SAMANEZ OCAMPO; PACAY SECO, EL ULTIMO MONTONERO

por Luis Echegaray Vivanco
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Reinicio

Ese día de la batalla de Tablachaca, David Samanez Ocampo,  apodado entre sus íntimos como “pacay seco”, amaneció calmo y decidido, las tropas gobiernistas estaban detrás de sus disminuidas huestes de bravos abanquinos, que como espartanos se enfrentarían a fuerzas con su Leónidas apurimeño a la cabeza.

Esperaban a las fuerzas del estado que llegaban del Cusco. Una pareja de peones de Curahuasi le avisó que ese 10 de febrero de 1911 habían llegado las tropas al mando del coronel Arístides de Cárdenas. David, sereno y cuajado a sus 42 años confiaba en los jóvenes que lo acompañaban. Uno de ellos era el cusqueño Juan Francisco Tamayo, que llegaría a ministro de gobierno en el período de Samanez Ocampo.

Meses antes en diciembre de 1910 Samanez, incursionó con sus montoneras tomando la plaza de Abancay y tomando el control de la prefectura. De allí marchó a Puquio y Parinacochas, Anta y Paruro extendiendo la revuelta en esa parte del sur andino. Desde los 28 años David estaba metido en los avatares de la política, había enfrentado con sus primeras montoneras al gobierno de Andrés Avelino Cáceres, en el Cusco, era 1895.

Las revueltas políticas, conocidas como “las montoneras,” urdidas para el control del país, se habían generado desde la guerra de la independencia, en 1821 y tuvieron su final con el último montonero; David Samanez Ocampo. 

La montonería era una institución nacional que presumía de fuerte, pues sacaba y ponía presidentes. 

Para el logro de sus esfuerzos guerreros se rodeó de políticos adecuados, este hacendado apurimeño supo convocar mentes jóvenes y brillantes, que harían temblar al gobierno en curso, para instaurar su proyecto. 

Su discurso siempre estaba centrado en el logro de la democracia plena, como forma de gobierno. Estaban en primera línea escuchando, los jóvenes que había logrado convocar: Carlos Barrio de Mendoza y Juan Francisco Tamayo Pacheco. Martín Serrano, Wenceslao Cano. Gaudencio Huerta, Machi Contreras. 

  • La máxima fundamental de nuestro movimiento es que los pueblos se ocupen de defender su libertad y no para ayudar a esclavizar a los más débiles. Desde este punto de vista, sólo hay dos formas de organizarnos: con la autocracia o la democracia. Predicaba.
  • Apuntar a la defensa de la dignidad del hombre y de sus derechos, a la defensa de la libertad y de la igualdad, por tanto, debemos estar del lado de la democracia. Había dicho. Samanez, 

Se alzaba en armas, en contra del primer gobierno de Leguía. Su grupo de insurrectos logr el apoyo de cientos de pobladores de las provincias andinas de Apurímac Ayacucho y Cusco. En la plaza de Abancay consiguió a sus primeros montoneros, entre otras cosas les decía: 

  • Soldados, estamos a poco de entrar en un campo de batalla verdadero, ocasión que tanto tiempo han esperado ustedes bravos apurimeños. La victoria sólo depende de nosotros, más que la nuestra de vosotros. ¿Para qué? Par forjar un Perú unido, donde la explotación de la tierra termine y la democracia sea nuestro valor principal. Ella es necesaria, Dios coronará nuestro esfuerzo.:

