En ese momento, el Inti Tayta (el padre sol), dejando tras sí arreboles rojos y anaranjados, ya se había retirado. El mismísimo Ampay se había maquillado y parecía de oro. Pero eso mismo había pasado con el Qarqatera, el Qorawiri, el kisapata y el soqllaqasa. Todos habían aprovechado los breves destellos para teñirse. El espectáculo era hermoso. Aunque, desde Plaza de Armas, rodeada de bosques de cemento y fierro, ya queda poco horizonte que admirar.
En ese momento, me abordó un joven.
—¿De qué quieres hablar?
—¡Estoy desesperado, padre! Mi enamorada ha terminado conmigo. No sé qué hacer, incluso pensé en quitarme la vida. Sin ella ya nada tiene sentido. —El muchacho, de 32 años, llora de amor. Los arreboles también se colorean en las mejillas del joven. Si bien efímeros, eran pequeños rubíes surcando ese rostro juvenil.
—Pero es mejor que se vaya ahora, ¿no? (ella tiene apenas 23 abriles). Sería peor que te dejara cuando ya esté casados y con hijos.
—¡Pero no sé qué hacer sin ella! ¡Desde que me dejó estoy triste; ni siquiera como ni duermo bien! —Y me alza la voz, como si yo tuviera la culpa.
—Pero piensa, pe’. Sin ella tendrás mejor vida. Una persona toxica es imposible. —Así, rebuscando argumentos, le fui “aconsejando” cómo proceder en el amor; pero el hombre, erre que erre. Ojalá se dé cuanta que esa relación no nunca podrá funcionaría. Entendí que también ella tiene traumas desde la infancia y, en vez de amarlo, lo quiere poseer a toda costa, controlarlo, dominarlo… Ciega de celos, le había prohibido toda relación, incluso tratar con su familia.
Esta historia de amor está plagada de falencias y heridas en lo más recóndito de sus almas. “No puedo vivir sin ella; mi vida no tiene sentido” —piensa él—; mientras ella se cree “dueña absoluta” de él.
Se trata de apegos compulsivos de dependencia a personas (o cosas), en el que el desgarro es incontrolable. Esos apegos, aunque sólo están en la mente (en la imaginación), llegan a ser ataduras que destruyen: “sin ella no puedo ser feliz” —por ejemplo— es una conclusión de temor, miedo y preocupación, una atadura tóxica.
La mayor parte de las veces, lo que destruye existe sólo en la mente. En esa pareja de jóvenes, la atadura es creer que sólo ella o sólo él le dará alegría y “realización”. Ambos se han idealizado demasiado, poniéndose en un “altar flores”… Pero eso no es amor, sino un querer malo, — egoísmo puro, aunque no quieran reconocerlo—. Querer es tener y desear poseer a toda costa a la persona como si fuera un objeto o cosa, para satisfacerse y sentirse realizados. El amor, en cambio, es don y sacrificio para hacer feliz a la persona amada (Leer 1 Corintios 13).
No es fácil liberarse de los apegamientos. Primero, hay que tomar conciencia que se trata de un desorden emocional. Pensar fríamente: que todo tiene solución.
—Hay miles de chicas más buenas, más inteligentes, más cariñosas, más bonitas, que esa akatanqa (escarabajo) por la que sufres y lloras —le dije; pero el hombre medio que se enfadó. Esa chica no es tanta cosa como crees tú; pero tú la has idealizado hasta hacerte malamente fanático. No dejas de pensar y pensar en ella; pero, si te das cuenta, la has creado así, según tus contenidos mentales… ¡Piensa y descubrirás que estas sufriendo por gusto! ¡No seas, pe’; date cuenta!
En ese momento, un vientecillo frío me empezaba a molestar. Los cerros ya se habían desdibujado, dejando sus crestas dorabas a la luz plateada de la luna.
Creo que el joven se serenó. Dijo que lo pensará con calma; aunque “de gustos y olores no hay autores”… Son cosas del amor. ¿El hombre será feliz sin ella? ¿O?
Finalmente, alguna vez leí o escuché esto:
—No sumes sólo 2+2=4. Suma 2+2+Dios… Deja paso a Dios en tu vida y habla con Él. En efecto, en el silencio de la oración es donde ves las cosas en su verdadera dimensión, ahí puedes ver las cosas con los ojos de Jesús.
¡Qué viva el amor!