YO SOY DE ACUARIO, ¿Y USTED?

Era una tardecita de mayo de 2021. El sol, después de darnos su calor abrasador durante el día, se había escondido tras Karkatera. La noche era silenciosa y fría. El mundo aún se enfrentaba al fantasma del Covid-19. Todos íbamos ocultos tras las mascarillas.

Salía de la Catedral. Cerca de los mástiles donde ondean las banderas, un hombre de corbata, de fácil palabra, me interceptó:

—Padrecito, yo soy de Acuario, ¿y usted?

—¡Qué casualidad!, yo también soy de Acuario. —Respondí y chocamos los puños, guardando las distancias.

—Pero, ¿no creerá que los curas crean en esas cosas? ¿Acaso no es pecado creer en el horóscopo? —Me espetó. 

—Mira, amigo, yo no creo en esas “cositas” —Respondí con sorna—. Pero confieso que a veces los leo. Así tengo motivos de conversación con mis colegas. Por ejemplo, la semana pasada mi horóscopo decía que uno de mis hijos me daría una gran alegría; pero que me iría mal en los negocios…

—¿En serio? —replicó él—. Pero creo que a veces aciertan, ¿no?

—No, no aciertan, porque siempre hablan de cosas generales que nos ocurren a todos los humanos…; pero yo creo en Dios mi Padre, en su Hijo Jesús y en el Espíritu Santo. Si quieres, te recito el Credo.

—¡No, no! —dijo como disculpándose—. Solo quería saber qué pensaba usted. —Sin más, hizo una leve inclinación de cabeza y se alejó, perdiéndose detrás de la torre de la Catedral.

En esos meses, el Covid-19 había cedido algo, aunque angustia y la desesperación seguían a tope. Las muertes y los entierros de los contagiados nos ponían en vilo. Por mi parte, ante la tardanza en instalar la planta de oxígeno en el HGDV, también entré en cierta desesperación. Pensé entonces que al Covid-19 se le sumaban dos pandemias más terribles: la corrupción y la superstición.

Respecto a la superstición, opino que los católicos somos menos creyentes que algunos ateos e incrédulos. A ver si me explico: el ser humano, cada uno de nosotros, por nuestra constitución antropológica, somos referentes a Dios. Creados para lo sagrado, llevamos el misterio de lo divino en nuestros genes, en el fondo de nuestro ser. Una razón es que no somos la explicación del mundo; tampoco nos dimos la vida a nosotros mismos; que tenemos fecha de caducidad, además de estar de paso por este mundo.

 “Hayimy”, el brujo de Chollywood, el asesor espiritual del ex presidente Vizcarra, ingresó más de 20 veces a Palacio de Gobierno. El ex mandatario confiaba ciegamente en las predicciones que él le daba. Eso leí en uno de los titulares noticiosos de aquel año. Y, curiosamente, el médium asesoraba a más personajes de fama y poder, quienes también ahora, usando la ciencia como escudo, nos miran de reojo a los creyentes en Dios.

Tampoco es raro encontrarse con algún con personaje iracundo que se proclama no creyente. Asimismo, algún comunicador humilla y ridiculiza al creyente en sus entrevistas, levanta la voz y no le deja hablar. El pobre entrevistado queda como un paria o un retrasado.

Hace una tarde, quise comprar una aguja, ya era como las 6:30 pm. Resulta que nadie me la quiso vender. Tuve que andar así, con el pantalón roto… 

Astrología, tarot, horóscopos, amuletos de buena suerte, calzones amarillos, herrajes, wayruros… son los vestigios de lo ilógico en un mundo que presume de racional y científico. Son credos que desafían a la razón moderna, que precisamente acepta solo lo que puede tocarse y medirse, negando todo lo demás.

La historia demuestra que no todos los individuos reconocen su vínculo con lo divino, especialmente en épocas marcadas por el predominio de lo sensorial y lo científico-técnico. Este enfoque en lo fenomenológico suele generar miopía hacia Dios, llevando a algunos a declararse ateos, ya sea teóricos o prácticos. Dostoievski los califica de idólatras, argumentando que “el hombre no puede vivir sin arrodillarse… Si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo de madera, de oro o simplemente imaginario. Todos estos sones idólatras, no ateos; idólatras es el nombre que les cuadra” (GUERRA M., Historia de las religiones I. Constantes religiosas, NT Eunsa, Pamplona 1985, p. 65ss).

En efecto, sin Dios, el hombre no puede ser lo que es. La espiritualidad y la religiosidad están inscritas en su esencia, como lo demuestran todas las culturas y civilizaciones. Por eso, el ser humano necesita saciar su sed espiritual con ritos, creencias y símbolos: si no acuden a Dios y a su Hijo Jesús, unos, invocan a los espíritus; otros cuelgan wayruros, patitas de conejo; y los terceros usan herrajes, patakichkas, etc.

El ser humano es mucho más que materia. Posee un alma espiritual y su vocación es eterna. Somos seres para la eternidad. En este sentido, las crisis actuales de corrupción, incluso en el clero, es por la ausencia de Dios, por la carencia de vida de santidad… 

Aunque nací en el mes del Acuario y no creo en sus pronósticos, los leo alguna vez. Me ayudan a reírme de mí mismo…

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