VÍRGENES DEL SOL

Iba Lucía en un bus de la ciudad con dirección a su centro de trabajo cuando de pronto subió un músico con zampoña en manos para entretener a los pasajeros con una dulce melodía. Los oídos de Lucía se deleitaron tanto que le trajeron a la memoria una cálida mañana de setiembre de como unos veinte años atrás aproximadamente. Las vibraciones de aquellas notas musicales con cada uno de sus finos soplidos refrescaban las imágenes de una delicada señorita de apenas quince años, quien al centro de un patio de colegio nacional brillaba como el sol en un fino vestido blanco de lino modelando graciosamente ante las atónitas miradas de un público juvenil.

Los concursos en las escuelas y colegios siempre han despertado motivación, creatividad y esa mágica emoción a flor de piel que solo como adolescentes podemos vivenciar. El colegio de mujeres Micaela Bastidas no era la excepción. Cada año, al llegar la primavera en el mes de setiembre, con motivo de agasajar a la juventud, el colegio organizaba un concurso con temática diferente al anterior; aquel año especial se trataría de un concurso de trajes típicos del Perú. En el aula secundaria del tercer año F, las jóvenes adolescentes estaban tremendamente embelesadas con la sola idea y a la expectativa de quien sería su más digna representante de aula. Aquellas ansias juveniles serían resueltas por la profesora de Historia y geografía, quien de pronto, una tarde soleada al culminar sus clases, dijo: “Señoritas, como han de saber, ya se anunció el concurso de trajes típicos, por lo que tenemos que elegir a una representante de aula”.

En ese momento todas intercambiaban miradas con un radiante brillo en los ojos, de esos que sólo pueden ser emanados por la tierna candidez de la juventud. A los pocos segundos comenzó la gran algarabía en el aula: risitas entre ellas, algunas se cuchicheaban al oído, algunas un poco más tímidas parecían tener la mirada perdida en sus sueños y otras, pues, sólo observaban a su alrededor como buscando a la candidata perfecta que la representase.

De repente la burbuja soñadora se vio interrumpida por la profesora, quien con un golpe su mesa las despertó, diciendo: “¡Basta! Silencio, silencio señoritas”. Inmediatamente todas dejaron de hablar. Pues bien, la próxima semana haremos la elección de la representante; ahora paso a retirarme, hasta el lunes. Cerró su portafolio, tomó su bolso y salió del aula apresuradamente a su siguiente clase.

Aquella tarde cada una de las señoritas retornaba a casa con la noticia en mente. Lucía llegó a casa, mas no comentó nada sobre el concurso a su mamá. Al caer la noche, Lucía pensaba en su cama como se vería ella en algún traje típico si fuese elegida. Se imaginó entonces en un vestido de marinera de alegres colores y bellas flores en su cabeza unas margaritas quizás, después pensó que en un traje de ñusta con esas sandalias caladas y aquellos coloridos pompones entre las manos luciría muy juvenil de pronto recordó un traje selvático ,que alguna vez vio por ahí, de muchas plumas y pieles de otorongos, pero la idea no le gustó mucho pues, el color canela de su piel se perdería fácilmente con el tono de las pieles de otorongo así que siguió pensando y pensando hasta caer dormida. El fin de semana pasó muy rápido y llegó el lunes. Faltando pocos minutos para cerrar el día de clases, la profesora retomó el tema del concurso.

—Bien, señoritas la fecha del concurso se aproxima y es momento de elegir a su representante de aula. Vamos, mencionen a sus candidatas para votar y elegir a una, dijo la profesora animosamente.

Ana Milla, una estudiante muy intrépida se puso de pie y dijo: Yo propongo a Lucía Bravo.

Todas dirigieron las miradas sobre Lucía y ella permaneció atónita, presa del silencio, enseguida se sonrojó y escondió la mirada. Ella solo había fantaseado, pero jamás pensó que realmente podría ser siquiera nominada como una posible candidata. Al cabo de unos segundos otra estudiante se hizo notar y dijo gran efusión: “Nancy, Nancy Hoyos. Profesora, yo propongo a Hoyos”.

Nancy era una señorita muy hermosa, de rubios cabellos, tez clara y de ojos color caramelo. Lucía consideraba a Nancy la candidata perfecta para tal evento, ella tenía cierta experiencia en modelaje, era poseedora de una gracia sutil y además estaba muy acostumbrada a las miradas y flashes de las cámaras.

—¿Alguien más? preguntó la profesora.

