MI AMOR DE INTERNET

por Luis Echegaray Vivanco
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Reinicio

Más allá de tus labios del sol y las estrellas contigo en la distancia amada mía, estoy

Portillo de la Luz

Susana, limeña miraflorina de 39 años, había descubierto casi inmediatamente las ventajas que le traía el Internet. De la inconmensurable biblioteca virtual que constituían los miles de páginas Web, obtenía toda la información que requería para andar a marchar bien su negocio. Estaba religiosamente frente a su PC no menos de una hora por día. Ella sentía que ese afán de estar conectada respondiendo o enviando e-mails, de comunicarse por el messenger con sus amigos, de chatear un momento con gente desconocida de otros lares, se había convertido en una actividad necesaria que llenaba con creces sus hartas horas de soledad. También reconoció que esta actividad tenía una fuerza adictiva poderosa y cada vez se iba metiendo con más fuerza y lo iba sintiendo como una necesidad. 

En ese navegar por el espacio infinito de las webs se topó con una página de la Universidad Oriental del Uruguay. Allí tuvo la oportunidad de leer el artículo: “Liderazgo, integridad y eficiencia”, firmado por Sandro Schiamarella. Emocionada por ese hallazgo no dudó en escribirle al e-mail. Sandro le respondió con agrado y le facilitó a Susana todo lo que podía requerir para su trabajo. A medida que la comunicación se hacía más frecuente, ésta se hacía más coloquial e íntima. De hablar de liderazgo, valores, competitividad, el tema devino en arte, literatura, cine, teatro y todos los temas que se supone consumen las personas inmersas en el trabajo intelectual. 

Ambos se habían reconocido detrás del écran, emocionados con las mismas películas, pero en lugares distintos. En resumen, habían aspirado juntos la miseria y la grandeza de la naturaleza humana. La mayor sorpresa que Susana se llevó, en este afán de comunicación cinefílica es saber que Sandro había empezado a conocer el Ande Latinoamericano a partir de Kukuli de Figueroa.

Susana ya había sobrevivido a dos relaciones incluyendo un matrimonio y aún se sentía con ganas de vivir. Se asumía como una mujer de una poderosa autoestima, capaz de generar interés y deseo en el sexo opuesto. Tenía un trabajo interesante, su empresa estaba bien rankeada en el medio y ofrecía servicios de gestión de la nueva empresa, como el desarrollo de la creatividad y el liderazgo empresarial.    Sandro hacía lo mismo en Montevideo, sin embargo, su saber era teórico como profesor universitario. Las comunicaciones que se sucedían por el mail dieron paso al hablar por el Messenger y después por el más efectivo, directo y antiguo medio: el teléfono.

Al cabo de seis meses la comunicación se tornó amorosa, amorosamente otoñal, Sandro acababa de cumplir 60 años. El amor como flama fénix volvía a renacer en el corazón de estos solitarios, perdidos en la urbe de la eficiencia y la calidad. Les abría nuevamente las puertas del gozo, aunque sabían que el precio que habrían de pagar sería alto y movilizaría los sentimientos más destructivos del ser humano. Era –como lo reconociera él una vez- un principio incuestionable en todas las relaciones de pareja.

Las noches de Susana eran mortales. Regresaba impenitente al lecho conyugal a compartir su calor con su gélido esposo, cuyas pasiones reposaban en el sueño eterno del olvido. Una noche que el calor agobiaba en Montevideo y los deseos de la carne se hacían fáciles sobre la piel, Sandro instó a Susana a hacer el amor Usando la Webcam. Ella se había vestido y desvestido provocativamente. Su negligé negro fue a parar al cañón de la webcam, con el pelo suelto y sentada al borde la cama hacía movimientos lujuriosos con la esperanza de enternecer y enardecer a Sandro. Cada uno llegó, a su modo, a su techo orgiástico. El placer virtual tiene la ventaja de evitar la constatación de los hechos.

A partir de esa noche vivían una relación virtual “seria”, no exenta de la rutina que envuelve a los amantes, incluidos los celos que se avizoraban en el horizonte de la imposibilidad. Las mañanas eran para el intercambio intelectual, las tardes para la expresión amorosa de los afectos y las noches estaban reservadas para el ejercicio del más común y al mismo tiempo la más sublime de las pasiones: el sexo. 

Como es natural en este tipo de relación no tardó en aparecer el bichito de la curiosidad natural de “verse en persona”, cosa que después todos los cibernautas reniegan. Acordaron encontrarse en Santiago de Chile. Ambos habían elegido un país neutro, para no estar ninguno en territorio propio. Sandro esperó en el aeropuerto la llegada de Susana, estaba vestido como un dandy y llevaba una flor en la mano. Cuando Susana apareció –por fin- él no mostró sorpresa alguna, sinó la recibió como si se tratará del ser amado que llega de un viaje a otro país. A los abrazos siguieron los besos y las palabras que se dicen los amantes en los encuentros ansiosamente esperados. Sandro había reservado para ella un Hotel en Las Condes, llegaron y en la suite, él se apresuró a abrir la Champaña que aguardaba helada la llegada de ambos. Conversaron de todo. Él hablaba con inusitada fluidez de los azares del destino, de encontrarse en medio del ciber espacio, cual si se tratará de un designio prefigurado por el destino. Almas gemelas, al fin, habían rozado la dicha del amor y la locura que se habían prodigado por ese medio engañoso y falaz que es el internet. Susana de apetencias más bien carnales esperó, en vano, el asalto del cuerpo, el arrebato, el instante de sentirse seducida por la fuerza del macho en busca del goce perpetuo, que nunca llegó. La noche marcó el límite de la vida de ese día y se entregaron al sueño como dos hermanos que deben compartir una sola cama, después de un día trajinado por la emoción del primer encuentro. A la mañana siguiente, ella pensó que la emoción del encuentro había jugádoles una penosa pasada. Esa noche se repitió el guion de la película que estaban protagonizando. Las caricias y los besos tórridos no llegaban al punto de quiebre, donde el cuerpo deje que los genitales hablen el lenguaje de la pasión. Susana al no notar que él estuviera escondiendo su erección en las prolijidades de su abdomen habló:

