Una llamada a la renovación
Había una vez un barco en el que viajaban muchos pasajeros. Todos iban confiados, tranquilos y distraídos por las actividades de diversión y entretenimiento que había en la nave, absolutamente indiferentes a lo que sucedía en el puente de mando y los alrededores. Algunos pocos se habían dado cuenta de que quienes dirigían el barco no solo no lo sabían manejar, sino que estaban robando, abusando del poder y la confianza que les habían dado, pero la mayoría callaba para evitarse problemas, sobre todo, si les caían unas migajas de lo escamoteado. Los pocos que lo denunciaron fueron ignorados, tildados de locos, y entre estos, incluso algunos habían desaparecido, quizás engullidos por los tiburones. En cada puerto, los que dirigían la nave vendían parte del cargamento y el equipaje, que no les pertenecía, y hasta partes de la misma nave, pero los pasajeros no se percataban de nada. Ellos seguían felices, tranquilos y confiados, pues mientras tuvieran con qué pasar el rato, no les interesaba lo que pasaba alrededor, ya que estaban ciegamente confiados en que pronto llegarían a buen puerto.
Así veo nuestra realidad: nuestro país es ese gran barco. Un barco que todos compartimos, que nos lleva a través de las turbulentas aguas de la historia, en el que la mayoría permanece indiferente mientras unos cuantos pillos se aprovechan de nuestra pasividad.
Un grito silencioso por justicia y dignidad
En el corazón de esta tragedia, encontramos un Congreso que, lejos de ser la voz del pueblo, se ha convertido en un escudo para los privilegiados. Estos «padres de la patria» se han preocupado más por blindarse contra la justicia que por legislar con la calidad y honorabilidad que su pueblo merece. Sus acciones (o la falta de ellas) son como bofetadas en el rostro de cada ciudadano que lucha día a día por un futuro mejor.
El Poder Ejecutivo, por su parte, es como un capitán ebrio al timón de un barco en medio de una tormenta. La incompetencia reina en todos los niveles y ámbitos, desde ministerios hasta agencias gubernamentales. Y como si esto fuera poco, la corrupción se ha extendido como un cáncer, devorando los recursos que deberían destinarse a escuelas, hospitales, carreteras y a desarrollo del estado. Este mal no conoce fronteras entre gobiernos locales, regionales o nacionales; es una plaga que consume la esperanza de millones.
Los vicios del poder son como llagas abiertas que no cicatrizan. La corrupción, el clientelismo y la captura del Estado por élites económicas no son meras palabras en un informe; son los grilletes que nos mantienen encadenados a la pobreza y la desesperanza. El poder del dinero reina supremo, permitiendo que un puñado de privilegiados coloque autoridades a su antojo, como si el gobierno fuera un juego de ajedrez donde ellos mueven todas las piezas.
Este sistema perverso se perpetúa a través de prácticas que hieren la dignidad humana: el nepotismo coloca a hijos, hermanos y amigos en puestos de poder, mientras millones de jóvenes talentosos ven sus sueños marchitarse. El abuso de poder no es la excepción, sino la regla, erosionando la confianza pública hasta convertirla en un cascarón vacío. Cada escándalo, cada caso de corrupción descubierto, es una puñalada más al corazón de la democracia.
La concentración de poder en manos de unos pocos no es solo una estadística; es la razón por la que familias enteras viven en la miseria mientras una élite nada en la opulencia. Es la razón por la que niños van a la cama con hambre mientras políticos corruptos cenan en restaurantes de lujo y viajan en primera clase. Los caudillos locales, verdaderos señores feudales del siglo XXI, utilizan tácticas informales y a menudo violentas para aferrarse al poder, pisoteando los derechos y las esperanzas de sus propios pueblos, trabajando arduamente por frenar la cultura y mantener al pueblo en la ignorancia.
Este círculo vicioso no es solo un obstáculo para el desarrollo democrático y social; es una condena a la pobreza y la marginación para millones de seres humanos. Familias enteras viven sin acceso a educación de calidad, atención médica digna o oportunidades laborales justas. Y lo que es peor, se les niega incluso la esperanza de una representación política efectiva que pueda cambiar su situación.
Los aprendices de brujo en el poder
¿Quizás recuerden la historia del aprendiz de brujo? La recreó Disney en un cortometraje con Mickey Mouse, basándose en el poema de Goethe. En esta historia, un anciano hechicero deja a su joven aprendiz (Mickey) a cargo de su taller, dándole instrucciones de llevar agua del río. El aprendiz, buscando una solución más fácil, usa un conjuro del brujo para encantar una escoba que realice la tarea por él. Sin embargo, no sabe cómo detenerla y la escoba sigue trayendo agua hasta amenazar con inundar el lugar. Desesperado, corta la escoba en dos, solo para ver que ambas mitades siguen llevando agua. Finalmente, el brujo regresa y deshace el hechizo. Esta breve historia nos enseña que no debemos invocar poderes que no podamos controlar.
