TARICUS APACUS I

por Ibo Urbiola
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Reinicio

La calle Arenas fue siempre concurrida. Con los amigos, era el final de las caminatas ochenteras que comenzaban por la calle Arequipa, teniendo una primera parada a la altura de Bata Rímac y en la puerta del Banco de Crédito, donde íbamos a cambiar figuritas del álbum de moda y jugábamos “a picas” en las gradas. Cruzando la calle Nuñez, pasábamos por las agencias de los buses interprovinciales: Señor de Animas, Morales Moralitos, Hidalgo y el tradicional Cóndor de Aymaraes. Quién no recuerda esos viajes? podíamos llegar en 36 horas de Abancay a Lima, el ómnibus podía “plantarse” en las punas ayacuchanas y se convertía en casi un refrigerador. Y eso que no tenía calefacción y siempre había más de una ventana malograda que no podía cerrarse por completo.

A veces, las agencias de la calle Arenas tenían algún visitante turista del extranjero. Más de una vez nos encontrábamos con gringos que hacían alguna consulta en su español pateado. “Hablán inglés?” nos preguntaron alguna vez. Y algún gracioso del grupo respondió: “Nosotros hablamos abanquino”. No estaba lejos de la verdad.

Los abanquinos hablamos un idioma diferente y aprendimos desde niños, palabras que en nuestro lenguaje cotidiano eran totalmente naturales, algunas inspiradas en el quechua, pero que todos las usábamos. Es posible que no podamos explicar bien su significado, pero siempre las entendimos a la perfección.

“Invítame una jachudita”, era la frase que le podías decir a tu amigo cuando estaba comiendo algo en el recreo del colegio. “Tengo que irme con mi joro”, era una posible despedida de los amigos cuando tenías que llegar a tu casa con tu hermano menor. Un lapo, sonaba a “un chacclaso” en abanquino si te ponías “liso” con alguien. El que se escapaba del colegio, “se chitaba” y por tanto era un “chitón”, y al que no iba un día a las clases, al día siguiente le repetíamos en coro: “faltón majachicharrón”.

Cuando los niños jugábamos a la guerra en Patibamba y estaban permitidas las capturas violentas, entonces era “con chaccnadas”. No usábamos la palabra “descalzo” y preferíamos usar “jalachaqui”. El que venía de Lima era “limaco”, con un agregado que nunca me expliqué: “cascahueso”. Por tanto era “limaco cascahueso”. En los bautizos pedíamos el “rucchu padrino”, para que lance las monedas. El estilo más efectivo para tirar el trompo era “huaccta”, si el trompo bailaba liviano y elegante era “pajita” y si bailaba saltando era “chaccha”… si hacías “lafta” antes de empezar, tu trompo no sería el sacrificado.

Cuando a un amigo se le perdía algo decías “taricus apacus”, y con eso, si lo encontrabas pasaba a ser tuyo. Si te rapabas el cabello estabas “paccla”. Cuando te equivocabas sin querer en algo te salía la expresión “way!”. Si alguien te decía por ejemplo: “mira esa apasanca”, respondías: “may”, y luego de verla podíamos decir al unísono: “va a llover”. Si algo era muy sorprendente la expresión perfecta era “mula eh!!!”.

Si eras muy pequeño y sobrabas para jugar un partido informal de fulbito, igual podías jugar de “nonis”, que era una forma de no excluirte. Pertenecías a los dos equipos indistintamente.

Al gordito le decíamos “chichu” y a Miguel Grau le llamábamos cariñosamente “chichito”. A los pollos pequeños todos les decíamos “chiuchis”. La expresión de una chica acariciando a un bebé era “nacau” o “ananau” Cuando algo se le terminaba a un niño le decías “pau”. Para tener una expresión de compasión con alguien le decías “cacallau”, aunque las mujeres usaban más la expresión “lisura”. Si hacía frío decías “alalau” y cuando algo te daba miedo la palabra era “tacau”. Cuando a un amigo le terminaba su enamorada, podíamos decir: “Está ‘unfu’ porque le han acabado”.

Tantas otras expresiones que de seguro las leeremos en los comentarios. Sólo para terminar… las que no sabían cocinar eran “huaylacas”. Si algo que probabas era muy rico decías “ñañau”. Y cuando jugabas en una casa imaginaria, al cerrar la puerta decías “chilicc chalacc”.

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