¡NO NOS HAGAMOS LOS SANTOS!

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

En una ocasión, como parte de mis funciones, estaba encargado de las entrevistas personales para la selección de personal de una empresa comercial. Necesitábamos cubrir un puesto importante en el que uno de los requisitos era conocer mucho de computadoras y sistemas, además de otras competencias.

Uno de los postulantes, un hombre aproximadamente de mi edad, entró a mi despacho y dándose ínfulas de hombre de mundo, se sentó frente a mí.

–Soy hijo de Mario McCarty –fue lo primero que me dijo, sin siquiera saludar.

–Buenos días. ¡Qué bueno! –le respondí–pero hoy, vamos a hablar de usted, no de su papá.

Se fastidió con mi respuesta, sonriendo con autosuficiencia.

Evidentemente, era de muy buena posición social, es decir un «pituco», pues había estudiado en un colegio de la alta sociedad arequipeña.

Había estudiado turismo en la católica aunque no tenía título, pero por su experiencia, se acercaba bastante al perfil que estábamos buscando. Estudiando sus papeles vi que además, entendía de sistemas y de gestión comercial.

–¡Tiene bastante experiencia! –comenté.

–¡Si pues! Es lo único que importa. En estos tiempos, más vale la experiencia que los títulos. Ahora, la mayor parte los títulos son de Azángaro –dijo riendo, en alusión a los miles de títulos falsos que circulaban– y muchas universidades le hacen competencia a Azángaro, es que… ¡Ahí está el billete, manito! ¡Por eso, hay cada profesional!

Luego, respondió muy bien a algunas preguntas capciosas, que habíamos preparado para medir su nivel de conocimiento en el área que buscábamos, y lo hizo mucho mejor que los otros postulantes, pero había algo que no concordaba, pero no sabía exactamente qué.

Cuando le pedí que me hablara de sus últimos trabajos, me dijo que había sido jefe de sistemas en una distribuidora comercial, muy conocida en Arequipa, y que había estado en ese puesto los últimos dos años.

Ubiqué el certificado del trabajo mencionado y me quedé muy sorprendido, pues yo conocía mejor que nadie a quién había desempeñado ese puesto hasta hacía pocos meses, y no era él.

Era evidente que estaba mintiendo en ese punto. Mayor fue mi sorpresa al encontrar cuatro o cinco certificados de cursos y seminarios que yo había hecho, pero estaban con su nombre, y mirándolos bien, se notaba el montaje en las burdas fotocopias.

El hombre sabía bastante, y estaba muy bien recomendado, y de no haber esa mentira, con toda seguridad hubiera sido el elegido. Así que, quise indagar la razón por la que mentía tan descaradamente.

–¿Con quién trabajaste ahí? –le pregunté

–Con el Sr. Romarioni, obviamente –me respondió– Yo fui su mayor ejecutivo, su hombre de confianza. –afirmó, sorprendiendome más aún.

–¡Ah! ¡Qué bueno! –le dije– lo llamaré para pedir referencias tuyas.

El hombre se sorprendió, y con eso, se le bajó un poco la arrogancia.

–¿Hace falta? –dijo, pero llame rápidamente, y mientras timbraba, el decía — Un ratito… —pero, como casi nunca sucedía, contestaron la llamada de inmediato. Entonces, pulsé el botón para manos libres, y hablé.

–¡Hola Lilian! –saludé a la secretaria de Don Javier de Romarioni.

–¡Hola Carlitos! ¡Qué milagro!

–¡Qué tal, amiga! ¡Qué gusto de saludarte! ¿Cómo estás?

–Muy bien ¿y tú…?

–Perfectamente, dime… ¿Estará Don Javier?

–Sí, pero está en una reunión… Ah espera… –dijo, haciendo una pausa–Justo están saliendo. –tapó la bocina pero aún llegué a escuchar– ¿Don Javier… es Carlos?

El postulante, se levantó, y altivamente me dijo:

–¡Déjalo ahí, ya me voy…! ¡Tanta vaina!

