ABANCAY: TRADICIONES Y COSTUMBRES

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

Abancay, enclavado entre quebradas rumorosas y montañas fabulosa, es una de las ciudades más antiguas y entrañables del Perú. Sus costumbres, al igual que sus laderas, se aferran a la tierra con raíces profundas, alimentadas por siglos de historia, sin perder jamás el pulso alegre de la tradición.

En épocas festivas —cuando el sol parece danzar sobre los tejados y el viento huele a chicha fresca y pólvora de cohetes—, la ciudad se viste de gala con fiestas, desfiles coloridos, campeonatos deportivos, danzas ancestrales y, como no podría faltar, vibrantes y conmovedoras Peleas de Gallos.

Fiestas Patronales y Religiosas

La festividad más importante de Abancay es la dedicada a la Virgen del Rosario, patrona de la ciudad, celebrada cada 7 de octubre. Durante esta fecha, toda la comunidad participa en misas solemnes, procesiones, fuegos artificiales y serenatas en honor a la Virgen. El papel de los “alferados” o «cargontes» es fundamental, ya que estas personas asumen la responsabilidad de los gastos de la fiesta y reparten comida y bebida, a los asistentes. La devoción a la Virgen del Rosario está profundamente arraigada y se manifiesta también en la educación, con instituciones que llevan su nombre y organizan actividades religiosas durante toda la semana de celebraciones.

Otra celebración relevante es la del Señor de la Caída, cada 13 de enero, que incluye misas, procesiones y fuegos artificiales, congregando a numerosos fieles y destacando el papel de los mayordomos como organizadores.

 

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Gastronomía y Ferias

La gastronomía también es parte esencial de la identidad de Abancay. Destacan productos como el pan artesanal, la “wawatanta” (pan tradicional con formas alusivas a la fertilidad y la infancia) y el chicharrón y el lechón abanquino, que forman parte de festivales y ferias organizadas para celebrar el aniversario de la ciudad y otras fechas importantes.

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Costumbres Agrícolas y Comunitarias

Las costumbres agrícolas, como la “tinca” (bendición del ganado) y el “ayni” (trabajo comunitario recíproco), siguen vigentes, especialmente en las zonas rurales. Estas prácticas refuerzan los lazos de solidaridad y cooperación entre los habitantes de la región.

Carnavales de Abancay

Los carnavales abanquinos desbordan como un torrente de júbilo en el corazón mismo de la ciudad, no en vano han sido declarados Los Carnavales más alegres del Perú.

Abancay no solo celebra: se transforma en un escenario vibrante donde la tradición, el ingenio y la alegría se abrazan sin pedir permiso. Sus calles y plazas se convierten en fiesta popular, donde la risa suena más fuerte que el tambor y el goce no conoce jerarquías.

En estos días, los barrios compiten con chispa y alegría. El ingenio y la picardía desbordan en cada detalle y se lucen hermosos trajes típicos confeccionados con los colores de la tradición. Las calles se engalanan con serpentinas, banderas multicolores. Las comparsas recorren la ciudad con sus melodías contagiosas al son de guitarras, quenas, charangos y tinyas (tambores pequeños) y encantadoras voces entonan las letras de sus canciones —llenas de picardía amorosa, sátira y ternura—, que cuentan historias donde el corazón y la chacota se dan la mano.

CarnHEVB

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Pero la fiesta no se vive solo con los pies, sino también con el agua. En Abancay, carnaval que se respete incluye baldazos sorpresivos, globos voladores y chisguetes. El agua corre libre como símbolo de purificación, de juego y de complicidad. No hay rincón seco ni persona inmune. Cada gota lanzada es una carcajada a punto de estallar, una travesura bendecida por la costumbre.

En medio de todo ello, las yunzas —esos árboles cargados de regalos, dulces, frutas y anhelos— se yerguen como el corazón simbólico de la fiesta. Plantado en la calle o en la plaza, espera paciente a que la danza lo rodee, a que el hacha lo corte con ritmo y canto. Cada golpe es una estrofa lanzada al cielo, y cada pareja, un conjuro para que la vida nunca deje de girar. Cuando el árbol cae, el jolgorio se multiplica: se baila sobre el polvo y se corre a por los obsequios, como niños disfrazados de adultos.

Aquí, el carnaval es algo más que una celebración: es un acto de hermandad colectiva. Es un pacto sin palabras entre vecinos y generaciones. Es la excusa perfecta para pintarle la cara a la rutina y mojarle el alma al olvido. Por unos días, Abancay se da permiso de soñar despierto, de reír sin medida, de entregarse a la fiesta como quien entra en un templo del júbilo.

Peleas de Gallos

En este valle de eternas primaveras, los gallos no son simples aves. Son centinelas del amanecer, heraldos del campo, símbolos del coraje. El canto del gallo, limpio y majestuoso, despierta a Abancay antes que el reloj. No hay barriada ni caserío que no lo escuche: un canto que cruza los muros y las épocas, que recuerda a todos que la vida empieza temprano… y con brío.

