Ernesto era un padre realmente entregado, cuyo amor por su familia era tan vasto como los extensos horizontes del cielo andino de su pueblo natal, que siempre recordaba y añoraba con vehemencia.
Desde el amanecer hasta el anochecer, trabajaba sin descanso, sacrificando sus sueños y ambiciones para asegurar que su esposa e hijo tuvieran todo lo que necesitaban.
Había soñado, desde muy niño, dedicarse al canto y a la música, pues era dueño de una hermosa voz y un excelente oído musical, siendo también una regular guitarrista, pero no pudo hacerlo. Sus padres le refutaban —¡Tas loco Netucha!, ¿Para que seas borracho como Don Crisanto? ¡Olvídate de eso y estudia!— le decían siempre.
Estudio si, pero no todo lo que debiera. No pudo ingresar a la universidad y no lo volvió a intentar, avergonzado, no quiso seguir exprimiendo el esfuerzo de sus padres y se puso a trabajar.
Así conoció a Magdalena, que a pesar de ser algo mayor que él, aceptó sus requerimientos amorosos y poco después, como se hacía en el ande, hicieron su sirvinacuy*.
— No digas así , ¡Qué feo! Esas choladas oe. Nosotros estamos conviviendo no más, así se dice. —le dijo Magda— ¡Que sirvinaqui, ni que ocho cuartos!
Magdalena tenía un hijo de tres años cuando se juntaron, con el pequeño se hicieron grandes amigos y fue para él, la figura paterna ideal. Sebastián, el niño, no supo jamás de otro padre, y lo quería hasta más que a su madre, lo que no confesaría nunca, pues se sentía culpable por el gran cariño que tenía a ese hombre.
Ernesto, por las mañanas, se dedicaba al comercio. Por su carisma y su facilidad de palabra era facilitador de negocios en el gran mercado mayorista, sirviendo de enlace a los minoristas para conseguir todos sus productos y conseguir los mejores precios. A veces también era voceador, entonces hacía escuchar su imponente voz en el megáfono y de cuando en cuando hasta cantaba pequeños trozos de sus huainitos preferidos.
No lo hacía muy a menudo, porque como facilitador ganaba mejor y a media mañana iba a descansar, dejando el dinero conseguido a su mujer, junto con algunos productos más que le habían obsequiado, y luego tras un sueño reparador y el almuerzo a mediodía, debidamente uniformado se presentaba en su labor de vigilante, tarea que ejercía hasta casi la media noche.
Magdalena también madrugaba. Ocupaba un pequeño restaurante muy cerca del gran mercado, donde expendía deliciosos caldos, su especialidad, hasta las 10 de la mañana, que era cuando llegaba Don Pedrito el cevichero y entonces él empezaba su comercio hasta el mediodía, entonces llegaba Doña Cecilia con su menús hasta las 4 de la tarde, cuando llegaba Doña Ana con sus mazamorras y picarones, y a las 7 era reemplazada por doña Isolina con sus «salchipapas» y «pollimote» hasta las 9, cuando llegaba Juanita, con sus emolientes y sus «saltapatras», «grito apache», «orgasmo caliente» y su famoso «fuego del demonio», unos preparados alcohólicos insanos pero de gran éxito entre los beodos consuetudinarios, que vendía hasta la madrugada, en que llegaba Magdalena otra vez.
Don Nicasio, el dueño de ese local, estaba tan bien atendido y engreído que, había engordado mucho y apenas se movía. Solo se dedicaba a cobrar y sonreír a sus clientes.
En la parte de atrás de ese local, Neto y Magda tenían su pequeño hogar, 2 cuartitos que habían acondicionado con buen gusto. Uno era el dormitorio para los tres y el otro servía para todo lo demás. El baño era compartido, y por suerte, estaba lejos de sus aposentos, pues de este emanaban unos olores pestíferos en el que las moscas revoloteaban felices..
Sus amigos le decían
—¡Ya está bien Neto! Ser buen padre es una cosa, pero tú, ¡Eres un padre fanático! —le decían chanceándose— ¿Qué sería si realmente fuera tu hijo?
