UN DIOS “DEMASIADO” HUMANO

por S. Doroteo Borda López
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Reinicio

La película de ciencia-ficción “El Despertar de las Bestias” es, en buena parte, filmada en el Perú, precisamente en las ruinas de Sacsayhuamán, en Machu Picchu y en la selva peruana, lugares donde se cree que se guardan unas llaves misteriosas. En el film, humanos y Transformers —Autobots y Maximals— nos brindan una experiencia épica de acción y sorpresas, interactuando para salvar el mundo. Si las llaves cósmicas cayesen en manos de los malvados, el universo sería destruido; pero, no sucederá eso, pues ganarán los buenos.

“El Despertar de las Bestias” —evidentemente desde mi opinión personal— expresa un anhelo humano muy profundo: la sed de misterio, de redención y del más allá que anida en todo corazón humano. La antropología enseña que el ser humano, porque comete errores y pecados, siempre está necesitado de redención y que, por eso, busca ídolos o “redentores”.

En ese contexto, para el ser humano soñar y esperar cosas espectaculares y misteriosas —practicar wijas, creer en amunakis, reptilianos, extraterrestres y en teorías conspiracionistas, además de ver películas de terror, etc.—, con deseos de experiencias sobrehumanas y trascendentales.

Pero, igualmente, no es raro que creamos en un Dios un tanto lejano, habitante de alguna galaxia o rincón del universo, sin trato con los humanos. Ya los griegos, en su amplio politeísmo —especialmente Aristóteles— habían demostrado la existencia de Zeus como Causa Primera y Motor del universo, pero un Dios despreocupado de los hombres. En efecto, los dioses griegos no se interesaban de los humanos; por ello, practicar actos religiosos o dirigirse a ellos carecía de sentido. Y no sólo eso. En el politeísmo antiguo —había dioses para cada región del mundo y para las diversas actividades o capacidades humanas—, las divinidades eran demasiado defectuosas, con errores y defectos, como los hombres, hasta el punto de guerrear entre ellos, amarse, odiarse y traicionarse…

Asimismo, a lo largo y ancho del mundo, toda cultura y civilización —traduciendo en hechos la condición del hombre, quien no se ha dado el ser a sí mismo y que, por eso, viene religado o atado al mundo—, por dar honor y culto a los dioses, ha realizado las mejores y más altas expresiones de arte y cultura: edificaciones de santuarios y lugares de culto, obras de arte, de escultura, pintura, literatura, etc. El ser humano, en honor de los dioses —incluso con sacrificios humanos— siempre ha materializado su natural religiosidad en dichas obras.  

En cuanto a la revelación positiva mosaica y cristiana —como es nuestro caso—, creemos en un Dios que, para redimir a los hombres, envió a su Hijo nacido de mujer (Gálatas 4,4). En efecto, Jesucristo —perfecto Dios y perfecto Hombre—, se hizo uno de nosotros, participando plenamente en el diario quehacer humano. Jesús nos ofrece su corazón como cauce para ir a Dios y para encontrarnos a nosotros mismos: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón y hallarán descanso para sus almas (Mateo 11,29). Jesucristo “me amó y se entregó por mi” (Gálatas 2,20).

Sin embargo, cuando nuestras expectativas son de cosas llamativas o de personajes que admiramos como los futbolistas Messi, Cristiano Ronaldo, Haaland, etc., es difícil asimilar a un Dios tan cercano, tan humano y con corazón de carne.

Precisamente por eso se quejó Jesús: “Mira este Corazón que ha amado tanto a los hombres y que no ha omitido nada hasta agotarse y consumirse para manifestar su amor: y en reconocimiento Yo no recibo de la mayor parte sino ingratitudes por sus irreverencias y sacrilegios y por las frialdades y desprecios que tienen hacia Mí…” (Revelación a Santa Margarita M. De Alacoque).

El Corazón de Jesús es la expresión más genuina de nuestra humanidad. Si lo consideramos con detenimiento, en Él hallamos nuestra propia realización, el prototipo y el icono de nuestro ser.

Es verdad que a veces añoramos a un Dios mostrándose extraordinariamente, con milagros y acciones vistosas. No llama la atención su presencia escondida en el día a día; pues es un Dios “demasiado humano”.

Pero el Dios-Hombre, Jesucristo desea ardientemente comer la Pascua contigo; te ofrece su Cuerpo como alimento divino y te quiere divinizar (Cf. Lucas 22,15ss; Juan 6).

Cuando el soldado romano le traspasó el Corazón con una lanza, al instante manó sangre y agua (Juan 18,34). Cristo muerto quiso ser herido para enseñarnos a amar, sacrificándose, hasta la última gota de su Sangre.

Ahora, Cristo glorioso, libre ya de las ataduras mortales, tiene el Corazón plenamente glorificado, nos sigue amando y dándonos paz. Por eso nos sugiere acudir a él, a su Sagrado Corazón y descansar en Él y desagraviarle por los pecados personales y del mundo entero.

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