Las fuerzas que logró reunir llegaban a poco más de 50 hombres, con los cuales marchó a la espera de los soldados del Cuartel cusqueño de Huancaro que, en número, triplicaba a los montoneros. El encuentro se dio en Tablachaca, el viejo puente de madera que había unido desde épocas incas a Cusco con Abancay, cursaba sus broncas aguas el Apurímac. La Batalla fue desigual, el fuego graneado del ejército peruano abatió a más de cuarenta montoneros, mientras sus bajas fueron mínimas. Hubo heroísmo en los montoneros, que a pesar de verse unidos y con jefatura, atacaron con las desiguales armas que tenían, cayendo fulminados y sus cuerpos eran parte de la corriente que el río llevaba rumbo a Choquequirao, como almas desamparadas, rumbo al inframundo. Un aguerrido montonero abanquino; Toribio Bueno Enríquez, se acercó blandiendo una de las primeras granadas de guerra y al acercarse logró lanzarla, como piedra a perros bravos, el artefacto causó las pocas bajas del ejército. En respuesta una andanada de fuego destrozó su curtido cuerpo, muriendo en el acto. Samanez atrincherado en las percas de la orilla, disparaba su viejo Mauser, que conservaba de sus primeras montoneras en el Cusco.Los jóvenes universitarios, en su primera experiencia de milicia, trataron de ubicarse fuera del alcance del fuego enemigo, haciendo disparos de franco tiradores, estaban parapetados en los pedrones del lecho del rio. Al cabo de dos horas el combate había terminado. El Coronel De Cárdenas, al ver pocos montoneros vivos decidió no capturarlos, pues al seguirlos podía perder hombres. La docena de montoneros sobrevivientes lograron cruzar el puente de madera, mientras que las tropas gubernamentales retrocedían a guarecerse en el túnel. Al cabo de muchas horas el grupo decidió marchar al Cusco, al ver que el ejército se había retirado. La idea era salvar la cabeza de “pacay seco” ayudándolo a huir rumbo a Bolivia. Al aprestarse a iniciar la marcha, el machi contreras dijo:

  • …es una vaina subir el cerro de noche sin luna, eso trae desgracias. Es de mal agüero. Mejor esperamos que amanezca.

Tamayo estaba más resuelto de continuar la caminata, a pesar de la herida de bala en el brazo. Así se lo había ordenado David, debíamos de llegar al Cusco, al día siguiente a la media noche. El pequeño grupo dirigido por David se internó en el Capaccñan desde el poblado de Curahuasi, en la parte oriental del río Apurímac. Superados los resquemores del Machi Contreras, ajustaron sus morrales, llenaron sus cantimploras, se pusieron el fusil al hombro y empezaron la larga caminata hacía el Cusco, no sabían si se encontrarían con tropas gubernamentales en el camino, pero la suerte estaba echada y el líder de la montonera debía huir. Sólo se escucharon el canto persistente de la “tuyas” y las “tangaras de montaña”, que acompañaban a los viajantes. Barrio de Mendoza, temía por su vida. Era un niño bien, de la alta alcurnia cusqueña y el temor inundaba su alma, la transpiración se le hacía copiosa y trataba de permanecer en silencio, mientras la marcha continuaba. Pensaba que si los soldados del Coronel De Cárdenas, los encontraran serían pan comido; 

  • …esos indios que no creen en nadie, nos harán puré. decía Huerta. 

Cada uno opinaba sobre un posible final: Cada quien afirmaba, “que esto que el otro”, sobre la bravura y la necedad de los conscriptos del ejército enemigo.

  • No nos van a dejar ni dar ni un brinco. Cuando nos encuentren ya estarán dispuestos a acabarnos, No van a querer dejar ni el rastro.
  • No les vamos a permitir, si llega la hora de morir lo haré con honor y espero que mis camaradas de armas así lo entiendan.” Dijo resuelto Contreras.
  • Pero estará Dios y ustedes camaradas de testigos. Los únicos testigos del encuentro con la muerte, no sé si caeremos en los pastizales, en el playón del río, o en las punas”. Añadió David.

Por el camino del Ccapacñan, siguieron la siguiente ruta: cruzando el Puente Maucachaca, empezaron la subida hacia Marcahuasi, kilómetros arriba llegaron a Limatambo, Allí se encontraron con una guarnición gubernamental, de media docena de efectivos. Se enfrentaron a balazo limpio, durante más de una hora, hasta que los soldados del régimen se quedaron sin munición. El grupo de David, los cercó y los hizo prisioneros. José Serrano, dijo que había que ejecutarlos; David se opuso diciendo:

  • Los hombres verdaderamente honestos debemos estar siempre dispuestos a ser generosos cuando la desgracia de un enemigo sobrepasa los límites y estos no son nada más que unos cadáveres vivientes.

