La Abanquina Reina Regional, Lima 1955
La bella abanquina de los años cincuenta en Lima: Rina Cáceres Ballón. Nació en Abancay en 1937, gobernaba el Perú el presidente Manuel Odría y su temido Director de Gobierno era Alejandro Esparza Zañurtu, quien coronaría a la Reina Abanquina RINA I, en los carnavales de Lima del 1955.
Sus padres fueron Don Leoncio Cáceres Gonzáles y Doña Adelaida Ballón Abanquinos de pura Cepa. Aquí había entroncado las familias Cáceres y Ballón, que dejarían una numerosa descendencia en Abancay, el valle de las azucenas blancas.
Su Majestad, S.M.RINA I, como la catalogaría el diario La Prensa de Lima, diría de ella: “ …con su lozana belleza y el encanto de su sencillez, preside las fiestas carnavalescas organizadas por clubes y sociedades departamentales. Es objeto de cariño y recibe profusas manifestaciones de simpatía a todo lugar donde concurre. Es una beldad a sus 18 primaveras.”, Hacía sus visitas acompañadas de sus damas apurimeñas señoritas Irma Arenas y Lida Velarde.
La belleza representaba al club Apurímac, esa vez presidido por el Dr, Julio Velarde Valencia, cuando el Club se hallaba aún en el local antiguo de la Calle Mogollón del Centro de Lima. A su regreso a Abancay el diario “La Patria”, le hizo un amplio reportaje señalando los rasgos de su belleza: “…el color blanco topacio en su rostro, los ojos pardos el cabello castaño y el cuerpo delgado de armoniosas líneas. Su voz, dulce como un arrullo, y toda ella, como una flor sencilla, delicada y atractiva.
De su personalidad “La Patria” decía; “La reina es una persona sociable, cariñosa, respetuosa de las formas y de las personas. Le encanta ayudar a los demás y muestra un hilo de humor, para contar anécdotas y chistes”.
Abancay, donde Rina pasó su infancia, era aún una ciudad de casas pintadas de yeso blanco de techos de tejas rojas, con huellas de las lluvias que dejaban su rastro verdoso de musgo en los surcos del tejado. El vigoroso resplandor del sol besaba el fondo del florido valle. EL cielo azul celeste con copones de nubes blanquísimas, parecían estar por encima de uno. Su geografía era un entorno verde, hasta en las imponentes montañas que lo circundaban. Su campiña estaba plena de plantaciones de caña, maíz, tumbos, guayabos, magueyes, molles, tunas, paltas, naranjos, duraznos y cuanto podía cosecharse
El Abancay de Rina aún conservaba su amplia avenida Condebamba, J.M. Arguedas ya lo había recordado: los árboles de mora estaban en los contornos de la avenida, en lugar de aceras. Unía el centro del pueblo con el campo de futbol. Los arboles crecían junto a los muros de piedra. Las hojas grandes, nervudas, daban una sombra tupida sobre el camino. En los pueblos andinos no hay moreras. En Abancay las trajo un sericultor europeo. Las moreras se multiplicaron en las huertas de la ciudad; crecieron con una lozanía sin igual; se convirtieron en grandes y coposos árboles, mansos y nobles. Los pájaros y los niños disfrutaban de sus frutos. Lo muros de piedra conservaban las manchas rosadas del fruto. Durante el tiempo de la cosecha, los pájaros fruteros se reunían n las huertas del pueblo para hartarse de moras. La belleza de Rina estaba representada por la belleza y calidez de las moras.
Ese antiguo Abancay contenía en su ámbito boscoso miles de grillos alados; eran tiernos y vivaces como los que habitan en las zonas templadas o frías; movían sus largas antenas, tratando de adivinar el camino o los espacios desconocidos a los que caían. Entraban riesgosamente en habitaciones iluminadas. Su dulcísima voz, su inofensiva y graciosa figura, el sentir en las manos la palpitación de su pequeñísimo y frío cuerpecillo era la experiencia temprana de los niños. Esta natura era un tributo a esa ciudad rara en plena serranía, donde los cañaverales, se agitaban con los vientos de las seis de la tarde a orillas del impetuoso Pachachaca y como un ramalazo de aroma subía el olor a caña quemada en los cañaverales. En un tiempo atrás, habían producido azúcar, en los cincuenta producían chancaca y guarapo para el aguardiente.
El limeño Miro quesada, se maravilló del Abancay de Rina en los cincuenta: “Veía gente alegre, que bajo la sombra de los sauces y los ‘patis’ obscuros, se detenían para gustar, entre un denso perfume de eucaliptos, la triple frescura del maíz: hervido en el mote, molido en la mazamorra, y tostado y sonoro en la cancha”.
Rina ha sido una muestra siempre presente de la belleza de la mujer abanquina, que resume dentro de ella los genes andinos, europeos, árabes y asiáticos. Las abanquinas, que gracias a ellas se bautizó a una bella flor del lugar, como “bella abanquina”, no hace sino reconocer la belleza natural de las mujeres de esta parte del Perú, que asumen el legado -también- de belleza de Micaela Bastidas y de las múltiples fusiones étnicas que nos dieron a una Miss Perú: Ada Gabriela Bueno, que dejó en alto la corona peruana en los eventos internacionales en los que participó. Rina Cáceres Ballón, es una muestra de un ramo florido de bellezas, nacidas en nuestra tierra.
Este tributo, debe servirnos para recuperar nuestras tradiciones, que en realidad son la historia de nuestro pueblo. .
Fuentes: Periódicos de la época.
Fotos: Del álbum familiar de Chachi Ballón
Pintura S.M. RINA I
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