Todas se miraron una a otra, pero no hubo más propuestas. Está bien, entonces procedamos. El salón se llenó de voces, algunas afirmaban que Nancy era más bella otras a favor de Lucía pregonaban: “No, Lucía le gana”, así estuvieron por varios segundos hasta que la profesora dijo: “A ver, ¿Quiénes están de acuerdo que Nancy Hoyos las represente? Por favor, levanten la mano”. En ese momento, casi medio salón levantó la mano. Minuciosamente, la profesora contó los votos uno a uno y así cotejó diecinueve.

—Bien, ahora ¿Quiénes votan por Lucía Bravo?, dijo la profesora.

Veinticinco señoritas levantaron la mano en primera.

Listo, ya tienen a su representante. La maestra invitó a Lucía a pasar al frente para ser aplaudida por sus compañeras de clase. Finalizados los aplausos la maestra dijo: “Lucía nos ha tocado representar el departamento del Cusco, así que dejo a tu elección el traje típico que deseas portar.”

—Gracias, profesora, dijo tímidamente Lucía.

Lucía de vuelta a casa, embargada todavía por la emoción de su elección, pensaba en cómo le daría la noticia a su mamá. Estando sentados en la mesa dispuestos para almorzar, Lucía, dijo: Mamá, se viene el concurso por el día de la juventud.

—Es verdad, todos los setiembres el colegio organiza siempre un concurso. ¿Y este año de qué se trata?

—Justamente de eso quería hablarte, mamá este año el concurso es de trajes típicos.

—Vaya, eso suena interesante y ¿cuándo va ser?

—El viernes veintiséis en la mañana., solo que…. Lucía hizo una breve pausa.

—¿Qué?

—Que todos los salones deberán tener una representante.

—Sí, así lo suponía siendo tantas señoritas.

—Sí, van a participar las aulas de la mañana y la tarde.

—¡Guau! Ese concurso sí que va ser bastante largo; deben ser al menos como cuarenta representantes.

—Si, mamá algo así. Asentó Lucía con la cabeza.

—Parece que va estar bonito; trataré de asistir.

—Mamá, es que….

—¿Qué, hijita? No me digas que los padres no podremos ingresar a ver el concurso, dijo la mamá de Lucía con un tono apagado.

—No, mamá, claro que sí puedes ir.

—¿Entonces?

—Sino que… titubeó Lucía.

—Vamos, dilo ya

Con gran timidez y avergonzada se animó a decir: Voy a representar a mi salón”

Su mamá abrió los ojos muy grandes que irradiaban una mezcla de sorpresa y alegría.

—Hijita, ¡que linda noticia!

—Y ¿a qué departamento vas a representar?

—Cusco

—¿Cusco? ¿Cusco, Lucía? Cuando yo estaba en primaria más o menos de unos doce años, una vez me vestí de una virgen del sol, creo que fue por el aniversario patrio.

—¿Virgen del sol?

—Sí, así se les decían a las señoritas más lindas del tiempo de los incas; ellas eran elegidas en todo el imperio y eran dedicadas a rendir culto exclusivo para su dios: El sol o Inti

Lucía quedó más que maravillada con las palabras de su mamá. Y preguntó:

—¿Y cómo es ese vestido, mamá?

—Es un vestido blanco, que simboliza la pureza, con adornos dorados. Se dice que en los tiempos del inca estos adornos eran oro puro, un pequeño sombrero en la cabeza y una capa larga también en color blanco.

No había más que decir, Lucía, tras escuchar a su mamá, estaba decidida a portar ese vestido. Sí, el de la virgen del sol, ese sería, en definitiva, su vestido en el concurso.

—¡Ay, hijita, estoy muy contenta con tu elección! Mañana mismo iremos por la tarde a buscar tu vestido. Vas a verte preciosa, dijo su mamá.

Al día siguiente tal como le había dicho su mamá, fueron en busca de aquel vestido, caminaron por todo el centro de la ciudad preguntando en cada tienda que veían; sin embargo, no hallaban respuesta. Al parecer aquel vestido era poco común, así que caminaron preguntando y preguntando hasta que al fin una señora les dijo: “Como a unas cuatro cuadras más arriba, hay una tienda de vestidos típicos muy grande y bien surtida, quizás ahí puedan encontrar”.

Ni bien dijo la señora estas palabras, la mano de Lucía fue tomada por la de su mamá y juntas emprendieron rumbo abajo en busca de aquella gran tienda. Luego de caminar como tres cuadras y algo más, las miradas de ambas fueron cautivadas por los llamativos y vibrantes colores de unos impresionantes vestidos que portaban unos maniquíes en grandes vitrinas, sin lugar a dudas estaban en el lugar correcto. Finalmente, la búsqueda había valido la pena.