–Carlitos, te devolverá la llamada en 15 minutos–me dijo Lilian al teléfono –Ya hablamos.

–Ok. Liliancita –dije al teléfono, colgando la bocina y dirigiéndome al postulante– No, no, por favor No te vayas, siéntate.

De mala gana, volvió a sentarse. Yo tenía que darle el Visto Bueno, de todas maneras, pues la orden venía de la más alta gerencia.

–Te voy a ser franco –le dije–. Tu hoja de vida se ve bastante interesante, tienes buenas referencias, y por las preguntas puntuales que te hice, sé que sabes bastante y qué tienes experiencia. Definitivamente, eres uno de los candidatos más apropiados, pero quiero saber por qué la mentira…

–¿Qué mentira?

–¡Nunca trabajaste en DISCOMTA!

Me miro sorprendido y desafiante por un buen rato, antes de responder.

–Dígame, ¿cómo lo supo…?

–Porque, curiosamente, resulta que, durante dos años, según estos papeles, trabajamos juntos, en la misma oficina, y hasta nos sentamos en el mismo sillón, y mira que, ¡no te conocía!

–¿Tú estuviste ahí?, ¿no?

–¡Exactamente!

–¡Qué piña… carajo! –dijo exhalando fuerte– ¡Pucha, qué salao! –bajó la mirada, confundido pero para nada avergonzado, por haber sido descubierto en su mentira.

—¡Mira hermano! Te voy a ser sincero —dijo finalmente—.. Necesito este trabajo, y esto, es solo un formalismo, pues yo ya estoy recomendado. Tú sabes ¡Pero con este roche…!, ¡No se que pasara, uón…! Por eso…¡Tu dirás!

–No es roche, solamente. En realidad, es una falta grave –me dio pena decirle que era un delito.

–¡Si pues! Un pata me dijo que podría mejorar mi currículum y… bueno, ya sabes… ¡me confié! ¡Ese concha…! Pero ahora, todo el mundo lo hace. No nos hagamos los santos… ¡Tu dirás… pe!

Asentí lentamente, apenado, porque podía ver otra vez la soberbia en sus ojos.

—Entiendo por qué lo hiciste. Pero déjame decirte algo: no necesitabas mentir en tu currículum.

–Es que, yo no tengo experiencia en sistemas, mucho menos a cargo de una jefatura… por eso… pensé…

–Esa, es una característica deseable pero no imprescindible. Estamos buscando a alguien inteligente, proactivo y responsable. Alguien que pueda resolver situaciones problemáticas. Y según veo, no lo estás haciendo tan mal.

El rostro del hombre se iluminó con esperanza.

–¿Crees entonces que…?

—Esto es lo que vamos a hacer –continúe, pues mi jefe inmediato me había dicho que le diera pase, de todas maneras–. Traerás otro currículum, esta vez el correcto. Luego tendrás que pasar por unas pruebas, para que podamos evaluar realmente tus habilidades. Si logras aprobarlas, el puesto puede ser tuyo. ¿Qué me dices?

—¿Y cuánto me va a costar tu silencio?         

—No te confundas. ¡Me estas faltando el respeto!

—No… no, disculpa, disculpa hermano. Pucha, ¡Que eres buena gente oye! Seremos patas, ya verás…

El hombre me miró fijamente, esperando que dijera algo, pero ante mi silencio, continuó, esbozando una enorme sonrisa.

—¡Muchas gracias por la oportunidad! No los voy a decepcionar.

—Muy bien. Entonces vamos a continuar con la entrevista…

No lo aprobé, a pesar de la orden, pero igual, paso la etapa y llegó hasta las pruebas.

No paso los exámenes tampoco, pero igual, fue contratado por seis meses, pero no duró ni tres.

Quién iba a decir que ese hombre, con los años, llegaría a ser una alta autoridad regional

Nota: Esta historia es real, pero los nombres no son reales, para proteger la identidad de los personajes.

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