Dicen que el gran artista Michelangelo Buonarroti ya antes de esculpirlas veía a las estatuas dentro de los bloques de mármol. Lo único que hacía era, a base de golpes de cincel, ir quitando el material sobrante, hasta obtener la imagen.
Los hombres, cuando nacemos, somos como esos bloques de mármol. El hombre perfecto está dentro de nuestro ser, pues debemos llegar a la plenitud de nuestro ser y lo debemos alcanzar a base del esfuerzo personal. El cristiano debe tallar en su vida la imagen de Cristo.
Por el contrario, las plantas, los animales y los seres inertes cumplen sus objetivos y sus fines de modo natural. Podríamos decir que ellos ya están “acabados”, mientras que el ser humano viene en “bruto”. Con la educación conseguimos la perfección.
“Sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto”, dice Jesús (Mateo 5,43ss) Y San Pablo: “Tengan ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Filipenses 2,5).
Evidentemente, nunca seremos totalmente semejantes al hombre perfecto que es Cristo, pero debemos ir quitando de nuestra vida aquello que sobra, como en las esculturas del Buonarroti, y pulir nuestras maneras bruscas de ser y de vivir.
Hace dos mil años se ha definido espléndidamente el concepto de la perfección humana. Lo hallamos en la Biblia. Puedes leer en 1 Corintios, 13.
De este texto paulino se hace eco James C. Hunter en La Paradoja. Un relato sobre la verdadera esencia del liderazgo afirmando que los cimientos de cualquier desarrollo humano y social son las virtudes humanas: Paciencia, afabilidad, humildad, respeto, generosidad, indulgencia, honradez y compromiso.
En efecto, todo progreso y desarrollo social; la misma gobernabilidad, como la ciudadanía -y cualquier situación humana- se cimientan en lo que cada individuo es.
Si vamos quitando los defectos y los vicios, a base de adquirir las virtudes humanas, mejoraremos esta sociedad que nos ha tocado vivir.
¿Te imaginas un Apurímac lleno de hombres y mujeres puntuales, honrados y trabajadores? Soñamos con ello, pero creemos que lo harán no sabemos quiénes…, y olvidamos que es una tarea que toca a cada uno.
Quitar lo que sobra de ti y configurarte con Jesucristo es tu tarea: «Vivo yo, pero no soy yo; es Cristo quien vive en mí» (Gálatas 2,20).
Eres el escultor que extrae lo sobrante de tu vida, de tu carácter, de tu autosuficiencia, de tu materialismo…
Asimismo, bien podemos ser expertos y eminentes científicos, pero hemos fracasado como personas y como sociedad si no practicamos las buenas costumbres, las virtudes humanas.
Hay que formar al hombre y esculpir la imagen de Cristo en nuestras almas. Educar significa eso: sacar lo mejor de cada uno desde dentro, extraer valores como la responsabilidad, la honradez…
Algunos creen que educar es llenar la cabeza de datos y de información, pero están muy equivocad