—¡Aquí es! Exclamó su mamá con gran alegría.

Ingresaron y el lugar estaba repleto de personas, apenas y una señorita puedo atenderlas: ¿díganme en qué puedo ayudarlas? Preguntó mirando a la mamá de Lucía.

—Estamos buscando un vestido de las vírgenes del sol, ¿tendrán?

—Claro que sí, vengan por aquí.

Las llevó a un ambiente contiguo y les señalando hacia arriba les dijo: “Ahí, lo tienen”

Ambas levantaron sus miradas, era un vestido negro decorado con adornos dorados y con flequillos del mismo color al final del vestido. La mamá de Lucía no se hizo esperar ni un minuto y dijo: ¿tendrán ese mismo vestido en color blanco?

Si, claro. Lo tenemos también en blanco. Espérenme aquí, por favor, voy a traerlo.

La señorita tardó unos minutos, mientras tanto, Lucía y su mamá no dejaban de admirar uno a uno los tantos vestidos exhibidos en los maniquíes, todos eran un deleite para los ojos. Como luego de unos quince minutos retornó la señorita con el vestido en brazos. Aquí está dijo, muy entusiasmada.

—¡Guau! Mamá mira, dijo Lucía, quería tocarlo.

Espera —dijo la señorita—, con muchísimo cuidado recuerda que es blanco y tiene adornos. El vestido quedó entonces estirado en su totalidad y los ojos de Lucía brillaban mucho más que las incrustaciones doradas que tenía el vestido. Ciertamente aquel vestido brillaba como el oro.

—Puede probárselo si desea, dijo la señorita.

Lucía, antes que después ingreso al probador, retiró sus prendas y dijo: Mamá, pásame el vestido por favor. Inmediatamente, la mamá de Lucía se lo alcanzó.

— Mamá, ¿por favor puedes ayudarme con el cierre?, dijo Lucía.

—Sí, respondió su mamá con una amplia sonrisa en los labios. Le subió el cierre y dijo: hijita, abre la cortina para verte.

Lucía abrió la cortina y el vestido era grande para ella en ancho y largo.

—¡Oh, hijita! Está muy largo y como que también te queda ancho.

—Eso no es problema, señora aquí mismo lo arreglamos y lo dejamos a su medida dijo la encargada colocando unos alfileres en el vestido para ajustarlo a la delgada figura de Lucía, propia de una sutil quinceañera.

—A ver, gira, da la vuelta ahora mírate en el espejo, dijo la encargada.

Lucía posó su mirada en el espejo y notó como las piedrecitas azules puestas como ojos en el adorno central en forma de sol brillaban espectacularmente como dos estrellas.

—¡Mamá, me gusta mucho este vestido! Exclamó Lucía muy feliz.

De pronto la encargada se acercó y dijo: este es el sombrero y está la capa. Póntelas también para que veas como te quedan.

Lucía se deslumbró al ver la capa. Era una capa blanca de fino lino con el mismo adorno de la parte central del vestido, el cual simulaba ser el sol. La capa era larguísima, como el de una novia. Al cabo de unos minutos, la mamá de Lucía y la encargada cerraron el trato. Ahora debían comprar la típica banda roja que portan las señoritas de belleza en los concursos para que Lucía porte el nombre de Cusco en ella. Esta vez la búsqueda fue tan sencilla que al cabo de unos minutos ya la tenían en las manos. Entonces se pusieron rumbo a casa. Era ya de noche al llegar y Lucía continuaba admirada por el vestido de las vírgenes del sol sin poder dormir. Contaba los días para el gran momento. Así pasaron los días hasta que la noche anterior al día del concurso, las hermanas colaboraron con los brazaletes, elaborándolos en cartulina cubiertos con papel dorado que combinaban perfectamente con los adornos dorados de su vestido y con sus grandes aretes. Mientras tanto la mamá de Lucía le decía: “Entonces hijita al modelar ante el jurado elevas la mirada, alzas tus dos manos como en señal de adoración al sol y das unas vueltas, así me enseñó tu abuelo cuando me tocó salir de virgen del sol”.

