¡¡PERDÓN PAPACITO…!!!

por Héctor Gamarra Luna
383 vistas 8 min.
A+A-
Reinicio

Las anécdotas tienen diferente cariz, pueden generar miedo, tristeza, ira, alegría, sorpresa, culpa, admiración, curiosidad, etc. Esta que acabamos de recordar es de lo más hilarante, por ello me atrevo a compartirla y ojalá les divierta como a mí cuando la escuché.

En Abancay, como en casi todo el Perú, hasta hace poco el lonche era una de las cuatro comidas diarias obligatorias, muy semejante a la españolísima merienda o la hora del té de los ingleses. Se sirve siempre después del almuerzo y antes de la cena, preferentemente entre las 4:00 y las 6:00 de la tarde. Particularmente creo que más que una comida era un buen pretexto para juntarse en familia o contar con la presencia de personas muy allegadas para departir amablemente.

Hablando de esta costumbre tan arraigada, disfrutábamos de una amena sobremesa familiar, después de un delicioso lonche al final de una apacible tarde abanquina, cuando el sol, con sus últimos rayos, declinaba por detrás de la hermosa e imponente cresta pétrea del Ccorahuiri. Ese bucólico entorno nos invitaba a parlotear y escuchar con gran interés los relatos que se sucedían sin descanso, y uno de ellos es este que le sucedió a una de las participantes de esta velada.

Ella, una guapa señora rubia y de imponentes ojos claros, quien en sus primeros años de vida laboral se desempeñaba como Profesora de Educación Inicial en el Jardín de Niños N° 21 de Abancay, estaba recién casada con un joven y apuesto abanquino, pero aún no tenían progenie. Habían quedado que, a comienzos del próximo año, en las vacaciones escolares, ella sola (debido a que él debía atender el negocio familiar), iría a Lima con las consabidas obligaciones de visitar a la familia, departir con las compañeras de “promo” que residían en la capital, realizarse los chequeos médicos de rigor y naturalmente veranear y ponerse al día en los últimos gritos de la moda. Para ello, durante todo el año iba ahorrando meticulosamente de modo que no tuviera restricciones en el bien planificado y anhelado viaje.

 

Si te gusta nuestro trabajo y contenidos, invítanos un café.

¡ Ayúdanos a que esta luz siga encendida !

La cultura florece cuando todos la cultivamos.

Yapea o Plinea al 985 513040 o haz clic en este botón:

QUIERO APOYAR

Llegado el mes de diciembre y con la debida antelación, se apersonó a las instalaciones de la más renombrada empresa de transportes y adquirió su boleto para los primeros días de enero, obviamente en “primera clase” para viajar cómodamente y sin interrupciones a la hora de tomar los alimentos o hacer uso de los servicios, pues de todo eso se encargaban los tripulantes de la empresa.

Y llegó el día, con una mezcla de nostalgia por dejar solo a su esposo y la dicha de cumplir los propósitos planeados, se fue a la capital. Huelga decir que el tiempo en Lima pasó volando y que, entre los exámenes médicos, recetas, reuniones con las amigas y uno que otro gasto extra, habían mermado ostensiblemente sus recursos económicos. Aún faltaban muchos días para recibir su sueldo, pero era imprescindible comprar ya el boleto de retorno, por lo que naturalmente tuvo que apersonarse a la misma empresa de transportes. Esta vez, con algo de rubor por la disminuida economía, tuvo que adquirir su boleto en “clase económica”, no quedaba de otra.

En la fecha indicada, y llevándose algunos bocadillos para paliar el hambre en el viaje, pues esta vez sí tenían que hacer las paradas de rigor en los consabidos restaurantes de la ruta, se instaló en su asiento ubicado hacia el pasillo, sorprendida de que hasta que salieron, el asiento contiguo no tenía ocupante, así como muchos asientos en el ómnibus.

– Bueno – pensó – será que no había muchos pasajeros para ese día, mejor que mejor, así podré viajar más cómodamente y me repantigaré ocupando los dos asientos.

Poco duró la comodidad de ser la única ocupante de esos asientos, pues al cabo de un momento el ómnibus hizo una parada en su estación de Atocongo y, para su sorpresa, subió toda una bulliciosa delegación deportiva de un club de fútbol. Entre jugadores, dirigentes y auxiliares sumaban más de 20 personas que coparon todos los asientos hasta ese momento libres. El joven que ocuparía el asiento contiguo al suyo le solicitó muy respetuosamente que le diera espacio para tomar posesión del que le correspondía, ubicado hacia la ventana, petición que a regañadientes aceptó.

Pasado el instante de irritación por la mal interpretada invasión de su privacidad, pensó ya calmada que era largo el trayecto que tenían por delante y sería conveniente mantener una relación cordial. Amablemente podría conversar sobre diferentes temas que hicieran más llevadero el recién iniciado periplo.

– ¿Hola joven? Se ve que son una delegación muy numerosa. ¿Me podría decir a dónde van y qué harán? – preguntó.

El muchacho, molesto por la forma como fue tratado, volteó cejijunto hacia ella y le contestó con acento muy cortante:

– Vamos a Abancay a jugar Copa Perú con el ENMA La Salle.

Sin darse por enterada de la forma como recibió la respuesta y si se quiere aún más amablemente, persistió:

– ¿Qué saben de Abancay? ¿Cómo están en la competición? ¿Qué resultado esperan lograr?

