Había un tiempo en el que todos nos conocíamos. No era raro caminar por la calle y saludar a todo el mundo. Abancay, hasta los ochenta, era una ciudad de abanquinos. Había lugares comunes: la Plaza de Armas para juntarse con los amigos, las peluquerías donde no sólo ibas a cortarte el cabello sino también a leer una revista… o las tertulias interminables de los viejos en los parques, donde no era raro escuchar un debate sobre un libro interesante o sobre corrientes literarias.
Las actividades laborales terminaban a las cinco de la tarde. Y las costumbres posteriores pintaban a la ciudad, como en un cuento literario, en un lugar de historias paralelas donde hasta las risas en una esquina tenían detrás una explicación ingeniosa.
“El realismo mágico de García Márquez ya se había inventado en Abancay”. Ese comentario pudo escucharse en un ambiente intelectual tradicional, pero fue parte de la conversación bohemia en un bar de la calle Elías. El eterno retorno a mi ciudad natal, me reencontraba con los personajes de las historias que siempre había escuchado, o con quienes tenían el ingenio de inventar historias nuevas. La conversación de esa noche, tenía como protagonistas a mi primo Chano Barrientos y su amigo, el vago Peña.
Del vaguito, como hasta ahora le dicen de cariño incluso en los saludos de cumpleaños en su facebook, se contaban mil historias. Sus comentarios ingeniosos y a veces con tinte intelectual como el reseñado líneas arriba, eran contrarios a su apelativo. Tenía siempre una salida. Era, como muchos en Abancay, un personaje digno de historias inventadas que él tomaba siempre con humor. En todo caso, era el vago más culto.
Alguien contó, que un viejo amigo del colegio, le enviaba desde Lima un apoyo económico mensual. Pero cuando tuvo que casarse y más aún, luego de tener un hijo, le había cortado la subvención. Meses después, el vago, preocupado le hizo una llamada para preguntarle qué había pasado y luego de la explicación del amigo sobre sus nuevas responsabilidades el vago le había respondido: “O sea que con mi plata estás manteniendo a tu familia”.
Esa noche del bar en la calle Elías, la conversación comenzó como siempre después de un buen tiempo, sobre las cosas nuevas que cada uno estaba haciendo. Pero el inicio siempre venía cargado de salidas mágicas. Le pregunté a mi primo Chano a qué se estaba dedicando, y él, con su rapidez y estilo bromista de siempre, como si el libreto ya estuviera preparado, me respondió: “La verdad, no estoy haciendo nada primo”. Y enseguida me dirigí a su amigo: “Y tú, vaguito?”, y en una respuesta cargada del mayor ingenio abanquino, me dijo: “Yo le ayudo al Chano”.