PAPÁ, MI ÚLTIMO MAESTRO

por Billy Pareja
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Reinicio

Había terminado el colegio. Qué etapa la de mis últimos dos años, viviendo una aventura cada día, el mar de Miraflores, la tabla y sus olas, las noches de los viernes en la Av. Larco, el parque Kennedy y el de Barranco y el humo del cigarro de tabaco y del otro.

También habia rica vida siendo un «ugartino valiente» pues San Isidro me daba vida, El Olivar, el Maracana donde las broncas no eran de chiste, la Av. Arequipa en bicicleta para charlar con las chicas de la noche, sin atrevernos a más, las fiestas de Petit Thouars. La botella de licor de guinda, las fans del Fanning y del Rosa de Santa Maria dándome fuelle.

Mis dos barrios en ese mi pedazo de historia, como personaje tipo novelas de Varga Llosa y el Goyo: La Capullana y Santa Cruz, en la clasemediera urbanización, la reunión era en las tiendas y el peloteo en las canchitas del parque central. Mentras en mi populoso barrio, la esquina de la cuadra 7 de la Av. Córdoba con todo el verbo criollo y chispa en frases de la calle, chapas de por medio, bacilada al punto del día, y mi primer amor mirándome desde su puerta, y yo muriéndome con el deseo de verla pasar, la ilusión de la vida sin preocupaciones, cuando las aventuras se acababan de madrugada, mientras desde el techo me escabullia a mi cama.

Cuándo se acabó esto? Una mañana de domingo, luego del retorno de una excitante amanecida, mientras fingía que no había cansancio, papá me llamó desde su cama, me invitó a echarme a su lado, y mientras me acurrucaba en sus brazotes, me hablaba de la vida, de las responsabilidades, de la productividad social, de lo importante de ser útil, de aquello que esperaban de mí, y muchas cosas más. Intentaba bajar mi soberbia juvenil, en un lenguaje que no entendía, no porque no lo supiera decir, parecía que todas sus artes no podrían conmigo, por que yo me estaba comiendo el mundo, la calle era mi chacra, y mis barbaridades mi orgullo.

 

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Hubo un silencio, luego dijo, «tu mamá…», y callo de improviso, solo escuchaba su respiración muy agitada, me tenía abrazado, yo de espaldas a él, mientras mantenía su quijada a la altura de mi oreja derecha. Ese fue para siempre, el silencio más largo entre papá y yo. En ese momento sentía humedad en el lado derecho de mi rostro, me lo toqué, si, papá estaba llorando, sería yo la causa? Si!, y se me acabó la soberbia, la locura que me había invadido se convirtió en tristeza en cuestión de segundos. Ya lo había visto llorar cuando se llevaron a mamá, y a Tita. No, eso no. Papá, de nuevo no! Por mí?

Entonces, él más sereno me dijo «la vida del bien tiene un solo sentido, aunque si varia rutas, y también una sola pregunta que el día que la respondas, entenderás: ¿para que vives?» Con el tiempo y su compañía, encontré la respuesta, y desde entonces estoy en eso: para servir a mis semejantes, a todo costo. Luego me hice Benemérito. Papá, cada tanto me vuelves a dar vida. Gracias!

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