Hace poco falleció Raúl Vázquez, un cantautor peruano, loretano y nuevaolero, que compuso e interpretó muy lindas canciones y saltó a la fama con una en particular, «Natacha», que fue tema musical de una famosa telenovela del mismo nombre, producida en 1970 por Panamericana Televisión, protagonizada por Gustavo Rojo y Ofelia Lazo entre otros.
Escuchando ese tema, recordé muchas vivencias de niño, sorprendiéndome de recordar tantas anécdotas, endulzadas por la nostalgia y el agradecimiento. Recuerdo a varias de estas trabajadoras del hogar que a raíz de la novela, todos llamábamos cariñosamente, «Natachas», pues antes, no había hogar donde no hubiese alguna.
Se contrataba entonces con «cama adentro», y a más de una, muchas veces. Las más experimentadas normalmente se hacían cargo de la cocina, otras de la lavandería y el planchado —pues se lavaba a mano en palanganas o yendo al río, cuando el agua escaseaba—, y las más jóvenes, generalmente, se encargaban de la limpieza y los mandados.
También solía haber una nana para cada niño de la casa. Había una llamada Agripina, nana de Julio, que entretenía a mi hermano bailando con él «Verde romerito, morado florece…», recuerdo también a Andrea, Dominga, Cleofé, a las Exaltación a quienes la media lengua de los más pequeños habían rebautizado como «Atatas», Teófila, Tomasa, Ada, Matilde, Eulalia y cuantas otras de las que guardo lindos recuerdos.
La novela que musicalizaba la canción mencionada, contaba el romance del «niño» de la casa —cómo las «muchachas» solían llamar a los hijos varones de los hogares donde trabajaban— que terminó enamorándose de la humilde «Natacha».
Las telenovelas estaban en boga entonces, en la transición de reemplazar a las radionovelas que hasta entonces habían sido las reinas del entretenimiento hogareño, con narraciones ancladas en amores imposibles, que luchan y enfrentan mil avatares para al final, salir victoriosos.
Estos melodramas, donde el bien siempre triunfaba sobre el mal, se habían convertido casi en una forma de reivindicación social para las mujeres sojuzgadas por el apabullante machismo aún imperante, pues las damas constituían el gran público al que éstos «culebrones» estaba dirigido.
En ese entonces, el Perú estaba en plena dictadura militar, vivía la moda «a gogó»,y era altamente conservador, con una sociedad pacata llena de complejos, que tristemente, aún no han terminado de desaparecer.
En las novelas rosa, el manido argumento es que la heroína del relato —una muchacha generalmente pobre, cuya virginidad, fuerza espiritual y virtudes humanas funcionan como su único patrimonio— que sin quererlo, hace que el galán —guapo, rico y famoso— se enamore de ella.
En el caso de Natacha, a esta fórmula se le sumó el escándalo qué significaba que un «patrón» se enamorara de la «chola», la humilde empleada doméstica, atacando directamente al complejo de superioridad que hace que las clases sociales altas —hoy cambiadas por las clases ricas y económicamente pudientes—, que miran con desprecio a las clases sociales menos favorecidas y étnicamente distintas.
¿Puede el amor romper ese paradigma?
La novela «Natacha» tuvo tanto éxito que pasó al celuloide, convirtiéndose en una película promocionada con el eslogan de «La emoción y ternura de una historia de amor inolvidable». Recuerdo que produjo grandes aglomeraciones cuando se exhibió en el Cine Municipal.
Posteriormente, en 1990, tuvo un remake con Paul Martín y Maricarmen Regueiro como protagonistas, interesante producción en la que trabajó mi hermano Julio en el área de Producción y como extra.
Hasta los 80s, muchos hogares, aún se daban el lujo de tener una o más empleadas para las labores domésticas. Los sueldos que se pagaban no eran gran cosa, pues muchas veces se hacía como apoyo social, pero sí, en compensación se les daba muy buen trato, tenían buen lecho, consumían los mismos alimentos que todos, disfrutaban de todas las comodidades de casa, y además, se les daba facilidades para estudiar.
