TESOROS INCAS OCULTOS EN APURÍMAC

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

Hace apenas 500 años, una friolera si lo consideramos con la debida perspectiva, Cristóbal Colón, ya hacía buen tiempo que había llegado a América y Hernando Cortez estaba sometiendo al Imperio Azteca más hacía el norte, pero el Tahuantinsuyo no estaba enterado de la llegada de esos aventureros invasores.

EspaAztecas

¿Qué pasaba con los Incas?

El Imperio de los Incas se mantenía incólume, gobernando sus extensos territorios, pero los más enterados, ya veían venir una guerra civil, según algunos historiadores, por la dejadez de Huayna Cápac, que se había desentendido un tanto de sus obligaciones y dejado su vasto imperio en manos de regentes y dos de sus hijos. Huáscar en el Qosqo (Cusco) y Atahualpa en Tomebamba (hoy Ecuador), se perfilaban como sucesores.

El peor enemigo: Los microbios

Antes que los españoles siquiera asomaran sus barbas por estos lares, llegaron los «bichos», que trajeron en sus mugrientos cuerpos al cruzar el Atlántico. Los virus y bacterias que habían asolado Europa durante siglos, y a los que ellos habían desarrollado cierta inmunidad, al llegar a estas tierras, encontraron organismos sanos y fuertes pero inmunológicamente muy débiles y se cebaron en ellos. Empezaron a hacerlo en las islas a las que arribaron primero, y luego saltaron hasta el continente, convirtiéndose en el principal aliado de los Sapasuncas.

La historia, más o menos calcula que, hacía 1524 o 1525 empezaron las epidemias en el norte del Tahuantinsuyo. Enfermedades desconocidas por los incas, probablemente la viruela y/o el sarampión, que causó la muerte de muchos, miles y quizá millones de personas, entre ellos Huayna Cápac en Quito y también de Ninan Cuyuchi, el heredero que había designado en Tomebamba.

Aunque los valores y principios que regían la conducta de las gentes aún no estaban contaminados por la sórdida ideología de las hordas hispánicas que hasta hoy nos afecta, ya había intereses políticos por los que un grupo de curacas intentó mantener en secreto la muerte del Sapa Inca y de su sucesor. Pero Huáscar, se enteró gracias a su madre Raura Ocllo, que diligente, viajó de Quito a Cuzco para informarle.

La peste se había llevado también a algunos de los «orejones» regentes, creando un vacío de poder, Huáscar emergió entonces como la mejor opción para suceder a su padre, apoyado por los nobles cuzqueños, que no querían que el poder se fuera de sus manos y Atahualpa, dedicado a las labores militares por entonces, era el preferido de los militares, y más en el norte. Los comandantes del poderoso ejército se enfrentaban al también poderoso clero inca, que apoyaba a Huáscar

Quizá por entonces, ya empezaran a llegar algunas noticias de los visitantes barbudos y sus acciones invasoras y abusivas en el norte, pero para los poderosos incas, con una soberbia que luego lamentarían, esto no era importante.

Lejos estaban de suponer que, con ellos, se usaría una estrategia similar a la usada contra los aztecas, poniendo a los pueblos que habían sometido en su contra. No podían saber que usarían también a traidores de su raza y de su pueblo, que siempre los hay, como la famosa Malinche en México, sin cuyos ardides no se hubiera podido conquistar (o se hubiera demorado mucho más) la capital mexica Tenochtitlán, hecho con el que se derrocó al emperador Moctezuma, o el ambicioso y acomplejado Felipillo, que en Cajamarca, con mentiras utilizaría a los tontos españoles contra Atahualpa.

La brutalidad de unas tropas compuestas por la hez de Europa, y en particular de la península ibérica,  iban a llegar a hacer mucho daño, movidos solo por una desmedida ambición y la codicia por el oro inca, y utilizando a Dios como escudo y justificación.

Lo que dejaron los Incas

Imaginemos la grandeza del imperio incaico entonces, en todo su esplendor, con sus magníficos templos y fortalezas que eran el centro político y ceremonial.

Tenemos el privilegio de poder conocer todo ello, sin mayor costo ni esfuerzo.

Y es que, nuestra región de Apurímac, hoy aún poco explorada, tiene ocultos entre los verdes andes y el rocoso terreno, verdaderos tesoros arqueológicos que nos dan una ventana al pasado.

Los restos de una civilización tan poderosa que aún hoy nos maravilla, y que estamos obligados a conocer, venerar y difundir.

QhapaccÑam

Los vestigios del fabuloso Qhapaq Ñan, aún visibles a pesar de los más de cinco siglos en que fue construido, sin ningún mantenimiento, aún persisten en muchos lugares de nuestro gran territorio. El complejo sistema vial que unificó el Tahuantinsuyo, como parte del gran proyecto político, militar, ideológico y administrativo que gestaron los incas.

La titánica e imponente ciudad perdida de los Incas emerge entre riscos y neblina después de muchos siglos de sueño. Choquequirao, aunque según la demarcación política pertenece al territorio cusqueño, es más accesible y cercana a poblados apurimeños como San Pedro de Cachora y Huanipaca.

El aislado santuario de piedra gris recientemente desbrozado, se muestra en lo profundo de los Andes, con paredes ciclópeas que trepan empinadas laderas abrazando al Apu, adornadas por acueductos que serpentean entre ellas y las terrazas de fecunda agricultura.

El sol inflama resplandores entre los templetes ceremoniales, recintos reales y depósitos, rodeados solo por el silencio apenas roto por los vientos, que por momentos, levantan pequeños remolinos y polvaredas entre los caminos de piedra.

Choquequirao2

Existen, como Choquequirao, decenas, quizá cientos de ciudades, puestos militares, almacenes, centros astronómicos y templos repartidos por todo el antiguo territorio inca, muchos de ellos en nuestra región, algunos quizás cubiertos por el velo del tiempo y la jungla, esperando ser hallados y otros esperando ser investigados a profundidad, como Saywite, Sondor, Curamba, Unomoqo, Qochaqasa y otros más, de los que nos estaremos ocupando en posteriores publicaciones.

Y es que Apurímac es una región rica en historia y otros atractivos turísticos que, lamentablemente no han recibido la atención que se merecen. Entre sus escarpadas montañas y frondosos bosques, montañas y valles, se resguardan aún muchos secretos de nuestro gran legado andino.

Ahora que llegan las vacaciones, pensemos en visitar lo nuestro primero.

Visitemos estos vestigios históricos, que por ahora están fuera de los circuitos turísticos tradicionales, sin las multitudes de otros destinos más conocidos y conectemos con nuestro pasado que late bajo la superficie.

¿Cómo amar lo que no se conoce?

Sigamos las antiguas redes de caminos incaicos, descubramos los secretos que la roca y los bosques aún resguardan celosamente. Dejémonos seducir por ese llamado ancestral y vivamos nuestra propia aventura explorando las ruinas de una de las civilizaciones más extraordinarias de América, que apenas nos costará un «sencillo», mientras que otros, mar allende, pagan fortunas para conocer lo nuestro.

Un viaje al corazón del Tahuantinsuyo nos espera en Apurímac.

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