¿Te pasa algo? Es que no puedes……

Debes saber algo, le dijo: sufro de diabetes y esa maldita enfermedad se ha llevado mi virilidad.

Lo dijo expresando amargura, pero también nobleza y una ira contenida se adivinaba en su rostro mientras comprimía sus puños con desesperación.

A partir de ese día el guion fue cambiando, Susana sentía que podían mantenerse unidos, a pesar del no sexo, que para el amor de ese momento era intrascendente. La esperanza, sin embargo, se insinuó poderosa, cuando el le dijo que sólo era cuestión de tiempo y que el tratamiento al que estaba sometido daría sus frutos y haría crecer el árbol viril en menos tiempo del que cualquiera esperaría. Susana regreso a su país sin poder esconder, ese trazo de frustración que se había dibujado en su cara, cuando supo lo de la diabetes. 

A los seis meses Susana tomo la decisión de salir del Perú a trabajar con él. Llego a Montevideo, ahora sus expectativas habían cambiado un tanto, la posibilidad de hacer su práctica profesional allá, le entusiasmaba y esperaba muy en el fondo de su corazón que el tratamiento hubiera dado sus frutos. Este segundo encuentro era el regreso del conocido que estuvo alejado por un tiempo y retornaba al hogar. Esas ni las otras noches se mostraron las bondades del tratamiento y el árbol de la vida permanecía lánguido y seco en su letanía de costumbre. Susana pensó que su relación con Sandro había de prescindir necesariamente del placer del cuerpo y que una vez más se enamoraba del hombre equivocado, pero mantendría lo bueno de su relación hasta el final.  Desafortunadamente en ese condominio de 24 casas, había muchos hombres maduros solos y no tardaron en percatarse de la presencia de Susana. Ella mantenía incólumes sus encantos de hembra altiva y poderosa. Esa imagen de sensualidad e inteligencia que habían hecho delirar al buen Sandro muchas noches, cuando pegado a la webcam, la deseaba enfervorizadamente. 

Cuando Susana trabó amistad con esas personas y de las que recibía muchas atenciones, éstas fueron “in crescendo”, Sandro fue atacado por el letal virus del mal verde de los celos y sus patologías empezaron a emerger con fatal virulencia. El clásico acoso del celoso traducido en ese horrible cronograma de presentar casi puntualmente y en horario las actividades de ella, empezaron a inquietarla y su preocupación iba en aumento. Del dulce Sandro no quedaban sino trazos que el sueño llegaba a confundir, había despertado a un monstruo infame y posesivo que hacía gala de su inteligencia para idear situaciones que sólo existían en su cabeza. Inquieta con estas actitudes Susana buscó a un vecino para averiguar de él, ahora se daba cuenta que sabía poco de él, y que lo que conocía en su trato por la comunicación virtual era la idealización de la persona que él quisiera que fuera y no de el mismo de carne y hueso con la amalgama encontrada de virtudes y miserias.  El vecino escuchaba los pesares de Susana, extranjera en un país sin amigos ni parientes, quería una explicación. Una noche que Susana había quedado sola, el vecino llegó a su casa con una botella de vino. Hablaron y hablaron, vinos van, vinos vienen y en un abrir y cerrar de ojos, el vecino estaba sobre ella, con la armadura en ristre penetrando las carnes de Susana desde atrás.  Sandro que vigilaba a su amada, toda la jornda, irrumpió imprevistamente, en la recámara.  Venía endemoniado con una filuda daga romana, la razón; atacar con el arma.  El vecino no tuvo tiempo de impedir que el metal atravesara su espalda varias veces, mientras Susana salía despavorida fuera del condominio. Refugiada en la delegación policial trataba infructuosamente de comunicarse con su embajada, mientras dos policías, ingresaban por la otra puerta llevando a un Sandro abatido por los celos, en calidad de detenido y como diría más adelante el parte policial: “…la persona en mención se encontró, en total descontrol y presa de una crisis nerviosa”.

Susana vivía en carne propia su “amor de internet”, con el saldo trágico, que terminaría en una morgue. Al día siguiente Sandro se confrontó con su propio pasado. El comisario, revisando sus antecedentes, se encontró con un file archivado, donde se detallaba la muerte de la primera esposa de Sandro, cuyo asesino nunca se halló. Era un caso archivado.

Luis Echegaray Vivanco, Lima 2016.

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