UN AMIGO EN LAS ARENAS POLITICAS

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

Mario Esteban Ortiz Alvarado: un arquitecto que construye con honestidad y vocación de servicio

Hay amistades que nacen en los pupitres de madera y se forjan en los patios de recreo, donde los sueños todavía no tienen el peso de las obligaciones ni el sabor amargo de las decepciones. La mía con Mario Esteban Ortiz Alvarado comenzó entre las paredes del glorioso colegio Miguel Grau de Abancay y continuó en el colegio San José La Salle del Cusco, donde aprendimos que la amistad verdadera es aquella que sobrevive incluso a problemas más complicados que los exámenes de álgebra del Mikichu y a los sermones sobre la responsabilidad.

Compartimos, además, algo que las actas académicas no registran pero que la memoria atesora: las guitarras. Esas noches en que la música era nuestro común idioma, cuando rasgueando tres acordes lanzábamos nuestras voces al viento para cantar lo que nuestros corazones no alcanzaban a decir.

La vida, como suele hacer con los que se quieren bien, nos llevó luego por caminos distintos. Pero la amistad —esa planta noble que no necesita riego constante pero que tampoco perdona el abandono— ha permanecido intacta, firme como los cimientos de una casa bien construida.

Y de construcciones sabe Mario. Es arquitecto apurimeño, andahuaylino para ser más precisos, egresado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Federico Villarreal. Hizo una maestría en arquitectura en la Facultad de Urbanismo y Artes de la UNI —esa fragua donde se templan los caracteres y se aprende que el talento sin disciplina es como un plano sin medidas: inútil—. Posee el grado de Maestro en Ciencias y actualmente cursa un doctorado en Desarrollo y Seguridad Estratégica en el CAEN, porque en su caso el aprendizaje no es un diploma sino una convicción. Ha completado diplomados en Gestión Pública y Administración (ESAN), Desarrollo y Gestión de Proyectos Inmobiliarios (ESAN) y Tensoestructuras (UPAO), lo cual, más que una lista de credenciales, es el retrato de alguien que entiende que el conocimiento es una escalera que no termina nunca de subirse.

 

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Su trayectoria profesional no es de esas que se inflan con palabrería: ha sido Gerente Central de Infraestructura de la Fiscalía de la Nación —cargo que suena imponente y lo es—, Gerente de la Subgerencia de Desarrollo Chanka, y su trabajo ha sido reconocido con el Hexágono de Plata en la Bienal de Arquitectura 2012 por el diseño del colegio Gregorio Martinelli. Entre sus obras más destacadas figuran la plaza de San Jerónimo, el BOP y el Pacchi Arguedas: edificaciones que no solo cumplen una función sino que hablan de identidad, de respeto por el espacio y de esa rara virtud que es hacer arquitectura sin olvidar que está destinada a seres humanos.

Además —y esto no es menor— Mario es miembro titular del Comité de Ética del Colegio de Arquitectos del Perú, lo cual en estos tiempos dice más que cien currículums: sus colegas confían en su criterio y en su rectitud, que son virtudes más escasas que el oro y más valiosas que las medallas.

Ahora bien, Mario ha decidido aceptar la invitación de su partido —el APRA, para no andarnos con rodeos— para participar en las elecciones internas, donde postula con el número 5 en la plancha N.° 2. Lo hace, según sus propias palabras, porque «desde la cuna recibí el honor de ser aprista por los valores y principios que me inculcaron, y sigo convencido de que es la ruta que debemos construir y compartir con todos». Cada quien con sus lealtades, que al fin y al cabo las convicciones políticas son como los equipos de fútbol: uno no las elige del todo, pero una vez que las tiene, hay que defenderlas con decencia.

Escribo estas líneas —y esto lo digo sin aspavientos pero con la claridad que exige la honestidad— no por simpatía partidaria ni por compromiso político, que de esas cosas ando más bien escaso. Lo hago porque conozco a Mario desde que ambos éramos muchachos con más ilusiones que certezas, y puedo dar fe de su honestidad, su bonhomia, su decencia y su vocación de servicio. En tiempos donde la confianza pública es más escasa que el agua en el desierto y donde las promesas electorales tienen la consistencia del humo, me parece justo destacar a quienes conservan la coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Y si para eso hay que arriesgarse a que algunos piensen que uno escribe por conveniencia, pues que piensen: la conciencia tranquila es un lujo que no cotiza en bolsa pero que permite dormir bien.

La candidatura de Mario no pretende dividir ni conquistar: pretende aportar. Más allá del resultado electoral —que lo decidirán las urnas, como debe ser—, su decisión de poner su experiencia «al servicio de nuestra tierra apurimeña» merece reconocimiento. En una época en la que muchos profesionales prefieren mirar para otro lado antes que comprometerse con lo público, que alguien de su talla se disponga a servir ya es un mérito que habla por sí solo.

Porque servir, en el buen sentido de la palabra, no es otra cosa que construir: construir instituciones, construir confianza, construir futuro. Y de construcción Mario sabe bastante.

Que el voto y la reflexión de sus conciudadanos sean los que decidan. Pero que la honestidad y la capacidad también cuenten, que al fin y al cabo son los cimientos sobre los que se levantan las casas que no se derrumban con el primer temblor.


(Escribo esta nota por amistad, no por militancia. No pido nada a cambio, solo que se reconozca lo que merece reconocerse, pues sigo creyendo, contra toda evidencia, que la decencia todavía vale algo en este mundo).

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