EL DIA DE SU NACIMIENTO 23 de JUNIO
\Era la víspera del solsticio de invierno en Tamburco, poblado perteneciente al Corregimiento de Abancay; 23 de junio, nacía Micaela Bastidas.
Los incas celebraban el año nuevo solar el 24 de junio durante este solsticio invernal. El Inti Raymi o fiesta del sol, fue el aniversario más importante en tiempo de los Incas. Era la festividad más fastuosa del imperio y se llevaba a cabo a fines del mes de junio, cuando los astrónomos calculaban, con precisión, los cambios, en el alejamiento relativo del sol. Es entonces que se inician los sembríos que traerían vida nueva, en la naturaleza, cuando la tierra hace su cambio anual.
Las fiestas solares estaban ligadas a las estaciones del año, a las cosechas y a las riquezas de la tierra. Tenían una idea exacta de la dinámica celeste. Los ritos estaban determinados por los movimientos aparentes de partida y retorno del sol. El sol era la vida, el procurador de todo lo imaginable en la tierra. No podían concebir un universo sin sol. Habían ya determinado que los días de una estación del año, tenían la misma duración (los equinoccios) los días marcan el final del camino de ida o vuelta del sol (los solsticios), a partir del cual los días comienzan a hacerse más largos o más cortos.
Josefa Puyucahua, la madre de Micaela en plena lluvia de esa noche empezó a sentir los dolores del parto, pidió ayuda a la familia porque los avatares de un nuevo nacimiento, rompían su tranquilidad. Sólo bastaron pocos minutos para que la familia, fuera en busca de la comadrona del pueblo. En la casa, en la cocina, la hermana de la parturienta hacía hervir agua y preparar los lienzos limpios para recibir y bañar al bebé, además de algunas infusiones que durante décadas estas matriarcas de la medicina tradicional han dado a las mujeres para asumir el parto con la mayor de las fuerzas posibles.
-Este hijo debe nacer sin problemas, como los anteriores, el tiempo nos ayuda, estamos entrando al cambio de estación. -Decía la comadrona-.
Josefa invocaba el cambio de estación, con la letra de un huayno antiguo
“No más silencios que apaguen los vientos de los páramos agrestes, no más dolor al respirar, no más labios cuarteados; una dulce tibieza calentará mi casa”.
No hay en todo el Chinchaysuyo, como en Tamburco, ni ríos ni lunas, ni vientos tan apacibles, donde el sol se oculta tras de los cerros como una llamarada de fuego que se acaba. Esa noche estrellada, un viento helado soplaba en la colina, los alisos se mecían inclementes y sus verde-oscuras hojas parecían saludar un gran acontecimiento.
Mientras la comadrona caminaba por el soto en las riberas -iluminadas por la luna-, del Colcaqui, una estrella fugaz cruzó rauda el firmamento. Al llegar a la humilde cabaña, contó su experiencia. Estas mujeres cuyo conocimiento no terminaba en los secretos del parto, tenían además secretos, los que norman el universo, y cuyas ágoras eran siempre escuchadas:
Estos presagios anunciaron el nacimiento de Micaela: los cerros de Abancay susurraban;
“Escucha el sonido del viento, al cortar las aguas del Uspaccocha. Una niña que será grande llega. En las tardes de invierno cuando la fantasía sueña, los leños arden en el bosque, en sus oídos de viejos enamorados la laguna del amor canta en las intimpas”.
Pero los presagios no sólo anuncian gloria, sino también las desgracias que acompañan al nuevo ser.
“Es el vuelo de un águila herida, la que anuncia -con malicia- un dolor en su vida, Pero, será una niña, cuya fama trascenderá los siglos”.
Para el padre, Manuel Bastidas, enfrentaba un nuevo nacimiento y el presagio de la comadrona, diciendo:
“Ser padre es ser fácil, lo difícil es darse por completo a una criatura que nada espera y nada sabe y menos sabemos que pueda pasarle”.
A lo que Josefa, madre de Micaela, le respondía:
“Solo pido que la luz eterna de Dios, le alumbre, así lo querrá su destino”.
Al amanecer del 24 de junio, había una recién nacida, con la estrella de heroína.
Voló una blanca paloma, de entre las rojas tunas, anunciando el nacimiento de Micaela y allí en el horizonte andino, había miles de indios esperando por ella y su brazo libertador.
Abancay, te seguiría en su memoria, desde tu nacimiento en ese Tamburco mítico, posada de los incas, paraíso terrestre de caminantes y arrieros, hasta el día fatal de tu muerte en 1781, habrás de vivir sólo 36 años, pero suficiente para hacer temblar la Corona de Carlos IV y del virreinato del Perú. Le das a esta parte del Perú, a esta gema escondida en los andes, el renombre de “Justicia para todos” que suena en las faldas del Ampay, en los bosques de Intimpas, en los meandros torrentosos del Colcaqui.
Serás para las mujeres, de estas regiones de nieves coronadas en los cerros, de quebradas temperadas, de lechos de ríos caudalosos y calientes, de lagos azules y quietos, un ícono elevado a niveles sacrosantos de rebeldía espiritual, a quienes insufla de un aire consternado de igualdad, de lucha brava en todas ellas, que llevan tu nombre en sus corazones y el duelo en el alma, que se vería años después, en la cinta negra de los sombreros de la abanquinas, sobre le blanco albo de tu inocencia mancillada por la opresión del hombre por el hombre.
Tus ojos negros serán carbones encendidos, en la hoguera de la libertad. Tu estandarte grana, blasonado de azucenas, ondeará a los pies de las intimpas de Tamburco, en el arco del puente de Abancay. Tu voz, sonará nítida, y después se oirá como el bramido de un pueblo exultante, invocando justicia.
Perdurarán en la memoria, los tiranos hispanos destilando maldad, los cubiertos rostros, de los jueces inquisidores contra la causa de la libertad americana, los verdugos asesinos de inocentes pobladores del sur del Perú.
Alcanzarás la estatura de heroína, tu grito de rebeldía repercutirá en los andes, bajará a las costas, se extenderá por todo el Perú virreinal, traspasará las fronteras e inundará toda la américa mestiza y morena. Hasta alcanzar el ámbito continental.
Entrarás en la historia, la joven hermosa que muy joven se dio a los brazos de José Gabriel, Se te reconocerá el papel gravitante que jugaste, junto a Túpac Amaru, en la rebelión de 1780, donde tu capacidad de liderazgo, es -en muchos aspectos- superior a la de tu líder y marido.
Abanquina de estirpe mestiza, “zamba” te llamaban, pues por tus venas se entroncaban los tres genes, india, africana y española, que hacen del Perú su historia. Su figura espigada, montada a caballo y con fusil en el hombro, con tu crespa cabellera al viento y tu poncho de vicuña flameando cual bandera libertaria. Es memoria en los legajos delo mismo enemigo, reconociéndote cual comandante de tropa imponiendo la disciplina, impartiendo órdenes, otorgando salvoconductos, lanzando edictos, disponiendo expediciones para reclutar gente y enviando cartas a los caciques: se te recordará en el paisaje andino de los incas, en los entresijos de los andes escarpados, en el imponente cañón del Apurímac, en las lomas de Tamburco, en las lagunas del Ampay o Salkantay, en todos los dominios de los Incas.
En el curso de la historia, no habrás muerto, alcanzarás, como Juana de arco, la inmortalidad, para ejemplo de los pueblos y nuevamente sonaran, por ti, los pututos desde Tamburco, anunciando LIBERTAD.