Siempre que regresaba a casa, saludaba al pequeño
—¡Hola Sebastián, ¿Y cómo está mi papachian?!— Y el pequeño ya no tenía ojos para nadie más, dedicándose a jugar, a leer y a pasarla bien, juntos.
—¡Te has conseguido un buen hombre, Magda! —le decían las otras mujeres, envidiosas.
Doña Beatriz, la esposa de Don Nicasio, agregó:
— ¡Cuídalo no más! ¿Cuántas le estarán echando ojo? ¿No has pensado embarazarte?
—¡Eso quiero, pero no quiere venir! —dijo Magda, frotándose el vientre anhelando un embarazo.
—¿No será… porque no le ponen ganas? ¿No? —dijo la vieja con picara sonrisa.
—Más bien creo que, ¡porque le ponemos demasiadas ganas! —respondió Magda, entornando los ojos, lo que hizo reír a todas.
Pero, a veces, la vida y las malas juntas, pueden desgastar incluso al corazón más noble y fuerte.
Una noche al volver a casa, un amigo con engaños, lo llevo a festejar
—Una chelita hermano… ¡es mi cumpleaños!
Neto apenado, aceptó, aún sin tener mayor afinidad con aquel hombre, pero pronto se dio cuenta que era una celada, pues afuera los estaban esperando dos mujeres emperifolladas y vestidas de fiesta, ambas, trabajadoras de la misma empresa. Una de ellas se le pegó como lapa, desde el principio. Era atractiva, sin duda, y le atraía físicamente, pero su actitud lo disgustaba y hasta asustaba un poco.
—¡Ya pe causa!, ¡Ponte las pilas! ¡Ta’ que estas defraudando a la hinchada…! ¡La china se te está regalando y tú nada! ¡Estará pensando que eres cabrito!
—¡Esta buena!, pero…
—¡Anda uon! no hay pero que valga… Dale no más, ¿acaso se gasta?
—Si, ¿pero la Magda…?
Con esas dudas permanecía allí, el instinto le impedía irse, la belleza, perfume y complacencia de la china lo estaban atrayendo demasiado, por suerte para él, pudo reflexionar antes de continuar a un punto en que ya no habría retorno , Entonces se levantó con el pretexto de ir al baño, y decidió escapar por la puerta de atrás cuando se percató de que ella le estaba haciendo la guardia en el pasadizo que daba acceso a los servicios higiénicos.
—¡Magda no merece esto! —se repetía, mientras se alejaba.
Ya estaba cerca a casa, cuando al pasar por una construcción en cimientos, cubierta en partes por grandes plásticos, se encontró cara a cara con unos delincuentes asaltando a una pareja de ancianos.
—¡Pasa nomás, sarnoso! —le dijo uno de ellos.
Pero el otro, dirigiéndose a su compinche, dijo.
—¡Tas uón! —y amenazándo con una navaja a Neto, agregó — ¡Que deje su peaje, pe!
Era grandazo pero estaba fumado y se movía torpemente. Neto, apenas tuvo tiempo de pensarlo, creyó que podría escapar y emprendió la carrera, estaba esquivándolo cuando el otro se le abalanzó, tratando de cortarle el paso, pero con tan mala suerte que tropezó, y Neto tratando de esquivarlo, apenas lo empujo, y el pillo fue directamente a su muerte, cayó de bruces sobre el nacimiento de una columna, y su cuello fue atravesado por una de las varillas que sobresalían. Entre estertores, empezó a sangrar abundantemente, haciendo unos espantosos sonidos que pretendían ser gritos… hasta que quedó inmóvil, en realidad todos se habían quedado inmóviles.
La primera en reaccionar, fue la mujer mayor, jaló a su marido que miraba la escena boquiabierto, y escaparon cuando el otro delincuente, espantado, corrió a guarecerse en las sombras de un callejón. Solo Neto se quedó ahí, pasmado… y tras un largo momento, no tuvo mejor idea que volver sobre sus pasos.
Regreso a la cantina y se puso a beber, y ahí empezó la debacle.