Al dar la mañana siguiente, el abrasador sol llenaba todos los rincones del colegio; el reloj marcó las 11 de la mañana cuando empezaron a convocar a todas las representantes de cada aula. Una a una fueron ingresando al auditorio del colegio.  Perifoneaban repetidas veces los auxiliares del plantel, invitándolas a ingresar. Sin embargo, Lucía no acudía al llamado, la larga cola de su imponente vestido la detenía. Lucía se sentía avergonzada de ingresar por la pomposidad y extravagancia de su vestido, así que permanecía inmóvil en su salón observando desde la esquinita de una ventana como ingresaban al auditorio todas las concursantes. Permaneció así por largos minutos cuando escuchó por el parlante: “Ultimo llamado, para comenzar se cierra la puerta del auditorio”. Entonces, llevó su larga capa hasta la mitad de su brazo y salió con dirección al auditorio bajó las escaleras con sumo cuidado. Al presentarse en la puerta del auditorio, inmediatamente causó el asombro y sorpresa de todas las señoritas quienes volteaban a admirarla con gran curiosidad.

Esto la avergonzó aún más de lo que ya estaba, pero Lucía también estaba impresionada por la gran cantidad de participantes. Un vestido de tapada limeña captó primero su atención. La señorita portaba una saya (manto) que le cubría el ojo izquierdo llenando de gran misterio a quien se atreviese a mirarla. Seguidamente, un vestido de tondero también la cautivó. Aquella señorita portaba un amplio jarrón de barro en su cabeza y un manto de leche de azul con blanco típico del departamento de Piura. Notó además que tras ser el turno de la mañana y tarde, los departamentos se repetían, o sea que habían dos señoritas Junín, dos señoritas Iquitos y que también como era de esperarse, dos señoritas Cusco. Con rauda mirada, Lucía buscaba a su par, esperando que no sea una gemela idéntica suya de vestido, dónde estaría la otra señorita Cusco. Miró y miró hasta que al fin la encontró. Ella portaba una chaqueta azul, larga falda negra de bayeta tejida con varios hilos de colores poco o más colorido que los pompones que llevaba entre sus frágiles y delicadas manos además llevaba un pequeño sombrerito en la cabeza y un detalle muy especial este se trataba de un manto verde que combinaba a la perfección con sus grandes ojos verdes. Aquella era la vestimenta típica del distrito de Tinta (Cusco). Lucía estaba más que impresionada por los vivos colores y frescura de juventud que irradiaba aquel vestido. Recordó entonces una pequeña conversación matutina entre su papá y su mamá, cuando esta última le preguntó al papá de Lucía que cual era el vestido cusqueño más bello a su parecer. Pues sin duda el de Tinta, contestó firmemente el papá de Lucía. Argumentando además que aquel era un vestido elaborado a mano tejido con finos y variados hilos de colores y que su gran colorido era impresionante ante los ojos de cualquiera, sin embargo, la mamá de Lucía pareció no quedar satisfecha con la respuesta por lo que decidió seguir adelante con la idea la vestimenta de las vírgenes del sol. Una mano sobre el frágil hombro de Lucía la trajo de nuevo al lugar y al momento. Era una señorita alta, de ojos negros azabache y larga cabellera que representaba a Loreto, le dijo: “disculpa, me da miedo pisar tu larga y bella cola de novia ¿Podrías ponerte unos pasitos más adelante?, igual te prometo tener cuidado” y le sonrió. De repente, ingresó la auxiliar y en voz alta dijo: “Señoritas, alinéense correctamente para empezar con el desfile”. Y es así que al compás musical de la canción: Esta es mi tierra en la singular voz de Eva Ayllón. Todas las concursantes desfilaban una detrás de la otra alrededor del patio. El sol resplandecía como nunca e inmediatamente Lucía pensó en como debió haber sido en el tiempo de los incas no solo el hecho de portar aquel largo y pesado vestido con oro sobre el sino también caminar e incluso subir altas montañas con un sol ardiente en pleno valle sagrado de los incas, sí que debió ser una ardua tarea se dijo a sí misma. Imagino sé entonces desfilar a un grupo de jóvenes señoritas posando bajo el sol y realizando giros diestros y siniestros en señal de adoración a su dios El Sol o Inti. Una gruesa voz masculina que exclamaba: “¡Hey Bravo, Bravo aquí mira!”, la despertó de su sueño. Era su profesor de matemáticas. Cuando Lucía volteó la mirada, vio que tenía una cámara fotográfica y deseaba capturar la imagen de tan bello vestido. Lucía posó ambas manos en su cintura y sonrió para la foto. El profesor levantó su dedo pulgar en señal de aprobación, se sonrió entonces también él y siguió tomando más fotos a las demás señoritas. Siendo ya como las tres de la tarde, por fin el jurado calificador tenía su veredicto final: los cinco primeros puestos del desfile estaban ya resueltos.

