Las tardes abanquinas siempre tuvieron como corolario perfecto el lonche familiar. No sólo por el pan común o el taparaco que acompañaba al café tostado en una costumbre heredada de las abuelas, sino porque en ese ritual también había términos en el lenguaje abanquino, que nos otorgaban identidad. Casi todos teníamos en casa una “callana” o “callanita” para tostar el café, que luego era molido y pasado para disfrutarlo juntos en la mesa.
Ese lenguaje inacabable de los abanquinos, que en algunos casos lo entendemos en sus particularidades cuando ya estamos en otra ciudad, tenía también su sonido especial cuando hacías el mandado al mercado o a la tienda: “me traes ‘asnapa’ por favor”, nos decía mamá para referirse al atado de hierbas que vendían las caseras en el mercadito chico, “y luego compras ‘azulacho’ en la tienda de Chela Orosco”.
Cuando te decían algo y no escuchabas o no respondías, se usaba el término “jay”. Al que lloraba le decíamos “wajate”, al exagerado para las historias “cuento jepe” y también “laccla” como un término similar que sumaba alguna mentira. Al peligroso juego de colgarse de la parte de atrás de los camiones en pleno movimiento le decíamos “walluncarse”, cuando llegabas antes que otro para agarrar algo, entonces te “ganchabas”, si tus zapatos eran pesados eran “soccros” o “huancachos”.
Si te querían asustar con las historias de los que degollaban gente, entonces te hablaban de los “nacachos”. En la variedad de los moscardones, había unos que llamábamos “gesgentos” y si querías inventar su sonido, entonces a una joronta seca le ponías una bolsita de chupete, y andabas por la calle dándole vueltas. Sonaba igualito.
En la variedad de los juegos con tiros, había uno en el que hacías un ñoco en el suelo y cuando querías que el tiro regrese para entrar allí, decías con fe: “cuti cuti”. Si estirabas mucho la mano al lanzar el tiro estabas haciendo “langa” y si eras el otro jugador podías hacer “laija” y mover el pie de un lado a otro apoyando en el suelo solamente el talón.
Los trompos tenían también sus matices: desde “chojar” para ver quién empieza, y luego, para llevar el trompo del contrincante de un lado a otro con la mano, mientras en la otra extremidad seguía bailando tu trompo decías “occlaupis maquipatas”, para eso, tenía que durar bailando, o sea, el trompo tenía que ser “utinchu”.
Inventamos los aros con “manillas” de alambre grueso, y los que no conseguían podían adaptar una rama que en muchos casos era más efectiva, porque así ganó el “Hualiqui” la carrera de aros más memorable de Abancay a inicios de los años ochenta.
En nuestra pobreza teníamos juegos ingeniosos como el “soplete” con municiones de papel. Los frejoles tenían un uso alternativo en el juego de porotos, en su variedad coleccionabas hasta las diminutas “michilitas”.
Nosotros no pateábamos la pelota sino “choteábamos”, no decíamos cabecea sino “mochea” y no hacíamos concurso de pataditas sino de “tecniquitas”. Podíamos jugar “a capotes” con los amigos y hacer la broma de darle un lapo al que recién se había cortado el cabello, luego que alguien incitaba: “hay que pacclearle”. Si no querías hacer caso, movías el hombro diciendo “occ”. Y al que le cortaban el cabello desigual y desordenado, le decíamos “te han repelado jachu jachu”.
Si no llegabas a tiempo a tu casa y te esperaba algo malo, decíamos “achachau”. Cuando no invitabas lo que comías a alguien pero querías que se quede con las ganas le decías “antojachis”. La manera de llamarle a tu perrito para que se acerque era “is is”, de ahí salía la broma a los que ya tenían enamorada y dejaban de salir con los amigos: “estás todo isischa”.
Al barrio donde estaban las casas que comenzaron con módulos de plástico detrás del estadio El Olivo, le llamábamos “Platicuchayoc”, antes, en ese lugar que era una pampa, habíamos visto más de una vez esa pelea sorprendente entre una “ninacara” y una “apasanca”.
En nuestros términos coloquiales abanquinos, un lapo sonaba “leg”. Cuando alguien te llevaba en su bicicleta, te estaba “ancando”, si algo te dolía decías “ayayau” y para hacerle sentar en el suelo a un bebé le decías: “pachi, pachi”.