¡REYES SE VAN, LA MAGIA SE QUEDA!

En el bullicio de una Plaza de Armas abarrotada, unos pequeños forasteros, con ojos brillantes de esperanza, desenvuelven lo que creían eran regalos – aquellos paquetes decorativos que embellecían el espíritu navideño de la plaza.

Sus manos inocentes descubren solo cartones vacíos, mientras sus rostros, como lunas menguantes, se ensombrecen con una decepción que ningún niño debería conocer.

Voces adultas se alzan como truenos en la tarde, reprendiendo a los pequeños por lo que llaman vandalismo, sin percibir quizás que están destruyendo algo más frágil que el ornamento público: la fe infantil en la magia navideña.

En este escenario donde una replica de la piedra de Saywitw es testigo silente de algunos gritos, surge la pregunta que resuena más fuerte que los tañidos de la campana de la torre de la catedral: ¿Qué es más importante, preservar el espíritu navideño, la ingenuidad de los niños o imponer el orden sobre la inocencia, las reglas sobre los sueños?

Una abuela de setentaitantos años, contempla la escena indignada

—¡Estos niños salvajes! —dice— ¡Que se vayan a su tierra a hacer destrozos!

—¿Está segura? —replicó otra dama— No son acaso los padres, que no se preocupan de inculcar valores, los culpables.

—Bueno… Podria ser….

—Así es, mientras ellos bailan Huaylia y se divierten, los chicos estan abandonados.

—¡Pobres niños!, pero deberían saber respetar la propiedad ajena,

—Si pues, pero la ilusión les ganó. Y al final, usted cree que esas cajas forradas ¿servirán al proximo año?

—No creo, ¿no? —dijo la señora.

—¿De qué sirve la navidad si no trae buenos sentimientos?

—¡Ay si? A veces una se deja llevar.

—Y no solo los resondraron, algunos hasta los insultaron.

—Si pues, eso está mal.

—¡Muy mal! ¡La navidad es otra cosa! —agregó con ojos brillantes.

—La bajada de Reyes no debería ser solo quitar el árbol y guardar los adornos — dijo frotando sus manos arrugadas—. Como dijo el padre Doroteo, debe ser un momento para reflexionar sobre los verdaderos regalos que queremos dar durante todo el año.

Y así debe ser. Esta tradicional celebración, que marca el final oficial de las festividades navideñas cada 6 de enero, se ha convertido en algo más que un ritual religioso. En tiempos donde la inmediatez y el consumismo amenazan con devorar el significado profundo de nuestras tradiciones, la Bajada de Reyes emerge como una invitación a la transformación personal.

—Los Reyes Magos no solo trajeron oro, incienso y mirra— explica el padre Wilbert, párroco de la Catedral—. Trajeron algo más valioso: una actitud de búsqueda, perseverancia y generosidad. Siguieron una estrella cuando otros dudaban, persistieron cuando el camino se tornó difícil, y entregaron lo mejor que tenían sin esperar nada a cambio.

Las palabras del religioso resuenan con una verdad universal que trasciende credos y culturas.

Dias antes, en varios lugares, grupos de voluntarios repartieron chocolate caliente y bizcochos sin distinciones, como verdaderos hermanos, y eso alegra el corazón.

Una de las coordinadoras de esas actividades, que no quiso dar su nombre, comparte:

—La magia de Navidad y de los Reyes no está en los regalos materiales, sino en nuestra capacidad de ser «reyes» para otros, de traer luz a la oscuridad de alguien más.

Según leí en un estudio reciente, las celebraciones tradicionales como la Navidad y la Bajada de Reyes tiene un impacto positivo en la salud mental. Una doctora explicaba: «Estos rituales nos anclan a valores fundamentales y nos recuerdan la importancia de mantener una actitud positiva y generosa durante todo el año»

Mientras las familias comienzan a desmontar sus decoraciones navideñas, surge una pregunta: ¿Qué actitudes queremos conservar más allá de estas fechas? La frase que sugería la Madre Teresa de Calcuta: «Que nadie se acerque jamás a ti sin que al irse se sienta un poquito mejor y más feliz», creo que contiene la respuesta.

La Bajada de Reyes nos recuerda que los mejores regalos no se envuelven en papel brillante. La esperanza, la bondad y una actitud positiva son obsequios que podemos dar cada día, transformando no solo nuestra vida sino también la de quienes nos rodean.

Mientras el sol se pone en esta jornada especial, las palabras de una niña de ocho años quizás resumen mejor que nadie la esencia de esta celebración: «Los Reyes Magos se van hoy, pero la magia se queda si nosotros queremos».

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