Bien, señoritas, vamos a leer los resultados del concurso, dijo el representante del comité organizador. La gran algarabía juvenil no se hizo esperar remeciendo en todo el colegio. De pronto, otra de las profesoras, también de Historia, tomó el micrófono y dijo: Mencionaremos los puestos de forma regresiva del quinto al primer lugar. Comencemos entonces con el quinto Lugar que pertenece al departamento de Loreto. La esbelta señorita de larga cabellera con una lanza forrada con hilos multicolores entre las manos se acercó al escenario a recoger su diploma, posó con ella en manos y sonrió para las cámaras. El cuarto lugar es para el departamento de Ancash, ella es la Palla de Corongo. De repente, una voz muy delicada desde el fondo dijo: “Permiso, permiso, por favor.”. Pertenecía a una señorita, quien con mucha delicadeza tomaba con sus manos un fino tocado de plumas y perlas que portaba en la cabeza, apenas y pisó al escenario cuando las palmas y vivas de sus compañeras de aula invadieron todo el plantel escolar. Recibió también su diploma y giró con amplia gracia, como para que el público apreciase los detalles de su vestido. El tercer lugar es para la señorita Lima, que pase adelante nuestra tapada limeña. Con una amplia falda anchísima de seda, que por tal ancho hacía suponer que por dentro llevaba uno de aquellos antiguos enagües con alambre, en color vino y con una saya (manto) en suave tono lila pastel que cubría además parte de su rostro, haciendo notar su cándida presencia, ella era la señorita Lima quien con fina y delicada elegancia se dirigió a recibir su diploma tal cual flor de la canela haciendo honor con su tono canela sellado en la piel que dejaba entrever en el dorso de sus manos.

En aquel momento Lucía se hizo presa de los nervios, su corazón batía fuertemente miró a su alrededor y buscó velozmente el vestido más llamativo de todos, sus ojos se posaron inmediatamente en el de la señorita Tinta quien más bien parecía un maniquí con sus finos rasgos y aquellos preciosos ojos verdes. “Te llaman, te están llamando”, le susurro una voz al oído: “Hey, no escuchas, te están llamando al escenario” le susurró una chiquilla pecosa vestida con cálidos colores andinos. Entonces Lucía caminó hacia el escenario en medio de los cuchicheos de las demás concursantes: ¿qué?,¿pero por qué? Si su vestido es el más hermoso; estos resonaban fuertemente en sus oídos. En aquel momento hubieron varios porques en el aire. Lucía había sido nombrada el segundo lugar del concurso. Tras un frío silencio del público como respuesta de asombro, disconformidad o de negativa ante tal resultado inesperado, Lucía tomó su diploma y se animó a dar unos pequeños pasos hacia adelante y giró con sutileza cuidando la larga cola blanca y dorada de su majestuoso vestido elevando sus manos al cielo, tal como le había indicado su mamá. Con una radiante sonrisa entre los labios parecía demostrar que el resultado no la incomodaba, sino que más bien se sentía más que satisfecha, feliz. En el fondo, Lucía sentía que había cumplido con una tradición familiar al repetir la historia del vestido de las vírgenes del sol de cuando mamá de niña había portado, eso la sentir muy feliz. Ella irradió al público tal sentir con una sonrisa estremecedora que se ganó inmediatamente los aplausos ensordecedores del público. Así Lucía se paró al lado de la señorita Lima y los otros puestos, quienes permanecían en fila frente al público.

Enseguida era el turno del primer lugar. Invitamos a la señorita del traje de Tinta, Cusco, dijo otra profesora. Lucía al admirar aquel vestido recordó una vez más las palabras de su papá sobre la vestimenta de Tinta: “Su perfecto colorido es impresionante». Mientras tanto la otra señorita Cusco recibía su diploma y un ramo de flores en honor a su primer lugar posó para las fotos; llamaron entonces a los otros puestos ganadores y pidieron que las cinco se pusieran frente al público el eco de las palmas parecían resonar aún en los oídos de Lucía en aquel moderno bus recordó entonces que en la galería de su celular alguna vez guardó una foto de dicho concurso, foto que había sido tomada en una visita a la casa de sus padres. Ahí estaba la foto del recuerdo, con un resplandor único testigo de una soleada mañana de primavera de como cuando las vírgenes del sol asomaban sus miradas bajo el cielo azul de los incas.

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