No contó nada a nadie y nunca fue acusado, pero la culpa lo seguía todo lado, y su actitud cambió, se volvió irresponsable y tomaba mucho. El alcohol lo ayudaba a aturdirse y a sentirse menos mal, una cosa llevó a la otra, y los problemas llegaron como una tormenta, azotando con fuerza su vida y la de su corta familia.
Perdió el trabajo, las deudas se acumularon, su salud flaqueó y la oscuridad se adueñó de sus pensamientos.
Magda, al verlo decaer, trato de ayudarlo en un primer momento, pero al no tener éxito y al tener que cargar con todo cuando él dejo de proveer económicamente, lo empezó a repudiar. Peor, al encontrarlo bebiendo con mujeres, creyéndolo del todo perdido, lo boto de casa y no quiso saber más de él.
—¿Podré visitar a Sebastián, por lo menos? —preguntó Neto.
—¡No! —grito ella, dolida — No queremos saber de ti ¡Nunca más!
El que más sufrió fue Sebastián, simplemente, de un momento a otro, la persona que más quería, desapareció de su mundo.
Los anhelos de una vida mejor se desvanecieron, y Neto encontró consuelo en placeres efímeros y vicios que le prometían un alivio momentáneo. Se dedico a la bohemia y al canto, y bebía demasiado, tratando de olvidar. Su antigua familia se volvió una sombra, eclipsada por la tormenta que asolaba su alma. Así pasaron los años, viajo, hizo de todo pues lo de artista no duró mucho.
Intento formar familia más de una vez, pero había perdido entereza, siempre los vicios podían más y estando viejo, la molicie empezó a afectarlo, volviéndose cada vez mas vago.
Un fatídico día, mientras su espíritu se debatía en la desesperación y el desánimo lo aplastaba, en uno de esos raros momentos de lucidez, un dolor sordo le invadió el pecho, acrecentándose a cada segundo, y una fuerte opresión le impedía respirar. Sentía que un elefante se había sentado encima de él.
La vida no lo abandonaba, pero si le tenía reservada una gran sorpresa, interviniendo de manera inesperada.
Sin saber cómo, había llegado a un hospital y el médico emergencista lo recibió amablemente, diagnosticando rápidamente un infarto, empezando a darle la medicación pertinente mientras viniera el cardiólogo convocado de urgencia.
Tras un buen rato, su corazón había empezado a tranquilizarse, el dolor y la opresión habían aminorado y Neto se sentía más tranquilo, aunque muy asustado. Cuando el médico emergencista llegó, acompañado de otro medico mayor que auscultó a Neto, vio sus análisis y los equipos a los que estaba conectado, le dijo:
— Soy el Dr. Molina, el cardiologo. ¡Todo está bien!, ha tenido usted la suerte de caer en manos del Dr. Sebastián, le ha dado un tratamiento perfecto. No agregaré ni quitaré nada.
—¡Gracias doctor, doctores…!—dijo Neto, mirando a uno primero y luego al otro… fijó la vista en el más joven, y de pronto, el monitor empezó a lanzar fuertes pitidos, la taquicardia se disparó y la saturación empezó a disminuir.
Ambos médicos, de inmediato se pudieron en acción, corrieron las enfermeras, le aplicaron medicamentos por vía y en un momento hasta usaron el desfibrilador… pero ya Neto estaba inconsciente. De pronto, había conectado el nombre Sebastián con esos ojos de mirada tan intensa, ahí estaba el chiquillo que tanto quiso, y ahí… se cayó el mundo.
Neto transito por unos ambientes muy oscuros fríos y amplios, levitando o volando de alguna manera, el eco era impresionante y las figuras se movían rápidamente, totalmente desdibujadas, y de un momento a otro, nuevamente todo se ilumino y los bordes difuminados se empezaron a delinear. Ahí estaba una enfermera que, al verlo abrir los ojos, llamó al doctor, y ahí llegó él…, lo auscultó sonriéndole. Neto quiso hablar y en un principio, no pudo… balbuceo algo llamando la atención del doctor.
—¡Tranquilícese señor! No hable, no se mueva, relájese… ¡Todo saldrá bien!