Aquel joven inexperto que, en su afán por ahorrarse trabajo, desató poderes que no sabía controlar. ¿Eso, no suena familiar? Nuestros políticos y funcionarios públicos son como ese aprendiz, pero sus acciones tienen consecuencias mucho más graves.
Hemos puesto las riendas de nuestras instituciones en manos de «aprendices de brujos», personas que, en muchos casos, carecen de la preparación necesaria y la ética para manejarlas. Y lo que es peor, lo hemos permitido sabiendo que su principal habilidad e intención es llenarse los bolsillos, pues invirtieron millonadas en sus campañas.
Y para colmo de males, los tiempos actuales, los han premunido de excelentes herramientas que les permiten potenciar sus malas actividades: La tecnología.
La tecnología: Poder de doble filo
Si un niño juega con fósforos en una habitación llena de papeles, seguramente es emocionante para él, ¿verdad? No mide el riesgo que podría hasta costarle la vida. Algo así está sucediendo, solo que nosotros somos el niño, esa habitación es nuestro planeta y los fósforos son el poder que hemos acumulado como especie.
La tecnología es una poderosa herramienta para todos, no importa quién la use; fortalece a buenos y malos, he ahí el riesgo.
¡Tremenda encrucijada! Hemos llegado tan lejos que podemos tocar las estrellas, pero también estamos al borde de quemar nuestra propia casa. Nos llamamos Homo sapiens, el “humano sabio”. Pero seamos honestos, ¿estamos a la altura de ese nombre? Tenemos el poder de un dios, pero la sabiduría de un niño con un martillo o la de «monos con metralletas». Estamos jugando con el termostato del planeta sin entender completamente cómo funciona. Estamos creando inteligencias que podrían superarnos sin tener un plan de qué hacer si eso ocurre. Y mientras tanto, seguimos acumulando armas capaces de borrar toda la vida en la Tierra.
La tecnología es una poderosa herramienta para todos, no importa quién la use; fortalece a buenos y malos, he ahí el riesgo.
La tecnología, cuando es mal utilizada, puede ser una herramienta poderosa para empoderar más y mejor a los codiciosos y corruptos. A través de sistemas complejos y difíciles de rastrear, pueden ocultar sus actividades ilícitas, manipular datos, desviar fondos y evadir la justicia, permitiéndoles actuar a nivel global, moviendo dinero y recursos con rapidez.
Sin embargo, no perdamos de vista que la tecnología puede ser también una gran aliada en la lucha contra la corrupción, si se emplea adecuadamente para promover la transparencia, la rendición de cuentas y la vigilancia ciudadana. Todo depende de cómo se use y quién la controle.
La tormenta perfecta
Imaginemos que al barco del que hablábamos al inicio de este artículo lo acometieran dos tornados. Uno es el de la incompetencia, grande, poderoso pero disimulado, y el otro es el tornado de la corrupción, gigantesco, oscuro y fétido. El resultado es una tormenta perfecta. ¿Qué será del pobre barquito? ¡Esa es nuestra realidad!
Por un lado, tenemos la incompetencia: decisiones mal tomadas, recursos mal gestionados, problemas que se agravan en lugar de resolverse. Por otro lado, la corrupción: el saqueo sistemático de los recursos públicos, la perversión de las instituciones para beneficio personal.
Es como si, en nuestro barco, el capitán no supiera leer las cartas de navegación y, además, decidiera vender las tablas del casco a los tornados y a quien quiera pagar algo por lo que quede.
El costo del naufragio
¿Y quiénes pagan el precio de este desastre? Nosotros, los ciudadanos de a pie. Somos nosotros quienes sufrimos los servicios públicos deficientes, la falta de oportunidades, la desigualdad creciente. Somos nosotros quienes vemos cómo el barco en el que viajamos hace agua por todas partes, y somos nosotros quienes pereceremos ahogándonos en un mar de desgracias.
No podemos decir en el aparato estatal y público todos son corruptos e incompetentes. Hay todavía funcionarios honestos y eficientes entre ellos. Son pocos, pero son. Ellos tienen más mérito por ser honorables y no haberse dejado llevar por el montón.
Pero cuidado, no caigamos en la trampa de pensar que esto es culpa de unos pocos, de algunas «manzanas podridas». ¡No señor! El problema es sistémico, está en la forma en que hemos construido nuestras redes de poder político y administrativo. Aquí, el que no se pliega a la corrupción es segregado, odiado, vilipendiado.
