ABANCAY SIN AGUA, AUTORIDADES SIN VERGÜENZA

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

Fuentes confiables nos informaron que el sábado por la tarde se rompieron tuberías en la zona de Marca Marca, lo que, presumimos pues aún no hay un comunicado oficial, provocó el corte inmediato del servicio de agua en toda la ciudad de Abancay. Se desconoce si el hecho fue producto de un accidente, de negligencia o de alguna acción malintencionada. Lo cierto es que, desde entonces, la ciudad vive una emergencia dramática.
El domingo —día habitual para labores domésticas como el lavado de ropa o la limpieza del hogar— miles de familias se vieron impedidas de realizar estas tareas básicas.
Los restaurantes, por su parte, tuvieron que improvisar: muchos recurrieron a utensilios descartables, y cabe preguntarse, con preocupación, ¿cómo se garantizó la salubridad en la preparación de los alimentos sin acceso al agua?
Cómo estarán los centros de salud y hospitales, ¿estarán durando sus reservas?
A pesar de la magnitud del problema, que ya supera las 24 horas, esta mañana nos informaron que apenas dos trabajadores fueron enviados para intentar resolver el problema.
Naturalmente, no lograron nada: un problema de esta envergadura requiere más personal, mejor equipamiento y sobre todo, capacidad técnica especializada
¿Dónde estaban los ejecutivos ingenieros y técnicos de EMUSAP?
En toda sociedad seria, el agua potable y la energía eléctrica son derechos fundamentales, no lujos. Las autoridades tienen la obligación moral y legal de garantizar su continuidad, aun en casos de emergencia. Para ello existen —o deberían existir— cuadrillas de respuesta inmediata, distribuidas estratégicamente. Su ausencia revela no solo desidia, sino una falta de compromiso con el bienestar público.
En países donde impera el Estado de derecho, esta clase de negligencia se sanciona con firmeza, porque compromete la salud, la economía y la dignidad de las personas. La imprevisión no es una anécdota: es una falta grave.
Nunca tuvimos autoridades brillantes hasta ahora, pero nunca las tuvimos tan incapaces como las actuales.
Es una pena, sí, pero sobre todo, una vergüenza.

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