MICAELA BASTIDAS Y EL SOMBRERO DE LUTO

Aquí, Micaela, todo tiene su final.

Largas agonías, aunque el horizonte hable de esperas,

todo tiene su fin.

Es un tajo de dolor, no alcanza con el llanto,

las estrellas en los ojos de los muertos, te recuerdan.

Marita Palo

Muerta Micaela en el Cusco un invierno de 1781, su memoria fue mantenida en el corazón de su pueblo. Para honrar esa memoria se cantaron melodías en su memoria, se puso un crespón negro en los sombreros blancos, se escribieron poesías, se mantuvieron tradiciones que, de algún modo, la recordaran.

Recordemos que, desde su salida de la casa paterna en el Tambo de Tamburco, estaba predestinada para ella, una vida difícil y azarosa, una muerte trágica, una revolución marcaría su existencia, teniendo a esta abanquina, como protagonista de un avatar de pasión y muerte, en favor de una de las causas más justas a las que puede aspirar una persona de bien: la justicia.

Su vida estaba signada en una de las posibilidades que había previsto: conseguir la justicia y libertad o morir. Para ella no había otro camino, la decisión estaba tomada.

La muerte llegó puntual, quizá a una hora antelada, pero puntual al fin, para darle el golpe certero que acabara con su vida, vale decir, terminar con la ilusión de la libertad de los indios esclavizados, en sus propios dominios. Sabía que el mundo estaba cambiando y las voces tímidas de libertad, ya se oían en otras latitudes, ella no podía estar ajena a ese llamado de buscar justicia.

Consciente de su muerte hizo saber a los suyos:

-“La vida si se pierde con la muerte, no es lo más atroz, lo que dejamos sin hacer, es lo terrible. La vida me ha enseñado que todo llega a su fin, y ahora este fin me deja sin haber logrado lo que nos propusimos. La muerte es un desafío, un reto al que llegue antes de tiempo, espero que no sea sola yo la que he recorrido este camino”

Para llevar a cabo la pena del garrote, dos verdugos amarraron al cuerpo de la mártir, una cuerda con nudo corredizo, y luego tiraron de cada extremo del lazo para consumar la estrangulación, sin embargo, no funcionó. Destrozaron su boca a patadas. La sangre roja y andina de su corazón se derramó en la plaza, en ese espacio de dolor llamado Huaccaypata en el Cusco.

Su cuerpo de cara al infinito, sus ojos de almendras, sin lágrimas ni penas, sólo con la serenidad del honor mancillado. Su cadáver es más fuerte que los opresores, viven el temor, por eso quieren que todos sepan que has muerto, sin embargo, vives, en el temor del opresor, en la altivez de las águilas, las azucenas blancas de tu tierra, en las serranías y lagos de las tierras que estabas liberando.

Los vientos de mayo y junio, del 1781 parecían silbar un agradecimiento: las voces del infinito decían; gracias Mica, gracias Micaco, gracias Zamba, gracias Micaela, por el valor mostrado en esta epopeya, que llevaste a cabo con José Gabriel, en esta heroica epopeya americana, en el genuino intento de liberar a tu pueblo de la opresión. Gracias por haber sido la mujer de temple más fuerte y de convicciones libertarias, que ha dado Abancay, para que desde su Tamburco natal su ejemplo, su gloria y su martirio, se expandan por toda América y sea un horizonte en el mundo, para quienes aún viven en opresión.

Amaneció en Tamburco, las nubes blancas debajo de un cielo azul celeste, se extendían desde el Ampay al Pachachaca, se escuchará día a día el tronar de su garganta, Micaela, era cierto, no podía aguantar todo esto. Su voz sólo decía igualdad, justicia, libertad. La américa morena y el mundo entero de oprimidos, le deben a Micaela, su contribución universal en la búsqueda de libertad, valor supremo de la humanidad y que en los siglos XVII y XVIII, hicieron carne en las poblaciones sometidas a las monarquías absolutistas que, aprovechándose de la ignorancia de los pueblos, lograron imponer gobiernos autoritarios y esclavizantes en todo el mundo.

Micaela, ganó su lugar en la historia, la bella abanquina que puso en jaque al tirano, intendentes, corregidores y el mismo virrey, representando a la corona española del Rey Carlos. Como mujer y guerrera, dejó en alto el nombre su tierra, Abancay el hermoso valle de las azucenas blancas.

El uso del sombrero nos lleva a tiempos de la Roma clásica. Los antiguos romanos llevaban un sombrero de paja con grandes alas para resguardo del sol. El sombrero, como objeto de protección y adorno, se conoció en toda la diversa humanidad. Sin embargo, el sombrero que nos ocupa es el sombrero blanco de listón negro que se usa en Abancay.

A comienzos del 1800 un grupo de mujeres abanquinas, por iniciativa de una mujer que la historia ha echado en el olvido, decidió amarrar un listón negro en su sombrero como homenaje y tributo a su lucha y la luctuosa muerte de Micaela Bastidas, muerta por el régimen opresor del virreinato español del Perú, en 1781.

El sombrero es elegancia, pero para esta parte del Perú andino, el sombrero de las abanquinas que con emoción y elogio llevan, anida en su ser profundo, ese triste recuerdo de la revolución fallida de Micaela. Como una asíntota, es el amor perfecto, porque mientras hay misterio, hay pasión. Hay pasión, en las humildes mujeres del día a día y aquellas que en las fiestas lucen su sombrero, en esa elegía diaria a la muerte de un ser humano maravilloso.

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