Es notorio que el talento humano nacional que, en parte debería estar en la política, no lo está y no hay indicios razonables para pensar que estén en los siguientes 10 años, por lo menos. Salvo honrosas excepciones que, al margen de sus orientaciones ideológicas; representan el señor De Soto y el señor López Chau-Rector de la UNI- el menú electoral se avizora “verraco”.
Se dice que una persona tiene talento cuando consigue desarrollar competencias prosociales que le permite realizar análisis, síntesis, discernimiento, prospectiva país y capacidad de acción para dialogar, articular y consensuar esfuerzos recíprocos y resolver problemas comunes del país a partir de sus habilidades directivas, de organización y liderazgo integrador, del juego limpio y constructivo pensando en el país, atributos de los que no goza nuestra representación nacional, a decir por sus propios hechos y actos.
En general, el comportamiento organizacional y la cultura de los políticos de todo el sistema político peruano nos demostraría penosamente que está conformada por personas de insuficiente conciencia social, escaso pensamiento crítico, bajo desarrollo de inteligencia emocional, bajo interés por el bien común con preferencia por el beneficio propio y alto interés por el aprovechamiento personal; rasgos narcisistas egoístas, codiciosos, afán de lucro y de poseer. Actitudes con prescindencia de la empatía, la solidaridad, de los valores éticos, cívicos y morales. Perdida del sentido de trascendencia personal. Acción preferente impulsado por el deseo más que por la necesidad vital lo cual denota inferioridad compensada.
La explicación de estas circunstancias es por el deterioro de las estructuras de la sociedad, por la pérdida de la eficacia de la ley y la función de las instituciones y el agotamiento del sistema político y por efecto- en gran parte- de la corrupción; término que indica el mal uso por parte de un funcionario de la autoridad y los derechos inherentes que sus electores les confiaron.
Siendo que el congreso solo tiene un 5% de aprobación. Esto refleja un estado psicosocial y mental de creciente sensibilidad, caracterizado por las desconfianzas, percepción de inestabilidad y carestía económica, pesimismo, permisividad a conductas deshonestas y psicopáticas, fastidio y desapego a la función pública y alejamiento de la política por considerarla actividad envilecida, sin prestigio intelectual, cultural y social. Por eso es que las personas no quieren saber nada que implique participación en partidos ni en política. Por eso es que el talento peruano necesario no está en la política y el electorado se informa memos y vota tapándose la nariz, por quien fuera, auto defendiéndose de lo que considera amenaza. Porque percibe además, que la fuente del poder opera y se digita por fuera de la institucionalidad y de los poderes legítimamente constituidos.
Estamos frente a una olla a presión.
Urge retomar las reformas para mejorar el sistema político nacional y fortalecer las creencias y las ideologías cohesionadoras desde la democracia interna real y auténtica de partidos fuertes o coaliciones pro país con liderazgos sinérgicos y confiables.
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