¡PAPÁ Y MAMÁ ESTÁN PELEADOS!

por S. Doroteo Borda López
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Reinicio

Tengo ocho años. Me parece que papá y mamá ya están muy viejitos, pero admiro que siempre estén juntos, son el uno para el otro. Los veo sentados en sendos pellejos confeccionando llikllas y ponchos, cultivando la chacra, trayendo leña, yendo a visitar familiares o a la misa dominical. Aunque muchas veces guarden silencio, también ríen y lloran, se toman el pelo o se enfadan; pero están juntos. Cuando comen, es impensable que se lleven algo a la boca sin compartir. Mamá es especialista en eso: si compra o recibe obsequios de pan, caramelos o fruta, reparte para todos, seamos tres o una docena…

Es normal que a veces se aburran o discutan, pero no saben hacerlo bien, pues al momento ya están extrañándose… No tengo conciencia de golpes o maltratos físicos entre ellos, a no ser la única vez que me latigaron por ladrón.

Es una mañana de mayo, me levanto tarde. Y veo algo insólito: mis padres llevan rostros irritados. Ella le reclama airadamente… Se percatan de mi presencia y disimulan para decirme que no pasa nada.

—Tu mamá está que se amarga de por gusto. Mejor salgo un rato a ver la chacra de Wayanakuy. —Me susurra guiñándome los ojos y se va.

Mamá trajina en la cocina. Solo me habla para pedirme que vaya a por agua, y luego me pide traer asnapas de la huerta. Voy a la parcela y, de en medio de cándidas florecillas, recojo wakatay, payqo, culantro, hierba buena, orégano, cebollitas chinas, para dar sabor al puchero. La sopa ya está lista para servir y mamá indica esperar al viejo.

Me hace señas para ir a su lado. Sentado en el pequeño banco, apoyo mi cabeza en su regazo. Ella me acaricia con sus callosos dedos. Las lágrimas anegan sus ojos y caen por sus rugosas mejillas. No sé la causa de su dolor, pero participo de él.

—Tú no debes llorar. De por gusto he discutido con tu papá. Perdón por el mal ejemplo. —Me balbucea y juega con mis cabellos. Oigo los latidos de su corazón. Siento intensamente su amor.

En eso llega papá, trae cara sonriente y un qepe de alfalfa para los cuyes. Deja el bulto y viene hacia nosotros. Los tres quedamos abrazados. Seguidamente, él se sienta en la cabecera de la pequeña mesa. Mamá le sirve el desayuno. Comemos en silencio y el gato Fernando ronronea cariñoso pidiéndome que le invite algún bocado.

—Pancha, acabo de ver a la vecina Patica con la cabeza vendada. ¿Puedes ir a visitarla? Tal vez necesite ayuda. —Sugiere él.

—Está bien, pero será por la tarde, cuando volvamos del trabajo. —Responde ella. Pasados unos minutos, hablan de algo y acaban riéndose. ¡Todo ya está arreglado!

Llegados a Lambraspata, papá y yo cosechamos el maíz. Mamá cuida las vacas. En mi caso, en vez de ayudar, estorbo; pero papá me deja hacer… Por dentro estoy inquieto por la riña de mis padres y voy a preguntar a mamá.

—Tu papá quería levantarte de la cama muy temprano. Yo me negué arguyendo que mi hijo debe dormir más. Él se enojó porque fueras dormilón. Dijo que solo los vagos duermen hasta tarde. Esta es la razón de nuestra discusión. ¿Entiendes ahora la preocupación de tu padre? También yo me preocupo por ti, quiero que duermas bien para que crezcas bien. —Me explica.

—“Entonces, yo soy el culpable de la pelea de mis padres”. —Me digo y prometo levantarme temprano y tender la cama… Al respecto, después de más de medio siglo de vida, no he logrado lo primero, pues me gusta dormir y desearía hacerlo todo el día; pero sí aprendí lo segundo. Es lo único que hago bien en la vida: tender mi cama.

“Recordar es volver a vivir”, pues rebuscando entre los archivos guardados en lo profundo de mi alma, veo a papá cultivando y regando el suelo con el sudor de su frente, para lograr “el pan nuestro de cada día”.

En mis “archivos”, también veo allá lejos la cadena montañosa del Salkantay y aquí, cerquita, las arrugas y recovecos de la sierra, obras de arte del escultor divino, quien, por muchos siglos, con las aguas de la lluvia, los vientos y las diversas fuerzas de la naturaleza, ha tallado bellamente a los Andes.

También recuerdo estar al borde de la chacra, muy metido en juegos de niño. Percibo la grandeza de los cerros, las flores y los pequeños seres que reptan entre las hierbas: mosquitos, arañas, chillikos y otros bichitos afanados en preservar su corta existencia. Oigo silbar a los pichinkos, cuculíes, urpis y torcazas ambientar el paisaje. Mientras la campiña está cubierta de variados mantos verdes. Allá lejos, las nubes se agazapan en la cordillera y el Qorawiri, serio como siempre, se ha disfrazado de nubes, parece un viejo barbudo… El lector entenderá que esos hechos son pequeños placeres que te concede la Pachamama, la madre naturaleza.

Para consumir el fiambre del mediodía, mamá extiende su manta de pallay. Hay mote, queso, verde picante con tortilla y chichita de qora. Las vacas dormitan rumiando a la sombra del lambras.

Al final, como siempre, papá extrae un cuartito de cañazo del bolsillo de su vieja casaca.

—¡Salud! —dice y vierte al suelo unas gotitas y se lo bebe. —¡Ajjj! ¡Carajo, qari kaypas sasam kasqa! (¡Ser varón también había sido difícil!) —Y ríe consigo mismo.

—Este viejo sigue con sus bromas—. Responde ella, riéndose.

—¡Calla vieja, el hombre sabe lo que hace! —. Replica satisfecho él y se echa sobre el poncho. Mamá toma la rueca y se pone a hilar.

Luego de un rato de descanso, se sumen en el trabajo. No les pierdo de vista. Un deleite de amor inunda mi pequeño corazón.

Después de cincuenta años—estoy absolutamente seguro—, mis viejitos me aman y cuidan desde el cielo. ¡Un beso para los dos!

Finalmente entiendo que las peleas entre los humanos son normales, lo malo es no saber reconciliarse para amar más y mejor. Y un valor agregado: ¡si ponemos a Dios de por medio, el amor es divino!

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