Un ramillete de poesías por el «Día del Padre»
TRAS LAS HUELLAS DE NUESTRO PADRE
por Hermógenes Rojas Sullca
Por mucho tiempo he seguido tus huellas, padre querido,
en silencio, para no interrumpir tu peregrinaje;
y a pesar de mi filial curiosidad, no me he atrevido
a preguntarte por los motivos de tu largo viaje.
Quiero sentarme contigo a la vera del camino,
para que me cuentes pasajes de tu historia vivida
con todos los condimentos de tu espíritu andantino
y me nutra yo con tu enorme experiencia adquirida.
–Querido hijo: soy hijo de estas formaciones andinas,
por eso tengo el pulmón de los vientos cordilleranos
que recorren zonas vallinas y regiones cumbrinas
como desentrañando nuestros orígenes peruanos.
–Entre el rumor de los ríos y el verdor de los maizales
he crecido jugando con perros e hijos de vecinos;
he aprendido a pastar bravos y mansos animales:
vacunos, equinos, caprinos, ovinos y cochinos.
–Aprendí a leer en la escuela del pueblo donde nací
con una Maestra, mitad trabajo mitad corazón;
en las páginas del Catecismo el bien y el mal vi,
y culminaba el día elevando al cielo una oración.
–Andando la vida, llegué a profesar la profesión
que me dio el sustento y la fuerza para batallar;
en eso llegaron ustedes, familiar bendición,
para conjugar en modo indicativo el verbo amar.
Pero, Padre, ¿por qué esa pausa y ese hondo suspiro,
precisamente cuando hablas de la sangre familiar?
¡Me parece adivinar, cuando a los ojos te miro,
que por tus hondas penas lágrimas quieres derramar!
–La vida, hijo mío, está llena de tantos sentimientos,
tantas emociones, tantas derrotas, tantas victorias,
que ocupan el laberinto diario de los pensamientos
convirtiéndose en insumos de nuestras tristes historias.
Te entiendo, querido Padre, y los detalles no menciones.
Tus silencios decidores, tus palabras elocuentes,
tus nobles acciones, tus paternales ocupaciones,
están cincelados en nuestros corazones y mentes.
–Buen hijo de mi vida: ¿Ahora te puedo preguntar?
¿Amas a tu padre? ¿Amas a tu madre y a tus hermanos?
¡Jamás los hagas sufrir y jamás los hagas llorar!
¡Nunca seas parte de ingratos y malsanos ciudadanos!
PADRE YA SIN HIJO
por Hermógenes Rojas Sullca
Felices los padres que no perdieron a su Hijo,
porque podrán escuchar la palabra “Papá”
en medio del gentío o en lejano escondrijo
con ternura filial que el tímpano guardará.
Felices los padres que pueden ir por las calles
abrazados con su Hijo mirando el horizonte,
con paso firme hasta las cumbres desde los valles
para juntos cantar victoria en ultramonte.
Felices los padres cuyos Hijos perennicen
su nombre en los altares de la gratitud,
y en la memoria filial sus obras paternicen
por que no mueran del olvido en la ingratitud.
No muy felices aquellos padres que perdieron
al Hijo amado en pleno camino de la vida;
con su ausencia cuántas esperanzas murieron,
pues deja hondas cicatrices la filial partida.
¡SONRÍE, PAPÁ!
por Hermógenes Rojas Sullca
Sonríe, Papá, mientras puedas ver los rayos del sol
que esparcen sus bendiciones en el azul firmamento;
y salta, brazos arriba, como celebrando el gol
del triunfo y tu voz se expanda a través del fresco viento.
Sonríe, Papá, mientras observes el bello panorama
de la vida en el bosque inmenso de pájaros cantores;
y al escuchar que una ´paloma canta sobre una rama´,
toca esa guitarra errante con tu canción de amores.
Sonríe, Papá, mientras tu lista mente y tus fuertes brazos
logren más victorias en la gran batalla por la vida;
y me enseñes, como siempre, que las caídas y fracasos
solo son aprendizajes en la carrera emprendida.
Te admiro, Papá, porque te quieren como te quiero,
esos sanos hombres y mujeres que son tus amigos;
y a veces no te entiendo, y te me quito el sombrero
cuando tú sí entiendes y perdonas a tus enemigos.
Padre mío, padre querido, padre amado y adorado:
abre tus brazos y dame el calor de tu pecho amante
para decirte en secreto lo que por tiempo he callado:
¡No dejes de cuidarme y quererme hasta tu último instante!
SI ESTUVIERAS AQUÍ
PAPÁ LEONIDAS ROJAS GUEVARA
por Hermógenes Rojas Sullca
Si estuvieras aquí, papá Leonidas Rojas Guevara…,
los largos caminos no me habrían sido tan espinosos;
y aunque la maldad malosa tantas veces me golpeara,
con tu dulce mirada vencía yo trechos escabrosos.
Me enseñaste a abrir surcos de la tierra para comer,
en esas chacras de nuestro Huanipaca tan querido.
Hoy siembro semillas en los jóvenes de bien querer
cosechando alegrías al saber que han aprendido.
Pero es que te nos fuiste muy temprano, padre amado,
y lloramos tus hijos como nunca habíamos llorado.
Y cuando el más pequeñito, al ver que no despertabas
mucho se inquietó, tú en viaje sin retorno ya estabas.
Tampoco ya estamos todos los hermanos, papá.
De seis, quedamos cuatro. Alcira y Rubén te siguieron.
Yo, José, Nely y Leonidas, aún estamos acá.
