UN LETRERO EN EL CIELO

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Reinicio

Viajábamos de Arequipa a Cusco, en vacaciones, junto a mi esposa y nuestra pequeña hija, a bordo de nuestro imponente Ford Galaxie 500 color celeste. Después de muchas horas sorteando los obstáculos de una carretera sin asfalto, llegamos a Sicuani, capital de la provincia de Canchis. Solo faltaban 140 kilómetros para nuestro destino final, Cusco.

Antes de reiniciar el viaje, revisé la presión de los neumáticos, el funcionamiento de los limpiaparabrisas y las luces. Fue entonces cuando noté que las luces traseras no encendían. Intenté encontrar la falla, pero no lo logré. Eran ya las 5 de la tarde y nos quedaban aproximadamente 4 horas de viaje. Tenía que aprovechar al máximo la luz del día, ya que la ausencia de luces traseras podría resultar peligrosa en la oscuridad.

La carretera en esta zona había sido recientemente nivelada para la próxima competencia conocida como Caminos del Inca, lo que me permitía desplazarme a gran velocidad. Era emocionante ver por el espejo el torbellino de polvo que dejábamos a nuestro paso y escuchar el rugido del potente motor V8 retumbando entre los cerros de la quebrada del Vilcanota.

Al aproximarnos a una curva, me desplacé hacia la izquierda, poniendo la marcha en segunda para ingresar pegado al cerro, ya que estábamos atravesando la quebrada de un riachuelo afluente del Vilcanota. En ese momento, vi claramente un letrero octogonal de “PARE” en el horizonte, por lo que apliqué los frenos para reducir aún más la velocidad. Para mi sorpresa, frente a nosotros había un desmoronamiento parcial del cerro sobre la pista. Solo quedaba un espacio muy angosto e inclinado que bordeaba el barranco.

Me bajé del auto para calcular el espacio disponible y, con mucho cuidado y dificultad, logré superar el obstáculo. En ese instante, una sensación extraña me invadió al darme cuenta de que el letrero de “PARE” que minutos antes había visto tan claramente, ¡NO EXISTÍA! Nunca hubo tal señal de tránsito en ese lugar, ni la hay actualmente. Pero YO LO VI. De no haber sido así, probablemente habríamos caído al precipicio.

Después de pasar la quebrada, le comenté a mi esposa: “Yoli, vi claramente un letrero de ‘PARE’ y por eso reduje la velocidad. Alguien nos ha tomado de la mano”. Aún más sorprendidos, escuchamos la voz de nuestra pequeña hija Nelita, quien dormía en el asiento posterior, en una cama acondicionada para el viaje. Despertó con el movimiento irregular, producto de la brusca disminución de la velocidad y la inclinación del auto al cruzar el derrumbe. Ella dijo: “Es que Diosito nos está viendo, aunque nosotros no lo vemos.”

Miré la imagen del Señor de Locumba que colgaba del espejo retrovisor y le di las gracias por salvarnos la vida. Desde ese momento, el viaje se desarrolló tranquilamente hasta llegar a nuestro destino, Cusco.

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