Los corruptos, sin embargo, pueden engañarnos a todos, pero, ¿Engañaran a sus conciencias?, ¿Como dormirán?, ¿Cómo miraran a los ojos de sus hijos?, ¿Cómo darán cuentas al Señor el día que se vayan?
Un nuevo rumbo para el barco del Estado
Entonces, ¿Qué hacemos? ¿Nos resignamos a hundirnos con el barco? ¡De ninguna manera! Es hora de tomar el timón y cambiar el rumbo.
¿Cómo hacerlo?
No tengo la receta, pero en mi opinión hay por lo menos cinco cosas que sí podemos y debemos hacer:
- Educación y cultura: Es la base de todo. Necesitamos ciudadanos informados, cultos y críticos. Personas que no se dejen engatusar. Personas capaces de pensar de manera lógica y estructurada para exigir cuentas a sus representantes y participar activamente en la vida pública.
- Transparencia radical: Abramos las puertas y ventanas de nuestras instituciones. Que cada decisión, cada gasto, cada nombramiento esté a la vista de todos. Hay una ley para eso, pero es letra muerta, nadie la cumple. Es crucial fomentar una cultura de ética y responsabilidad.
- Meritocracia real: Pongamos al frente de nuestras instituciones a los más capaces, no a los más conectados, no a los que han pegado carteles y gritado en los mítines, no a los parientes y amigos. Busquemos a los más hábiles, a los más leídos, a los que tienen un historial impoluto y viven guiados por sanos valores.
- Rendición de cuentas: Creemos mecanismos efectivos para que aquellos que traicionen la confianza pública paguen las consecuencias. ¡No basta con la cárcel! Si bien el encarcelamiento es una consecuencia necesaria, también es fundamental implementar medidas que aborden las raíces de la corrupción. Se debe aplicar la incautación de todos los bienes adquiridos ilícitamente, sanciones económicas, inhabilitación permanente para ocupar cargos públicos.
- Participación ciudadana: Involucremos a la sociedad civil en la toma de decisiones y en la vida política. El poder no puede seguir siendo un círculo cerrado de políticos profesionales y grupos de influencia que cambian de bandera como quien cambia de zapatos. Ya es hora de que los buenos ciudadanos asuman responsabilidades, especialmente los jóvenes y aquellos que nunca han tenido contacto con el poder. Nuestro futuro depende de voces nuevas, frescas y comprometidas, que participen activamente en la construcción de una sociedad más justa y equitativa. La política debe ser el reflejo de todos, no el dominio de unos pocos.
Debemos, en suma, fomentar una cultura de ética y responsabilidad y reforzar la educación cívica, moral y espiritual. Solo con un enfoque integral se podrá erradicar la corrupción y restaurar la confianza en las instituciones públicas.
El desafío para los jóvenes
Este es un desafío para los jóvenes. Tenemos que pasar de ser pasajeros pasivos a ser la tripulación activa de nuestro barco-Estado. ¡No será fácil!
Los que se benefician del sistema actual lucharán con uñas y dientes para mantener sus privilegios. Pero si hemos sido capaces de llegar a la luna, de crear inteligencias artificiales, de descifrar el genoma humano, ¿Cómo no vamos a ser capaces de crear un sistema político y administrativo que funcione para todos?
Es hora de despertar, de organizarnos, de exigir el cambio que necesitamos. Es hora de dejar la modorra y sacudirnos del conformismo. Porque si no lo hacemos, si seguimos permitiendo que los incompetentes y los corruptos dirijan nuestro barco, no nos sorprendamos si pronto nos encontramos en el fondo del mar.
El futuro de nuestra sociedad está en juego.
¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo que nuestros sueños de un país justo y próspero se ahogue en un mar de corrupción, incompetencia y desigualdad? Es hora de que cada ciudadano, cada joven, cada trabajador, alce su voz y exija el cambio que merece. Porque la verdadera revolución no se hace con armas, sino con votos informados, con participación ciudadana activa y con la determinación inquebrantable de construir un futuro mejor para todos.
La lucha no será tarea de un día, ni de un año. Será el trabajo de una generación entera que debe decidir si quiere ser recordada como la que se rindió ante la corrupción o la que finalmente rompió las cadenas de la injusticia. El camino es largo y difícil, pero cada paso hacia la transparencia, la rendición de cuentas y la verdadera democracia es un paso hacia la dignidad y la esperanza para millones.
El futuro de nuestros hijos y de nuestro país está en juego. ¿Qué eliges tú?
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