¿QUIÉN CORRE MÁS?

por Roger Bedia Benites
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Reinicio

Lima, 26/06/2016

Hace poco, en algún lugar de Lima, se dio una reunión a la que asistieron varias chicas santarrosinas. Como quiera que ellas fueron formadas con las rigideces doctrinarias de un colegio conducido —biblia en ristre— por las abnegadas como lindas madrecitas dominicas, sonrojada una de las chicas que le gustaba contar recuerdos de juventud —de quien no vamos a decir su nombre— hizo recordar con ruidoso alarde discursivo lo que un día una de las madres, quien a su vez habría contado con inusual estilo y jocundo propósito, un episodio risible que se extendió como chanza por toda la ciudad.

Se paró risueña desde su asiento y con la licencia que le propinaban las varias copitas de fino licor que llevaba bebiendo, dijo ella, ante la perpleja y curiosa atención de las chicas presentes que, una vez en el colegio, en medio del barullo de salón de clases que lucía abarrotado de alumnas de 4to A, y haciéndose escuchar dijo que un día de aquellos en los que sobran necesidades, dos madrecitas profesoras del colegio (cuyos nombres tampoco diremos por respeto a sus memorias) se fueron al mercado de Huanupata a hacer unas compritas vespertinas. Ya era tarde ese día, como las 5 pm. Calcularon con acierto. Ambas a la sazón estaban vestidas con sus largos y limpios hábitos que refulgían por la calle, que lucía atestada de bastantes personas. Acotó que luego de hacer las compras ya cuando estaban de regreso, ambas madrecitas se dieron cuenta de que una persona de apariencia fatal —que les pareció un maleante por su facha—, caminaba en la misma dirección, a varios pasos tras de ellas. Al hombre se le veía con afanes sospechosos, según intuía con afán nervioso la madrecita de más edad. Mientras la desconfianza hacía presa de ellas, la de menor edad le dijo a la intuitiva madre, en actitud preventiva:

— Madre, ¿se ha dado cuenta de que hay una persona que nos persigue?

— Sí —contestó la otra con los nervios de punta.

Ambas entraron en pánico y les temblaban hasta los hábitos que tan pulcros llevaban como dándose por protegidas.

— ¿Qué hacemos, Madre? —increpó la primera, a lo que la segunda propuso:

— Nos separamos; usted se va por la calle Miscabamba y yo por la Garcilaso, caminaremos a todo dar y no paramos hasta llegar al colegio, ¿me entendió? —le preguntó con voz timbrada y chillona.

— Sí madre, sí madre —y zuas, se separaron acelerando el paso. La que se fue por Miscabamba llegó al colegio en unos 10 contados minutos y esperó sin dar cuenta de nada a nadie, parada detrás de la puerta. La otra madre llegó 20 minutos después jadeando.

Al verla llegar exhausta y con el corazón en la mano, la que llegó primero le preguntó con avidez humana:

— Madre, ¿qué pasó? ¿El maleante se fue tras usted?

— Sí —contestó la otra sin poder contener la respiración.

— Caramba, Dios santo —exclamó la otra con lamento—. ¿Y le alcanzó?

— Sí —respondió con la respiración que le golpeaba el pecho.

— ¡Usted qué hizo entonces, madrecita!

— Me encomendé a Dios y en un arranque me alcé los hábitos.

— Caramba —dijo la otra con cierto pensamiento resignado y prosiguió—: ¿y el maleante qué hizo, Madre?

— Y… él se bajó los pantalones —la madre que escuchaba atónita, disparó:

— ¿Entonces la violó?

— ¡No! —contestó exhalando y continuó—: Usted madre, ¿quién cree que corre más rápido?; ¿una madre con las faldas arriba o un maleante con los pantalones abajo? ¿Ah?

Las carcajadas de la mayoría de las chicas que con inusitada atención escuchaban el cuento, inundaron el salón. Pero hubo un pequeño grupo de chicas que guardó disimulado silencio, como quien no cree el desenlace del cuento. Ellas se sentaban en carpetas unipersonales en la parte central del aula, la sospecha de estas chicas era que otras cosas atroces le habrían sucedido esa tarde a la madre menor. Entonces la madre que narraba lo acontecido dijo dirigiéndose a ellas que miraban con ojo de yo no fui:

— Ustedes esperaban otro final, ¿no? Lo siento mucho, mamitas —dijo—. Por mal pensadas van a rezar 56 padrenuestros y 77 avemarías, en penitencia.

¡Plop!

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