MI ABANCAYCITO QUERIDO

por Lenín Checco Chauca
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Reinicio

Todos los lunes, cuando el sol apenas se desperezaba detrás del Ampay, la ciudad también comenzaba a estirar sus huesos. Eran los finales de los años ochenta, y Abancay aún tenía ese ritmo de ciudad pequeña, que no tenía apuro. Salíamos al colegio con los cuadernos bajo el brazo, otros al trabajo con las herramientas en la espalda o la camisa recién lavada. Las calles eran de tierra, algunas de piedra otras pavimentadas. En ellas, uno que otro carro murmuraba su motor cansado, pero más se oían los pasos: los del campesino que bajaba a caballo con leche, alfalfa o leña, y los del niño que empujaba su carretilla cargada de panes hacia los hornos de la calle Arica o Andahuaylas.

Nazaria, Margarita, el horno de Orozco… eran nombres que olían a pan recién hecho, a barro tibio, a vida sencilla. Cada mañana, ese era el rito. De lunes al viernes, como si el tiempo caminara lento, pero sin perder el rumbo. Abancay era eso: una ciudad que despertaba en voz baja, como rezando.

Pero los años, como el río Mariño, no se detienen.

Ahora hay horas punta. Sí, ¡en Abancay! De 7:30 a 8:30, de 1:00 a 2:00, y en las noches cuando todos queremos volver rápido a casa. Las calles, antes silenciosas, ahora revientan con el ruido de carros viejos, bocinas impacientes y ambulantes que se abren paso entre el concreto. La señora que antes bajaba al trote manso en su caballo, hoy empuja un triciclo o carga al hombro la alfalfa que aún huele a campo. El niño del pan tal vez ahora tiene un hijo que ya no conoce el nombre de los hornos, pero sí el del delivery.

 

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Cambiamos. La ciudad lo hizo. Lo pide. Se nos llenó de caos y de motores, de altoparlantes y de urgencias. Urge ordenarla, limpiarla sin borrarla. Hacerla crecer sin olvidar sus raíces.

Porque hay algo que el tiempo no ha podido cambiar: el cielo de Abancay, que siempre huele a primavera. Y su gente. Esa gente que aún te saluda con una sonrisa de verdad, con un apretón de manos que abriga, con una mirada que recuerda.

Eso no cambia.

Ese es mi Abancaycito querido.

El que fue, el que es, y el que tiene que volver a mirar hacia adentro para no perderse por fuera.

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