La afición gallística —traída por los conquistadores españoles y adaptada con ingenio criollo— encontró en Abancay un segundo hogar. Desde hace siglos, pervive como una tradición viva, celebrada, perfeccionada con paciencia y pasión. Los gallos de pelea son criados con devoción casi sacerdotal por hombres conocidos como galleros, una suerte de alquimistas rurales que entremezclan linajes, colores, instintos y técnica, mejorando cada día y logrando nuevos linajes de emplumados, seleccionados y criados con especial ternura, en busca del gallo perfecto: bello, fiero, veloz y noble, que jugaran en peleas donde pondrán en juego sus propios corazones.

En Abancay, se juega al gallo de navaja peruano, una soberbia especie, hermosa y letal, raza orgullosa, de porte imperial y reflejos afilados como su acero. Cada combate es una danza de fuego, un arte de la embestida y el esquive, donde los gallos no solo luchan: se expresan en cada arremetida, en cada una de las miles de peleas que se realizan en cada temporada, sean domésticas o en grandes campeonatos con jugosos premios, cada salto es una declaración de carácter; cada corte, un poema de sangre; cada victoria, una ceremonia.

Los escenarios donde se libran estos duelos —llamados canchas— se dispersan por la ciudad y sus alrededores, desde humildes patios donde se juega por el puro gusto, hasta arenas más formales donde corren apuestas de altura y se disputan copas y renombres. Allí se reúne un pueblo entero, como en un rito colectivo, entre murmullos de tabaco, vasos de cerveza y ecos de emoción contenida.

Pero no solo los galleros disfrutan de esta fiesta: también los preparadores, los jueces, los amarradores y careadores, y sobre todo el público. Ese público abanquino que se enardece con cada pelea, que apuesta no solo dinero sino alma, que vibra, grita, aplaude, discute, festeja… y vuelve, cada semana, como si asistiera a una liturgia. Porque en esta pasión, como en toda pasión verdadera, hay algo de fe.

Cada tarde y velada gallística es memorable, deja anécdotas que se comentan durante semanas. Y si uno tiene el privilegio de sentarse entre los viejos conocedores —esos sabios del corral que lo han visto todo—, escuchará descripciones casi poéticas sobre sus aves, describiendo su color, postura y alzada. Así, giros, ajisecos, carmelos, prietos, moros, plateados, cenizos, dorados, barrosos y otros, cada uno con su linaje, su historia, su temperamento, son protagonistas de las épicas tardes. Pero también hablarán con autoridad de lo técnico: estilo de pleito, corte, casta, bravura, vuelo, registró, vista, capeo, etc., como si se tratase de ajedrecistas emplumados.

La pelea, para ellos, no es una simple riña: es un arte. Un duelo de temple y de sangre, de estrategia y de instinto. Y aunque para algunos sea difícil comprender esta práctica, en Abancay —como en otras regiones del Perú— aún late en ella una estética singular, una herencia, una manera de afirmar identidad y pertenencia.

Así, en esta tierra de poetas y frutales, de lluvias tiernas y fiestas largas, la pelea de gallos no es solo espectáculo ni deporte: es parte de una cultura viva, una pasión que —como los gallos que la representan— canta fuerte al amanecer, resistiendo el paso del tiempo con las espuelas de la tradición.

Son de recordar los desafíos a Tapadas entre los galpones «El Sacramento» de los hermanos Genaro, Juvenal y Efraín Gamarra que, junto a Alberto Lizarazo, Francisco Gonzales, Juan Pablo Valer y Nabil Abuhadba presentaban gallos contra el galón «El Olivo» del Sr. Velarde, el galpón «Yaca» de los hermanos Flores y el de José de la Cuba e hijos. Otros grandes galleros dignos de resaltar, son Benigno Valer y Armando Chama Diaz Calderón.

En la nueva hornada de galleros, figuran  Danilo «Loco» Luna. Ely Acosta Valer, Hernán Soto, Ronald Flores, Denis Ascarza, José Antonio Valer, José «Pato» Ballón, Rolando Luna y sus hijos los hermanos Luna Tello, los hermanos Inca, Guido y Carlos Alfaro, Freddy y Eduardo «Yayo» Castro, Alberto Villegas, Edward Camacho, Joaquín y Lucho Farfán, Víctor Boluarte, Julio Azurín,  Jimmy Espinoza, la nueva generación de los Gamarra entre los que destacan Guillermo, Efraín y Joseph, Aldair Bravo, los hermanos Márquez, Walter Pacheco, Carlos Layseca, Nilton Retamozo, los hermanos Chipani, Juan Pablo Ramos y otros muchos más.

Lamentablemente, algunas personas no logran entender esta hermosa afición y les es difícil comprender que, junto a las corridas de toros, son tradiciones socio culturales que son parte importante de nuestra acervo cultural e identidad nacional.

Nota: Es difícil nombrar a todos los galleros tradicionales de Abancay, pero siendo está una publicación viva, agradeceremos que nos hagan llegar los nombres de quienes involuntariamente omitimos, para agregarlos en este artículo.

Agradecimiento especial al Sr. Hector Gamarra Luna por compartir su experiencia y conocimiento de la gallistica abanquina.

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