Sin hacerle caso, Neto, esforzándose hasta que las venas del cuello se le hincharan, dijo:
—¡Ho… la… Sebastián… ¿Y cómo está… mi papachian?!
El medico quedó paralizado, sintiendo que todo le daba vueltas. De pronto, sus piernas se negaban a seguir sosteniéndolo, y trastabillando, tuvo que sentarse.
La enfermera, sorprendida, corrió a acudirlo.
—¿Le pasa algo doctor? ¿Está bien…?
El peso de su sorpresa, la desdicha y la confusión que siguió fue tal que, en un primer momento, no supo que hacer.
Dudó en un primer momento, en seguir atendiendo a aquel hombre, lo más cercano a una figura paterna que había tenido y del que su madre se había negado en redondo a darle más explicaciones. ¡Lo había llegado a odiar!, pues queriendoló tanto lo había perdido tan súbitamente, y nadie le dio explicaciones. Había desaparecido de su vida y le hizo daño, quizá sin querer, pero sí, se lo hizo, y mucho.
Solo el recuerdo del juramento hipocrático lo movió a la acción, y decidió que su primer deber era salvar la vida de ese hombre, a pesar de los confusos sentimientos que para él guardaba.
Evitó volver a verlo directamente, durante el resto de su turno, y cuando se fue a casa, no quiso agobiar ni siquiera se despidio.
En casa estuvo tentado de hablarlo con su madre, pero eso significaba agobiarla con preguntas, pero tampoco ella no gozaba de buena salud, así que no dijo nada y se reservó para él todas sus cuitas.
Cuando volvió a su servicio, el hombre había sido traslado a la unidad de enfermedades coronarias, y ya no tuvo que verlo.
En algunas ocasiones, disimuladamente, se apersonó a ese servicio solo para ver la historia médica y constatar que estaba evolucionando bien y estaba recibiendo una buena atención. Más de una vez quiso saludar al hombre pero nunca se decidió a hacerlo.
Neto, tendido en una pequeña cama donde le habían ordenado no moverse en absoluto, buscaba a Sebastián con la mirada, en cada mandil o saco blanco que entraba a esa unidad, en todos los pasos que llegaban, pero no lo volvió a ver. La llama de gratitud y esperanza que se encendió en su interior hizo que se recuperase aún mejor. Preguntó por él a algunas enfermeras, pero apenas lo conocían. El cardiólogo que conoció en el Servicio de Emergencia, fue el único que le supo dar alguna referencia.
— ¡Ah! El doctor Sebastián. Es un residente excelente, es chibolito aún, pero se perfila ya como un gran médico —concluyó.
—¿Tendrá su teléfono, doctor?
—No. Pero así lo tuviera, no se lo podría dar. Pídaselo a él, ya mañana o pasado, se irá. Ya pasó el susto. Ahora solamente a cuidarse y medicarse religiosamente.
Con el corazón latiendo de emoción, habiendo recibido su alta, fue a buscarlo para agradecerle y, si era posible, reconciliarse con él, quizá podrían tener otra oportunidad, pensaba. Lamentablemente, no le tocaba turno y no estaba, le dijeron. Tampoco quisieron darle sus datos y Neto se retiraba apenado, cuando una enfermera practicante lo alcanzó y le dijo.
—¿Usted busca al residente, no?
—Si, si señorita, al Dr. Sebastián.
— ¡Es muy lindo! Lo hacen trabajar como a esclavo. Hizo noche, pero recién se está retirando. Él es así, siempre muy dedicado. Acabo de cruzármelo, se dirigía al estacionamiento. Dele mis saludos… de Marisol, le dice.
Neto salió apresurado, y lo divisó a lo lejos. Sebastián movía la cabeza rítmicamente mientras andaba. Caminó lo más rápido que pudo, pero su corazón le mando un mensaje de advertencia, empezó a oír sus propios latidos retumbando en su cabeza, aun así, no disminuyó el ritmo de su marcha.
En ese mismo momento, Sebastián estaba por abrir un viejo «vocho», no escucho el motor de un vehículo que se acercaba. a gran velocidad. El conductor enloquecido llevaba a bordo de su vehículo, a su joven esposa parturienta, berreando y profiriendo obscenidades por el dolor, creyendo que se le iba la vida. Sebastián, no se percató por los audífonos que llevaba, del gran peligro que corría.