Dicho esto, continuaron el viaje hacia a Ancahuasi y Zurite. Hicieron una parada en Izcuchaca, para curar las heridas, alimentarse y recargar cantimploras. Administraban con juicio el aguardiente de Pachachaca, cuyo transparente vertimento, llenaba de valor sus almas y sus cojones. Barrio de Mendoza, que había quedado herido de bala en el brazo izquierdo, se procedió a ajustar con vendas la herida, la bala podía esperar hasta llegar al Cusco. Juan Carlos Tamayo, el más ilustrado del grupo le decía a su paisano, mientras ajustaba el lino:

  • Cuantas veces tendremos que aprender, que, aunque queramos arrancarnos la bala que nos hirió, ésta nos deja en el pecho una herida que nunca se cura”

El grupo siguió al Cusco en el tramo final, eran cerca de las diez de la noche. El cielo abierto con un azul noche mágico, mostrábase tachonado de estrellas, y que raudas cruzaban algunas “steli cadenti”, sintieron un buen augurio, casi como reyes magos llegando a su destino, pero cargando en hombros la derrota. En ese trance en el cerro de Puquín, dieron con una chichería que aún se mantenía abierta con luces de lamparín y algunos cholos borrachos, bebían y bailaban al compás de un arpa. David recordó que había que hacer un brindis. Tamayo, le dijo:

  • La magdalena no está para tafetanes”, 

comprendiendo que una derrota no da lugar a tributo ni celebración alguna. David, presto le contestó recordándole una frase de Napoleón Bonaparte:

  • Un trago en la victoria lo merecemos, en la derrota lo necesitamos.

Todo el grupo río y festejó la jocundia del pequeño corso. La noche era alegre, quedaban lejos en la memoria las desgracias de la derrota. Barrio de Mendoza, el miembro más rico del pelotón llevó, en el Cusco, al grupo a su casa de la Cuesta del Almirante, que había adquirido en tiempos inmemoriales su ancestro Potosino Diego del Barrio y Mendosa. Pasaron la noche, recuperando el sueño y alistándose para salir a Puno en horas de la mañana. Había que sortear a las tropas del Cuartel de Huancaro que se había desplazado en toda la ciudad. Antes de salir al periplo altiplánico David se reunió en la “Casa del Almirante” con un grupo de ilustres intelectuales cusqueños que eran adversos al gobierno de Leguía: eran una legión de universitarios que llevarían a David a Puno y después a Bolivia. Entre ellos destacaban Luis E, Valcárcel, Uriel García, José G. Cossio, y Luis Aguilar.

En Bolivia cumpliría el exilio que el gobierno dictó después contra él, para –en un tiempo- regresar, como buen espartano, para seguir en la política, tentando el poder. La “vida no te olvida”, decía “pacay seco”, cuando las aguas estaban a su favor. Había repetido este dicho cuando después de 35 años alcanzaba la presidencia de la República, como jefe de la Junta de Gobierno, logrando poner fin a una época agitada y devolviendo al Perú al cauce democrático. 

Lejos estaban las primeras montoneras en las que participó en 1894. Después conseguiría ser electo diputado por Antabamba, poco después diputado por La Convención y Senador por Apurímac.

Samanez Ocampo, juró como presidente en marzo de 1931, justo a los cien años que otro apurimeño alcanzara ser también presidente de la Republica, Agustín Gamarra. Samanez, estaba apagando el fuego de otra guerra civil. Se convocaron a elecciones que se celebraron en octubre de ese año. 

El gobierno de Samanez supo crear en medio del trafago incendiario de la política peruana la principal organización electoral, el JNE (Jurado Nacional de Elecciones)  que antes no existía.El último montonero, el héroe de Tablachaca, con su estampa larguirucha, su mirada penetrante y su faz afilada inspiraba respeto y mostraba carisma, no quedaba duda que Samanez era un líder, con lo sabido que un liderazgo no es fácil de construir.

La historia lo reconocerá como imagen del fin de las montoneras revolucionarias, habiendo sido, este valiente apurimeño, pacay seco, Presidente en 1931 y en 1919, el último montonero.

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