LAS VIEJAS QUEUÑAS QUE TOCAN EL CIELO

por Efraín Gómez Pereira
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Reinicio

Un paseo por las alturas cercanas a Lambrama, camino a nuestra legendaria laguna de Taccata, permite solazarse con la riqueza natural que ofrece el bosque de Queuñas de Queuñapunku. Se podría decir que es el último bastión forestal del pueblo, de una especie considerada gran aliada para afrontar el cambio climático.

Árboles viejos, atrapados entre enormes rocas, musgos, tankar, marjus, keras, chuillur también añejos, que se dan las manos, en abrazo eterno, sabe Dios desde cuando, tocando el cielo de nubes y lluvias; perviven ante la atenta mirada de los comuneros lambraminos, que han sabido dominar sus apetitos depredadores para cuidarlas y protegerlas de la misma sinrazón humana.

Mirar y tocar o treparse sobre un tronco escamado color canela, de una vieja Queuña, sino te lleva al paraíso, te llena de energía y calor que difícilmente se puede explicar. Sus hojas pequeñitas, brillosas y sedosas, frías hasta heladas, a pesar del calor serrano, son caricias al pasado, frescura al presente y esperanza al mañana.

Frotar entre los dedos sus hojas sueltas, dejan un aroma amargor que se impregna en los sentidos, en la mirada y las caricias, que durarán y acompañarán todo el día. El olor de la vieja y añorada Queuña, se sube a tus alas y vuela contigo, en la caminata sobre pastos, pajonales y waraccos, que le dan un cariz especial a esta parte de nuestra bella y querida tierra.

Los charcos superpuestos sobre la grama que rodea la arboleda, las caídas de agua y los chorrillos puros que se escapan de las entrañas de los cerros cercanos, de entre las rocas, de los ojos de agua naturales, que sumando crecidas forman el río Lambrama, son aliados vitalicios del crecimiento, desarrollo y permanencia de estas viejas especies que tienen valor humano, valor natural, riqueza poco aprovechada.

Los vientos que silban entre sus ramas, hacen que las hojas caigan y formen capas orgánicas de alimento natural para el propio árbol. Allí mismo, sobre esa riqueza convertida en guano, crecen especies forestales únicas y que en alianza con las sombras y frescor de la Queuña, prodigan helechos, machamachas, jisas, tikas, huaytas y, sobre todo, limanchus que endulzan lawas y picantes de pobres y ricos que los disfrutan sin disputarse nada.

Este viejo bosque también guarece, bajo sus sombras y sobre las copas de sus frondosidades, especies raras de fauna silvestre como yutus, jakaqllos, siwar qentes, así como escurridizos gatos monteses, zorros, pumas y apetitosas vizcachas.

En sus rededores pastan vacas criollas, caballos y ovejas de los lambraminos que levantan sus jatus en las inmediaciones, haciendo uso racional de sus troncos y ramas para armar cumbreras y techar las chozas que les permiten afrontar los fríos gélidos de la zona, en ambientes amigables.

Caminando entre las rocas y los bosques de Queuña, se puede hacer una cosecha generosa de las aromáticas y medicinales hojas de muña de altura y de la rebuscada salvia, que se entregan con una amabilidad bondadosa.

Ir de paseo a Taccata, nuestra laguna de mil historias y muchas leyendas, pasando por Queuñapunku nos permite recrear el pasado y mirar el futuro con esperanza, pues en sus laderas se pueden observar plantones de esta especie de suma importancia que forman parte de los programas regionales y municipales de forestación y reforestación. Es decir, si todo enmarca con los cuidados necesarios, nuestro viejo bosque de Queuña, podría convertirse en el espejo de la reciprocidad humana a una belleza natural que todos estamos obligados a cuidar y querer.

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