mano del rival y decirle: “Muy buen gol Rolo, gran jugada y espectacular definición”. Sus compañeros no lo podían creer y le increpaban: “Oye ojocho, cómo vas a felicitar al rival”, y su respuesta fue: “Hay que ser hidalgo en reconocer que fue un gran gol”.

Dicen que estando en primer año de secundaria, mientras el profesor de historia dictaba una clase, en un momento el ojocho levantó la mano en silencio, y habló sólo en el momento que el docente le cedió la palabra: “Estimado maestro, permítame informarle que acaba de extinguirse la tinta de mi bolígrafo, por lo que le solicito, me permita abstenerme de seguir escribiendo”. El profesor, se quedó en silencio y segundos después, luego de sacudir la cabeza, le respondió: “Alumno… absténgase”.

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