Recuerdo muy bien a una de ellas, aunque el nombre se me escapa, que en una ocasión en que fuimos al circo, de la platea se pasó al palco y se ofreció a co protagonizar un número con los payasos, cosechando nutridos aplausos.
En otra ocasión, un familiar que llegó de Arequipa trajo grandes camarones, con los que mi madre hizo un deliciosos chupe al estilo arequipeño. Era un cumpleaños y todos comíamos juntos en el comedor y cuando se levantaban los platos de sopa para servir el segundo, una de las chicas no había comido. Mi madre, condescendiente como siempre, le pregunto —¿Y qué pasó hija? ¿No comiste…?—, ella le respondió —Disculpa mamá ¡Es que no como gusanos!.
Paulatinamente, las servidoras del hogar fueron disminuyendo, hasta hoy ser una clase trabajadora casi extinta y un lujo que pueden darse muy pocos hogares.
Hoy, su contratación está normada por la Ley Nº 31047, tienen un sueldo y beneficios sociales, pero ya no son parte del hogar, como lo eran antes, y francamente, creo que salieron perdiendo.
Sin ánimo de caer en la infidencia, recuerdo que, entre mis amigos y compañeros de colegio, había varios que tenían gran afición por ellas, pues las había bellas e inteligentes, y recuerdo hasta a alguno, que estuvo perdidamente enamorado de una bella huancaramina.
Generalmente, estas admirables chicas, sabían darse su lugar. Solían ser buenas y serviciales, aunque a veces había también alguna de malas costumbres, que robaban y mentían, y pronto, ellas mismas desaparecían sin previo aviso.
En una Kermés de las que se hacían en esos tiempos, un grupo de amigos, recién salidos del colegio buscaban con quién bailar, cuando distinguieron entre las chicas, a una que acababa de llegar. ¿Cuál no sería su sorpresa? cuando descubrieron que esa chica era la «Natacha» en la casa de uno de ellos. Lo retaron a sacarla a bailar, sabiendo que le resultaría muy difícil hacerlo, por el famoso «qué dirán», pero insistieron tanto que terminó aceptando. Lo curioso fue que, cuando la invitó a bailar, ella se negó a salir, —Disculpe niño, ¡Estoy cansada!—, le dijo, causando la hilaridad de los amigos al ver el sorprendido rostro del patroncito galán.
Hoy veo con gran satisfacción que muchas de las maravillosas mujeres que mencioné, han triunfado en la vida, logrando profesión y buena posición económica, formando lindos hogares. Es muy meritorio, pues la falta de recursos económicos y educativos, no fue una muralla, aunque les planteó muchos obstáculos, supieron superarlos y tomando las riendas de su destino se crearon, efectivamente, un futuro mejor
En estas líneas, mi homenaje y agradecimiento a esas valientes mujeres que lucharon y siguen luchando día a día, para salir adelante.
La letra de la canción que desencadenó esos recuerdos, que arrancaba largos y profundos suspiros entre las «muchachas» de casa, dice:
Natacha
Raúl Vásquez
Deshojada florecita
tu inocencia es blanca nube
la la la la... que al cielo ira.
La enramada de la vida
puso espinas al camino
más pasará…
Quien te juzga
no ha vivido
lo que tu viviste
para ser al fin una mujer
¡Oh Natacha!, ¡Oh Natacha!
Pasarán los malos días
para dar paso a los nuevos
y sonreirán…
Quien te juzga... (bis)
En pleno siglo XXI aún hay gente que no se adecúa a los tiempos, que sigue llena de complejos y maldad. Porque detenta un pasajero poder, abusa y discrimina, a propios y extraños, y peor aún, a gente que le sirve.
¡Pongámonos en sus zapatos y tratemos a quien merece con respeto, con humanidad y humildad!