El destino, una vez más, los puso a prueba. Neto, sin tiempo para pensar, corrió hacia el muchacho, que tanto quiso una vez. Sebastián fue violentamente empujado, cayendo entre los autos estacionados, fuera del camino del vehículo descontrolado, mientras el conductor desatento por los quejidos de su mujer, recién los vio en el último instante, frenó, tratando de detener el vehículo y perdiendo con eso todo el control del bólido que, derrapó y aplastó a Neto contra el Volkswagen, comprimiéndole las caderas y las piernas.
En los últimos estertores de su existencia, Neto vio la angustia en los ojos de Sebastián, que gritaba desesperadamente pidiendo ayuda. Se acercaron varios hombres y pudieron mover el vehículo, tras sacar de este a la parturienta y al atolondrado esposo.
Mientras lo acomodaban en una camilla, Sebastián lloraba y le pedía perdón por no haberlo buscado cuando estuvo hospitalizado.
Con un suspiro apacible, Neto le dijo unas palabras que resonarían por siempre en el corazón del joven médico.
—¡Hola Sebastián, ¿Y cómo está mi papachian?!
El joven medico comenzó a sollozar descontroladamente.
—Mi amado hijo, soy yo el que tengo que pedirte perdón por no haberte buscado en toda una vida. En este momento final, quiero que sepas que yo no tengo nada que perdonar, pero si decirte cuanto lamento mi ausencia. Nunca conocí a nadie que me alegrará la vida tanto como tú lo hacías… El amor siempre supera las heridas y los errores, me alegra haber sido parte de tu vida, en algún momento, ¡fue lo mejor que viví…! y me alegra que hayas tenido éxito en la vida, en tu noble vocación. En ti encuentro la redención. Tú has salvado mi vida y yo, en mi último aliento, te la salve a ti. Recuérdame no así, recuérdame en los bellos momentos que compartimos, en las maravillosas lecturas que tuvimos en los lindos juegos que tuvimos. Que el amor y la entrega sean tu guía por siempre y más en la senda de tu carrera. No te alejes de lo que quieres, lucha por ello y que tu corazón siempre encuentre el perdón y la reconciliación, sobre todo en los momentos más oscuros. ¡Se feliz!
Con esas palabras, Neto cerró los ojos, para siempre, dejando atrás una serie de errores cometidos, pero también un legado de amor, sacrificio y redención.
Su espíritu se elevó hacia los cielos mientras su hijo, sostenía su mano con lágrimas en los ojos y una promesa en el corazón: honrar el amor de ese hombre al que quería como un padre, a través de su dedicación incansable a los demás.
—¡Tú fuiste mi verdadero padre! —le dijo en un susurro— ¡Tu amor siempre fue mi guía!
Y así, la historia de aquel padre y aquel hijo resonaría en los corazones de quienes la supieran.
* Sirvinacuy: Es una costumbre muy antigua en los pueblos andinos, un período de convivencia de la pareja de enamorados, a manera de prueba, antes de casarse.
Nota del autor:
¡Gracias por haber llegado hasta aquí!
La mayor parte de esta narración es ficción, aunque tiene algunos anclajes en ciertas tristes historias que escuche entonces.
Está historia la pergeñé hace exactamente doce años, estando hospitalizado en Arequipa, precisamente a causa de un infarto. Hoy, habiéndola retocado y corregido un poquito, la comparto con ustedes en esta revista naciente, para recordar que: las oportunidades son calvas y no deben desperdiciarse; que incluso en los momentos más oscuros, el amor y la redención pueden entrelazarse en un abrazo eterno, y por último, más padre es el que cría que el que engendra.
Desde esta columna, doy una saludo amoroso y agradecido a mi padre, más presente que nunca en mi vida, aunque hoy me cuida cada día desde el cielo, a mi hermano Julio que es un padre realmente ejemplar y a todos mis amigos y familiares ¡Feliz día papas!
8 com.