Nuevamente, con rostro adusto contestó:

– De Abancay sabemos muy poco. El ENMA es un equipo muy difícil así que vamos a jugar un partido de vida o muerte.

Luego se volteó hacia la ventana y enfurruñado se puso a mirar el paisaje circundante a la carretera, dando el claro mensaje de que no quería entablar ninguna conversación con ella.

– Oggg – se dijo para sí – si no quiere conversar, él se lo pierde. Total, yo me puedo abstraer en mis recientes vivencias y pensar todo lo que le contaré a mi esposito cuando llegue a Abancay.

Acomodó sus enseres, se arrellanó en su asiento y empezó a hacer un minucioso recuento de todas las cosas que había hecho en Lima y no pasó mucho para quedarse profundamente dormida, tan profundamente que no se dio cuenta que el carro había parado en Nasca para que los pasajeros se sirvieran la cena, consumo que obviamente era pagado por cada consumidor. Ella no se dio cuenta cómo habría pasado el joven sin molestarla ni despertarla. Sin embargo, cuando retornaron bullangueramente, ella se puso en una condición de duermevela, es decir, ni muy despierta ni muy dormida.

Estando en esa condición, “vio” que uno de los jugadores que tenía su asiento en la parte posterior del bus, subrepticiamente tomó su cartera y se la llevó al fondo, con la clara intención de quedársela y sustraer todas sus pertenencias.

Ella, saliendo abruptamente de su sopor y abriendo desmesuradamente sus ojos verde-turquesa de donde brotaban chispas, dio un brinco hacia donde se encontraba el muchacho y encarándole le increpó levantando la voz:

– ¡¡ Oiga, devuélvame lo que se ha robado!! ¡¡ devuélvame lo que se ha robado!!

– Señora, yo no robé nada, si no, pregunte a quien quiera – le contestó volteándose asombrado el increpado joven.

– ¡¡Si, tú te lo has robado!! – siguió machacando furibunda, ¡¡ Has robado mi cartera y yo lo vi con mis propios ojos!!

– Señora, por favor, yo no robé nada. Es más, si quiere revise mis pertenencias y le aseguro que no encontrará nada de lo que me acusa.

Y así entre – Tú me robaste – Yo no fui – Tú te robaste mi cartera – Señora, está loca, yo no robé nada – pasó un buen rato, hasta que al fin ella, resignándose a la pérdida le dijo:

– ¡No importa, quédate con mi cartera, al fin y al cabo, no tenía plata, así que te chafaste! ¡Ladrón, ladrón, mil veces ladrón!

– Señora…

– ¡Ratero! Felizmente no tenía nada en mi cartera… ¿por qué crees que estoy viajando en este carro? ¿Por qué crees que no bajé a cenar? ¡Porque no tengo plata! Así que por las puras me robaste, quédate con mi cartera si quieres, ¡Ladrón!

Dicho esto, todavía rumiando su rabia, dio la vuelta violentamente y regresó a su lugar y, al querer sentarse, ¡oh sorpresa!, su cartera estaba allí donde ella la había dejado, es decir, en el bolsillo que tienen los asientos en el respaldo del asiento anterior.

– Dios mío, qué vergüenza – pensó – y ahora qué hago, qué le digo a ese pobre joven a quien humillé tan groseramente… qué vergüenza.

Y así se quedó un buen rato tratando de calmarse y pensando qué le iba a decir para desagraviarlo.

Respiró profundamente y dándose valor, volvió a pararse y ruborizada hasta el extremo se dirigió hasta donde estaba sentado el joven acusado. Lo encontró taciturno y con el rostro apesadumbrado por las ofensas recibidas y, sin saber qué decir para desagraviarlo, solo atinó a decirle:

¡¡PERDÓN, PAPACITO… PERDÓN…!!

¿…?

No me había fijado entre mis cosas y efectivamente tú no me robaste nada. Aquí está mi cartera… Por favor… PERDÓN… PERDÓN, PAPACITO… PERDÓN.

El muchacho, comprensivo, solo atinó a decirle:

Está bien, señora, pero, para otra vez, primero fíjese en sus cosas antes de acusar tan alevosamente a las personas y dañar su dignidad.

Gracias, joven. Esto me servirá de lección para no ser tan impulsiva.

Está bien, señora. Está bien.

Ella creyó que las cosas volverían a su cauce normal, pero no se dio cuenta de que, entre los jóvenes, este tipo de incidentes tienen repercusión y les sirve como pretexto para hacer chacota. Entonces, cada vez que el afrentado muchacho se paraba para bajar del bus o se movía para hacer cualquier cosa, los demás, al unísono, comenzaban a gritar:

¡Cuidado, se paró el ladrón! ¡Ladrón! ¡Ladrón!

Así se desarrolló todo el viaje, y los gritos y bromas de los jóvenes compañeros del futbolista no permitieron que ella olvidara ese terrible desliz.

Cuando llegó a Abancay, esta anécdota fue lo primero que ella contó a su esposo y, a modo de desagravio, aun cuando nunca le interesó el fútbol, le pidió a su consorte que la llevara al Estadio “El Olivo” para que lo conociera y ver ese partido que el joven señaló como “de vida o muerte”. No recuerda cuál fue el resultado, pero de este incidente jamás se olvidó.

error: ¡Lo sentimos, este contenido está protegido!

Este sitio web utiliza cookies para mejorar su experiencia. Suponemos que está de acuerdo, pero puede darse de baja si lo desea. Aceptar Seguir leyendo