Las paredes de nuestra casa, también ya se cayeron.
Mamá Eudocia, tu esposa, papá, partió hasta tu morada
en plena abanquinidad de fiesta miguelgrauina;
y un par de “Pioneros”, creo, me dio en el hombro una palmada
en estos nuevos climales de mi querencia abanquina.
“Nos vamos quedando…, solos”, cual titula un libro mío.
Tu hermano Virgilio se fue antes que tú, y sufrimos mucho.
Tu hermana Pilar acaba de irse dejando gran vacío;
y sus voces querenciosas, siempre que estoy solo, escucho.
Con qué dolor te enterré, padre, aquel noviembre fatal.
Con qué valor ya sin valor, sepulté a Hermito, mi hijo.
Siempre hay cosas inexplicables para el hombre mortal.
Por eso me hago tantas preguntas ante un crucifijo.
Ya no soy dieciochero, mi querido papá Leonidas.
Ya mis cabellos son de plata en el mundoso vivir.
Ya es llegado el tiempo de evaluar nuestras vividas vidas.
Ya es hora de preguntarme: ¿Queda tiempo pa’escribir?
Pero volviendo a lo nuestro, mi Leonidas, padre amado:
¿Cómo te tratan a ti, allá en los predios celestiales?
¿Es verdad que todas las cosas ya se han santificado?
¿O hay todavía fuego de los hornos infernales?
Padre mío del alma: ¡Qué lindo haber charlado contigo,
aun sin espacio, aun sin tiempo…, y que me hayas escuchado!
Papá Leonidas, me hace frío y sopla el viento en el trigo:
¡Cúbreme con poncho andino que mi madre te ha dado!
PAPITO PAPÁ
por Hermógenes Rojas Sullca
Qué lindo es quererte
papito, papá;
me muero por verte
juntito a mamá.
Cuando sea grande y fuerte
seré bueno como tú;
batallando hasta la muerte
al servicio del Perú.
Dime padre: ¿por qué los mayores
por los vicios vencidos están?
¿Todavía podrán los valores
derrotar al malvado Satán?
Por este mundo que a cambiar no se atreve
ya no te aflijas mi querido papá;
mejor brindemos por la vida que es breve
porque mañana otra historia será.
He caminado larga jornada, padre amado…
Mis arrugadas manos ya portan un bastón…
Y al recordar las veces que no te he escuchado,
¡me duele el alma herida clamando tu perdón!
UN DÍA LLORARÁS POR TU PADRE Y NO LO TENDRÁS
por Hermógenes Rojas Sullca
Un día llorarás por tu padre y no lo tendrás:
se habrá ido sin retorno a la mansión de la nada;
buscarás abrigo en sus brazos y no hallarás:
sus manos estarán yertas en la tumba helada.
Con sus fotos junto a ti, cerca de los demás,
volverán los recuerdos de tu edad pasada;
querrás mirarle, estrecharle, hablarle,
y no podrás: ya la luz de sus ojos estará apagada.
En la atroz soledad, su presencia ansiarás,
para oírle una palabra o sentirle una palmada;
te dolerá no haberlo querido un poco más,
y sólo el silencio contestará a tu llamada.
Volando errante como el ave, sentirás
el golpe de su ausencia en tu corazón;
caerán tus alas a tierra y sollozarás
pidiendo a su noble alma el último perdón.
El nombre que pronunciaste después de mamá
es la savia vital que fuiste antes de ella;
para el hombre que se ha graduado de papá
es la expresión filial más dulce y más bella.
Dale gracias a Dios que te dio un progenitor
que compartió contigo tus horas infantiles;
cuántos hay que huérfanos del paterno amor
han sufrido tristezas y amarguras terribles.
A veces con tu padre te habrás disgustado,
—hasta pensaste que otro hubiera sido mejor—;
pero… ¡y cuántas veces te habrá perdonado!
porque jamás fuiste para él su fruto peor.
Vé a su lecho final de humano mortal
y observa el rocío entre las flores de alhelí;
quién sabe es el sudor de su angustia terrenal
o son lágrimas dolientes de padre por ti.
Por ley de la vida, o padre o madre serás:
el sol de la tarde en la mañana reaparece;
y aquello que diste o quitaste recordarás:
gratitud que ennoblece o ingratitud que envilece.
Conocí al mío en batalla contra la pobreza:
mente, corazón y brazos eran su riqueza.
¡Ay, temprana muerte!: una tarde de noviembre,
triste y solo me quedé sin padre para siempre.
MI QUERIDO PADRE
por Hermógenes Rojas Sullca
Mi querido padre se levanta muy temprano
porque el nuevo día lo llama a trabajar;
se pone el viejo reloj en su incansable mano
y se marcha de la vida el sustento a buscar.
Si las cosas le han ido bien en su trabajo,
vuelve contento sonriendo con paterno amor;
si en la jornada diaria sufrió un grave altibajo,
viene en silencio ocultando su humano dolor.
Me encanta cuando cuenta sus hazañas y de otros,
y reímos todos con sus bromas y picardías;
es más lindo papá cuando juega con nosotros
y entiende con cariño nuestras majaderías.
Quién sentiría el dulce hogar sin su presencia,
de dónde vendrían los regalos y paseos;
cuántas lágrimas rodarían por su ausencia,
qué amparo ya tendrían los filiales deseos.
Si tú eres tan bueno, padre mío, no nos dejes.
En qué cruel soledad este mundo acabará.
Si ya no hay estrellas en la noche, no te alejes,
y prométenos nunca pelearte con mamá.