WACAMARKAY LAMBRAMINO EN PUCUTA II

por Efraín Gómez Pereira
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Reinicio

Parajes de Chaiñahuri y Qelqata, lugares de pastura de los lambraminos. (Foto captura Internet)

Laureano se llevaba muy bien con sus yerbajeros. Recuerdo a Jesús Pumapillo, como al vaquero comprometido, a Diego Chipana y Bartolo Layme, como incondicionales aliados. A raíz de la reforma agraria, Pucuta entró en disputa y mi padre con sus dotes de “lego tinterillo”, logró revertir su expropiación y la hacienda pasó a ser terreno comunal para uso productivo y de crianza de comuneros de Marjuni, Payancca y Lambrama. De hecho en Qelqata se realiza uno de los principales laimes que produce papa nativa destinada a procesar chuño.

Una centena de vacas y toros son encerrados en el corral amplio de piedras, rodeado de árboles añejos de qeuña y tasta. Algunas vacas con cría son ubicadas en el machay, donde se aprovechará la leche para los desayunos de una semana. Una sopa viernes de olluco con limancho y leche es incomparable, al igual que leche hervida con salvia y salpicada de cancha de maíz chullpi. No hay prisa, pero hay que rezar para que la lluvia no “agüe la fiesta”. Los días se prestan límpidos y congraciados.

Laureano montado sobre su mula Roma “Tragaleguas”, un ejemplar de gran tamaño y docilidad que iba siempre con un burro de compañía, mira extasiado sus vacunos y sonríe. Un sombrero de pana ladeado hacia la izquierda de su cabeza, le permite destacar sobre los “loccos” de los campesinos, que son sombreros artesanales hechos con lana de oveja.

En el primer día, don Marcelo Terán, un respetado Auqui, una especie de maestro de ceremonias, ensaya padrenuestros y avemarías, invocando a los Apus Waccoto y Pucuta, para lo cual hace el “pago a la tierra” lanzando al aire humo de incienso y palo santo, cuyo aroma envuelve a la treintena de personas aglomeradas en los corrales. Un cordel largo y fino se extiende de canto a canto, colgando cintas de colores que en su momento adornarán las orejas de las vacas y vaquillas marcadas.

Con generosidad que la ocasión amerita se han degollado dos toretes y una docena de ovejas, que serán consumidos en los días de fiesta. Kankachu y picantes son degustados por todos, para lo cual las mamachas muy cercanas a la familia, han dispuesto lo necesario en leña y pertrechos. La comida se sirve en platos de madera “puqus” y la chicha en keros, también de madera. Para los mistis hay platos de fierro enlozado y vasos de cristal.

Los lazos corren de mano en mano y capturan a los animales que son sometidos por cuatro fortachones y una vez tumbados sobre el suelo, reciben la marca de una varilla de fierro candente que sale de un fogón alimentado con leñas de tayanco y qawa. La marca lleva en un extremo de la varilla, las iniciales LG y es colocada en el anca, brazo y cacho. Las orejas son también cortadas, una en tijera y la otra en horizontal, señal particular de Laureano, quien aplica un inyectable contra la fiebre aftosa así como pastillas para desparasitar de alicuya o “ccallo” a cada uno de sus animales.

La jornada se extiende por varios días y los ánimos de los fiesteros suben a tope al cerrar cada jornada. Tinyas y quenas acompañan a un waqrapuku, que se esmera entonando wacatakis y jarawis, que hombres y mujeres cantan en coros improvisados, al mando de Saturnina, Alberta y Laureana. “Toroy barrojo, wacay misitu…”. Wacatakis y carnavales se conjugan en los cantos. El machay abraza a los fiesteros ya cargada la noche y los guarece hasta el día siguiente.

Al cuatro día, queda poco cañazo y Laureano encomienda a Diego, vaya a Lambrama por un par de odres y más hojas de coca donde la señora Rebeca. El ida y vuelta lo hace en menos de un día y la alegría continúa, rociado de licor que quita penas y alegra corazones.

Machay de Pucuta, escenario de una festividad tradicional lambramina. (Foto captura Internet)

Hay invitados especiales que comparten la alegría de Laureano y Dora. Desde Lambrama se han movilizado el sargento de la Guardia Civil, el director de la escuela, el jefe del banco de la Nación, el tío Wachi, “Uchuy” Luis Tello, autoridades y más amigos, al igual que otros de Taribamba, Palpacachi, Llicchivilca, que han llegado con sus lotes de frutas, queso maduro y carne seca, que también pasan por las ollas del machay de Pucuta.

Los ahijados reciben sus dotes que la tradición manda, consistente en un becerro que seguirá en el hato hasta el destete. La fiesta del wacamarkay llega a su fin. Los vacunos son liberados y cada uno sabe hacia dónde retirarse. Los becerros saltan encabritados en los pastizales, entre ichus, yaradas y waraccos. 

Laureano, ya sereno y recuperado con su “umajampi” o cura cabeza, que es una botella de malta Cuzqueña calentada en una olla de mote, agradece a todos y los insta a seguir trabajando en armonía por la familia y el pueblo. Amigos y conocidos, paisanos y vecinos se despiden en alegría, en medio de abrazos y arengas, mientras el waqrapuku sigue elevando sus notas al compás de las quenas y las tinyas, a la espera de una próxima cita. 

Los pequeños Gómez, participamos de una actividad tradicional que nuestro padre se empeñaba en mantener, prolongar y hacerla masiva y popular. Felizmente en la actualidad el wacamarkay es una tradición enmarcada en el calendario anual de las fiestas costumbristas de Lambrama y, estoy seguro, perdurará más allá de las nubes y los cielos azules.

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