DE CABALLOS A COCHES

Si es que pudiéramos remontarnos en el tiempo, echarnos a volar algo más allá de un siglo atrás, y aterrizáramos a principios del siglo XX, hallaríamos un mundo realmente sorprendente en Abancay. Podríamos comparar si ¿Era la vida de antes mejor que la de ahora?

Veríamos atmósferas diáfanas con nula o bajísima contaminación, ríos límpidos plenos de peces y bosques verdes y lozanos de fauna abundante. Las aves canoras alegrarían el ambiente por doquier y bandadas de ruidosos loros surcarían el firmamento. 

Las calles quizás podrían no estar tan limpias, por la bosta de las bestias de carga, pero no habría plástico, papel, vidrio y residuos orgánicos que hoy componen la basura.

Los caballos, mulas y burros serían el medio de transporte de los hombres y el motor de los vehículos rodantes.

En este valle primaveral, donde las llamas no resisten por el excesivo calor no las habría, pero si en las zonas altas del Perú sus lomos seguirían siendo el medio de carga más utilizado 

En ese momento habría pocos automóviles en el mundo. Se desplazarían a 20 km por hora a lo sumo y gastarían muchísimo más combustible que el que gastan los autos hoy en día. No habría grifos ni en las ciudades grandes, y la gasolina se expendería solo en algunas boticas, y en volúmenes muy pequeños.

Los automóviles serían curiosidades con escaso valor práctico, excepto quizás para lucirse, pues la vanidad, ese feo defecto de la humanidad, ya existía desde que la especie se hizo bípeda y al erguirse pudo medirse con sus semejantes.

El primer automóvil llegaría pronto a la ciudad de Lima, un Locomobile a vapor que sería importado en 1903. Más tarde llegarían los autos carburados.

La antropóloga Gilda Carrera ex Directora Regional de Cultura sostiene que uno de los primeros en arribar al Perú, lo hizo para circular en Abancay. Se lo trajo desmontado y a lomo de bestia, pieza por pieza, y luego se ensambló en el patio de la hacienda de Illanya

La Sra. María Letona con su auto Ford Modelo T-1921, según el Club del Automóvil Antiguo de Apurímac. Nótese el singular emblema, encima de la campana. Subido al tapabarro, un hermoso perro de la raza antigua de Pastor Alemán, de la variedad ganadora de Roland Von Starkenburg, según el Médico Veterinario Carlos Alfaro Pinto.

Sus propietarios, la señora María Letona y su esposo el ingeniero José Díaz Bárcenas, no teniendo muchas vías por donde circular, se vieron obligados a promover la construcción de las primeras vías carrozables de la ciudad.

En las grandes ciudades se gozarían ya de muchos adelantos tecnológicos, pocos en ciudades como la nuestra, donde seguía viviéndose casi de la misma manera que en el siglo XIX.

Las noticias viajaban de boca en boca, el correo de brujas era eficientísimo, aunque no tanto como lo es hoy. Era muy curiosa la vida de antes.

La radio, que ya habría sido inventada,  empezaría a difundirse en 1910 iniciando las primeras transmisiones radiofónicas con el fin de entretener. 

Probablemente, los primeros receptores serían traídos por los hacendados europeos para escuchar a sus países a través de la onda corta.

Las comunicaciones remotas aún serían epistolares, y las cartas seguirían siendo, bellas piezas de caligrafía, bien redactadas y aún mejor pensadas.

Pocos sabrían escribir, y otros pocos solo leer, sin animarse a escribir.

Para las noticias urgentes se utilizaría el telégrafo, basado aun en el Alfabeto Morse, con solo dos símbolos el punto y la raya, dependiendo de la pulsación corta o larga.

La gente viviría sin prisas, al ritmo que impone la naturaleza y las estaciones del año.

Los hombres seguirían recreándose en la contemplación de los cielos, en particular del nocturno, las estrellas y la luna. Hoy casi nadie levanta la mirada.

Las calles se iluminarían con farolas en base a gruesas velas o quemando sebo animal. En Abancay, quizá habría unas cuantas, pero las calles permanecían oscuras, excepto quizá, en los frontis de algunos hogares donde el resplandor habido en el interior alumbrara hasta los exteriores.

Los hombres pondrían toda su atención en proveer a sus familias con sus trabajos agrícolas, pecuarios o algunas ocupaciones “modernas”, y las mujeres estarían abocadas a atender sus hogares, a cuidar con amor a sus vástagos y con particular devoción a sus maridos.

Las fiestas serían muy esporádicas, pero cuando se hicieran, se celebrarían a lo grande y con muchos recursos, para lo que se ahorraría y guardaría con bastante anticipación.

¿Era la vida de antes mejor que la de ahora?

Sí y no, depende mucho de nuestra perspectiva y prioridades. Algunos preferirán la simplicidad y la tranquilidad de hace un siglo atrás, mientras que otros elegirán la comodidad y facilidades de la vida moderna.

Ahora, queremos luz, y nos basta con pulsar un switch. Queremos agua, y nos basta con abrir un caño. Antes no era así. Si se quería luz, había que prender una vela y para prenderla, había que tener fuego. Desde 1850 ya había cerillos o fósforos, en el Perú. Antes de ello, se debía guardar la lumbre en el fogón, que nunca se apagaba, y si se apagaba había que prenderlo trayendo un tizón de otro hogar, o encenderlo con pedernal.

Para tener agua fresca había que recogerla de la acequia o el río, y había que estar muy atento, para que no se metieran sapos, como lo sucedido en un gracioso cuento.

El cementerio de Condebamba recién se habría inaugurado y aún se estarían trasladando los restos de personas prominentes, desde el antiguo cementerio, ubicado en donde hoy está el edificio de la Beneficencia Pública de Abancay.

Si uno quería estar enterado, tenía que leer, no había otra forma. Habría quizá algunos periódicos y revistas de fuera, no muchos, pero habría libros, y se los valoraría como lo que son, verdaderos tesoros.

Ahora, si uno quiere saber algo, basta ponerse frente a una pantalla, plantear una pregunta por el teclado o a viva voz, y en milésimas de segundo tendremos las respuestas, y provistas por varias fuentes. 

Quizá por eso, la juventud actual valora tan poco la información, ¡porque nada les cuesta conseguirla! No concibe lo que es tener que esperar días para conseguir un libro, amanecer leyendo y llorar leyendo un poema., como se hacía en la vida de antes

Si queremos escuchar música, hoy basta con seleccionarla en el móvil o prender el radio receptor o el televisor, antes no, tendríamos que hacerla nosotros mismos o contratar músicos para que la hicieran.

Innegables ventajas que hoy tenemos gracias a la tecnología y a los magníficos hombres que la soñaron y luego la investigaron, crearon e implementaron.

Hace más de un siglo, la mayoría de las personas tenía excelente calidad moral. Se cultivaban los valores y eran las madres las encargadas de inculcarlos y los padres de ponerlos a prueba. Valores como la honestidad, el respeto,  la responsabilidad y la compasión, eran los puntos cardinales del comportamiento de las personas decentes. 

La palabra de un hombre equivalía a una escritura, y los ladrones eran señalados con el dedo y repudiados por toda la comunidad. Así era la vida de antes.

¡Ah! ¡Tiempos aquellos, idos y nunca volvidos! diría mi tía Margarita, que es muy sabia y muy bonita.

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