MI PRIMERA BORRACHERA CON “MACHAMACHA”

por Efraín Gómez Pereira
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Reinicio

YoTenía doce años de edad. Estudiaba en el colegio Miguel Grau, de Abancay. En vacaciones de verano, en Lambrama a tomar leche y comer quesillo con papa qonpis. Era un ccorito dinámico, chato, engreido por ser el menor de los hijos varones de Laureano y Dora.
Poco afecto a los trabajos de hogar; especialmente a las labores de chacra en todas sus manifestaciones. El juego sí que era mi afición, al que le dedicaba tiempo sin tregua ni horarios. Cazar pichinkos con una honda de jebe, para hacerlos kankachus, era mi pasatiempo favorito.
Calzaba botines a mediazuela, marca “Grauino”, muy castigados por el uso o reuso, pues tranquilamente pude haberlos “heredado” de uno de mis hermanos mayores. Esos zokros, me limitaban en algunas acciones, como correr al mismo nivel de mis hermanos o vecinos coétaneos.
Lo que también me gustaba era pastar los toros que Laureano acopiaba para llevarlos a los mataderos de Lima, una o dos camionadas, según como haya ido la compra en estancias lambraminas o en poblados vecinos.
Con Rafo, Alfredo y otros qoros del barrio de Tomacucho, como Cholocha y Acchiruntu, compartíamos la responsabilidad de tener a buen recaudo los vacunos, desde sacarlos de los corrales de Occopata y trasladarlos muy de mañanita, a los pastizales de Jukuiri, Weqe, Itunez y otros cercanos.
En el prodigioso valle de Tanccama, frente a Itunez ,un ambiente natural rico en bosques, donde abundaban la unca, chuillur, tasta, qeuña y otras especies arbóreas, y donde Antuco hacía fiesta con las hachas para acarrear abundante leño fresco; los toros pacían a su antojo.
Una tarde de febrero, después de dar cuenta del almuerzo que Lorenza, la “Chicacha” nos llevó en un portaviandas de fierro enlozado, rebusqué, con Alfredo, entre matorrales y arbustos aferrados a las rocas, el agridulce fruto de la Machamacha. Rojizo y morado, semejante a los hoy populares “arándanos”, es un frutillo que con su dulzor peculiar, provoca seguir comiéndolo. Es un seductor que crece en una planta pequeña, casi rastrera.
Ya casi a la hora de juntar los toros para regresarlos al corral, llené mis bolsillos de pantalón y casaca, de una gran cantidad de machamacha, las que iba saboreando en el camino. Como excedí el límite tolerable, a pocos minutos de la caminata, sentí que la tierra daba vueltas a mi alrededor. Me vi obligado a sentarme y esperar en varias ocasiones. Los toros bien empanzados iban a paso firme, con Alfredo tras ellos.
No recuerdo cuántas veces tuve que hincarme sobre las piedras para no caer, pues la tierra literalmente me tragaba. El piso era dorado, el cielo rojizo. El “Niño Paín” estaba borracho. Casi a rastras caminaba como zombie, “yanqallaña”.
Recuerdo que llegué tambaleando hasta las inmediaciones de Plantahuasi, a pocos minutos de la casa, y frente a la plaza de Armas del pueblo, donde me dio alcance el buen Angelo “Haya” Huallpa. “Tatau niñucha, macharapunki” y me cargó sobre sus espaldas, pálido, asustado y temeroso de los latigazos de Laureano.
Victoria, preocupada y aguantando la risa, hizo que me subieran a la “marca” de la despensa con una toalla y una bacinica que se llenó en un dos por tres, de la cantidad de masa colorada que había vomitado.
Laureano preocupado por su engreido, hizo llamar al sanitario del pueblo, don Leoncio Yupanqui, quien tras una breve mirada y entre risas, me dio un par de pastillas de “Yastá”, un antiácido efervescente que apaciguó la borracera, calmó el susto y dejó una lección en el “Niñucha”.
La machamacha, crece en las partes altas de los andes, hasta los 4000 metros. Debido a sus componentes, provoca alucinaciones que pueden causar trastornos en la salud, sobre todo de los niños. Caballos, toros o llamas, inclusive cabras, que consumen este fruto, corren el riesgo de caer en los barrancos “borrachos” y morir.
También tiene uso en la medicina natural y en prácticas de curanderismo. Muchas universidades del país, concentran estudios de tesis sobre sus propiedades.

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