De niño, entre los juegos naturales que nos ocupaba, especialmente en vacaciones o en época de cosecha de maíz, cuando la escuela nos daba libertad para que ayudemos en las chacras; destaca uno que supera los límites de la imaginación. La pelea entre David y Goliat.
No se trataba de emular la cita bíblica que nos recuerda cómo un muchacho dio cuenta de un gigante, utilizado una huaraca al amparo de su fe en Dios; sino de una más pagana, más natural, que hoy podría merecer una sanción de la sociedad protectora de animales: la pelea, a muerte, entre una ninakara y una apasanka.
El escenario era un ruedo pequeño, levantado con piedras y ramas secas en una de las planicies del enigmático Jukuiri, ubicado a un par de kilómetros de Lambrama, lugar donde un tropel de joros pastábamos los toros que don Laureano, debía llevar a Lima.
El corralito estaba listo y palo en mano, casi a la gana gana, los pikis dedicábamos tiempo para buscar, entre las piedras de las pircas o las ramas secas de retamas o huarangos; una apasanka o tarántula; una araña gigante, fea y con pelos y pies de gato.
¡Aquista, caraju! grita alborozado Remigio el “Cholocha”, blandiendo un palo de retama que aprieta una apasanka grande, quizás la más grande que haya visto en Lambrama, porque en Abancay, habría que ver, años más tarde, unas realmente gigantes, con caras malosas.
La araña está asustada. Sus ocho patas se han cerrado convirtiéndose en una bola de pelos negros, jaspeados, tamaño de un puño de hombre grande. Sus ojos no se cierran y nos miran fijamente, como advirtiéndonos ¡cuidado makta!. Pero somos cholos valientes, no nos asusta. Si intenta picarnos, una aplastada con el soqro zapato marrón sin lustrar o una piedra ccollosta en todo su cuerpo feo.
Ninakara y apasanka, peleando por la continuidad de la especie
La apasanka es soltada en el centro del ruedo, donde permanece inmóvil, como una papa negra, y sin que se anuncie a su rival… ¡En la esquina azul, Goliat…! algo así, aparece, como por arte de magia, el contrincante. Como en las series de National Geographic, un pequeño David, revoloteando con frenesí y extasiado por lo que se viene, se posa en la retama y aleteando sin pausa, observa el centro de operaciones. En el siguiente segundo, ya está sobre una piedra del ruedo. Las miradas de los maktillos se confunden. Es la ninakara o avispa colorada.
El pequeño David de esta aventura, es realmente chiquito en comparación con la apasanka. Tiene alas de un rojo vistoso y el cuerpo negro brilloso. Su agilidad endiablada para volar y sobrevolar con rapidez de rayo, le da ventaja ante a su contendor que es lento, pesado.
Una picadura de este pequeño volador es realmente dolorosa. Deja una hinchazón que se desvanece solo a los cuatro o cinco días, luego de fiebres en muchos casos. Pero no es mortal para el humano y los maktillos de esta recreación lo sabíamos.
Y sucede. En menos de un minuto, David y Goliat, ninakara y apasanka, se enfrascan en un lío de derechazos, directos, voleados, trompazos, tacles, golpes bajos y todo lo imaginable de una pelea callejera. No hay juez, no hay reglas, solo tres espectadores ansiosos.
La araña busca atrapar a la voladora, cuya agilidad le niega esa vía. La ninakara espera con paciencia el momento en que debe aplicar el aguijonazo en el abdomen de la fea enemiga. En un descuido fatal para la apasanka, la ninakara lanza su dardo con todo el peso de su pequeño cuerpo e incrusta su veneno en la panza de la araña. Y espera, concentrada. Para la ninakara los maktillos no existimos.
La araña se queda quieta, el efecto del veneno demora menos de 30 segundos. Entonces sus patas se abren y lentamente se estira sobre el pasto, desvanecida, perdida. La ninakara, tan ágil como al principio de la pelea, se posa sobre el cuerpo de la derrotada y aletea mirando aquí y allá. Juguetea con sus patitas, como afilando un cuchillo.
Cholocha, Acchiruntu y yo, los promotores de la pelea, miramos extasiados el final, que es, en realidad, la continuidad de la especie, más vida para las ninakaras. La vencedora, con agilidad envidiable arrastra el pesado cuerpo de la araña. ¿Cómo lo hace?, no lo sabemos, pero somos testigos de que fue una batalla legal.
La ninakara o avispa colorada, es la vencedora de la pelea recreada en Lambrama.
El cuerpo inerte de la apasanka es traspasado sobre la pared del ruedo, por la fuerza hercúlea de la avispa colorada, que no muestra signos de cansancio ni mucho menos. La seguimos boquiabiertos, mirando los detalles del arte de empujar una araña muerta. Una pendiente ayuda a que la tarea se haga más liviana. La araña cae rodando unos centímetros, sin que la avispa la suelte. Esto no ha terminado.
La cueva o escondite de la ninakara está a la vista y esta acelera el paso con su pesada carga. Una vez en el hueco, la cubre con pasto seco y tierra arrojadas con sus patitas. El abdomen de la apasanka lleva un huevecillo de la ninakara, que garantizará la prolongación de la especie. Sabia naturaleza que permitirá a la futura avispa colorada, tener alimento fresco y nutritivo en su proceso de conversión en larva, pupa y ninakara adulta. Hermosa naturaleza, que muchas veces los humanos desdeñamos, por nuestra propia ignorancia.