TESTIGO DE EXCEPCIÓN

Siempre habrá una primera vez para todo.
Hay un primer amor que, no necesariamente, es duradero; como hay desamor cierto que te marca a fuego para toda la vida.

Nunca había asistido a una asamblea de concejales de municipio convocada por su alcalde.
Ayer, viernes 7 de agosto, lo hice por vez primera y fue como un bautismo para perdonar mi ignorancia, indiferencia, prejuicio y más etcéteras.

—Absurdamente— pensaba que se trataba de reuniones de secretismo, deliberación oculta o algo peor.
¡Qué torpeza! Cualquiera puede presenciar, como libre ciudadano, un acontecimiento de gestión local.

Fui invitada por Carlos Miranda Zamora, amigo culto e inteligente, favorito contrincante dialéctico y epistemológico, sonrisa franca como la mía, hijo fidelísimo al que quisiera parecerme.

Era para testimoniar, junto a muchos, el resultado de un debate importante en la agenda municipal:
Reconocimiento meritorio a don Arturo Miranda Valenzuela, exalcalde provincial de Abancay y presidente de Obras Públicas de Apurímac, en tiempos memorables de ejercicio axiológico, donde el servicio como alcalde era pundonor y compromiso en una HONORABLE MUNICIPALIDAD.

Tiempos sin canon minero ni estipendio, sin regalías ni diezmos, ausentes de gastos de representación u otras lindezas abundantes en soles, propias del paraíso actual de corrupción e irresponsabilidad casi normalizada en el Perú.
Digo “casi” porque deben desgranarse, por ahí, algunos buenos gobernantes locales.

Eran tiempos —repito— de conducta edil sin protocolo disfrazado ni promesa incumplida; sin ríos de inversión monetaria electoral y sin “dietas” ediles exacerbadas.
Tiempos en que la investidura mayor del pueblo se confiaba en el líder que representaba por prestancia y calidad humana comprobada, capacidad de servicio y evidente aproximación a las necesidades comunales, con suficiente visión de progreso común.

En el momento del debate respectivo, estas eran razones más que suficientes para asentir aquel pedido, con data de años anteriores, en una propuesta popular generalizada.

La investidura de los regidores, la formalidad de la asamblea y la aureola que parecía coronar el ambiente me conmovieron por la pulcritud que la envolvía.

La dirección de la reunión administrativa, por parte del alcalde señor Raúl Peña, se apreciaba muy ponderada y pertinente; no creo que hubiera sido únicamente por el señorío de los regidores o por la prestancia de los participantes, que eran representantes institucionales, vecinos, familiares, quienes seguramente, como yo, fueron convocados.

Llegado el momento de abordar el tema de don Arturo —dicho sea de paso, anunciado como primer punto de agenda, pero reubicado temáticamente— fueron varios concejales quienes argumentaron sus puntos de vista a favor, para dar paso después a la voz encargada del abogado, doctor Jesús Camacho, quien, en los cinco minutos concedidos bajo control tic-tac, argumentó con suficiencia objetiva y documentada el tema en cuestión.

El consenso ante la votación respectiva fue unánime en los tres puntos requeridos en la solicitud:

  1. Traslado de los restos mortales de don Arturo Miranda, de la ciudad de Huancayo, donde fue sepultado, a un mausoleo en Abancay, pueblo de su visionario servicio. Él había nacido en Pichirhua, distrito cuna de prohombres y nido de blanquillos y melocotones.
  2. Designación de una vía principal abanquina con su nombre.
  3. Colocación de un busto suyo en un lugar designado por la autoridad, como remembranza perenne a la calidad humana de un hombre extraordinario.

Tres reconocimientos en uno, cuya fecha de ejecución está prevista para noviembre de este año, mes festivo de aniversario local.

Me alegra haber superado mi ignorancia, pero sobre todo haber sido testigo de excepción de un acto de mi municipalidad, en el ejercicio de una responsabilidad y función de autoridad provincial que aplaudo y agradezco.

El acto cívico presenciado ayer nos hace pensar en la necesidad sociocultural de reconocer en vida los lauros, éxitos y cuanto mérito ciudadano se realice silenciosamente, empeñando la vida y la obra al servicio de su pueblo, esperando acaso ser reconocido —seguramente en forma póstuma— como nos acostumbran los valoradores.

Expreso también mis felicitaciones a la orgullosa familia de don Arturo Miranda, en la persona de su fiel hijo y amigo Carlos.

Intinpa
Abancay, 8 de agosto de 2025

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