DE ERRORES, TIEMPOS Y VALORES

por Carlos Antonio Casas
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Reinicio

Una vez, la humanidad corrigió el tiempo pero nunca pudo ni supo corregirse a sí misma. 

En nuestras vidas, hay días luminosos que parecen bordados con hilos de oro, y hay otros tan oscuros, que uno desearía arrancarlos de nuestras historias. Sin embargo, el tiempo no admite tachaduras… o al menos eso creemos.

La humanidad, en su afán de corregir el rumbo, logró lo impensable: borrar diez días de su historia de un solo plumazo.

En 1582, el papa Gregorio XIII instauró el calendario gregoriano para enmendar el desajuste del calendario juliano, cuyo error acumulado amenazaba con descompasar la medida del tiempo con los ciclos celestes. Así, en un acto sin precedentes, el mundo despertó un 4 de octubre y, al anochecer, se encontró en el 15. Los días intermedios—del 5 al 14—nunca existieron, como si hubiesen sido tragados por el vacío.

 

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Este episodio, más allá de su explicación astronómica, nos ofrece una metáfora poderosa: a veces, para seguir adelante, es necesario soltar lastres, despojarnos de lo que ya no nos sirve. Como el calendario se reconfiguró para alinearse con el ritmo del cosmos, nosotros también debemos, en ocasiones, reajustar nuestra percepción del tiempo y nuestra historia personal.

Desde una mirada mística, podríamos pensar en esos diez días ausentes como un umbral invisible, un portal donde la existencia misma se reordenó. No fue una pérdida, sino una transición; no un vacío, sino un renacer. Quizás, en nuestra propia vida, hay momentos que necesitan desaparecer para que podamos avanzar con mayor claridad y propósito. No se trata de negar el pasado, sino de aprender a transformarlo en un nuevo comienzo.

La historia nos enseña que el tiempo no es solo una línea, sino un tejido en constante ajuste. A veces, el acto más sabio es permitir que ciertos días, ciertas memorias o ciertas cargas se desvanezcan, para así sintonizarnos con el compás de lo que realmente importa.

Sin embargo, si el tiempo puede ajustarse, ¿por qué no ajustamos también nuestra brújula moral? Hoy, el mundo entero parece vivir en un calendario desfasado, donde los valores que alguna vez fueron el norte han sido borrados con la misma facilidad con la que se eliminaron aquellos diez días de 1582. No por una decisión pontificia, sino por la erosión sistemática de principios que antes eran inquebrantables.

En el Perú, como en tantas otras partes del mundo, vemos cómo la mentira, la envidia, la corrupción y el egoísmo han dejado de ser escándalos para convertirse en moneda corriente.

Se habla de progreso, pero lo que avanza no es la ética, sino la descomposición.

La justicia se ajusta a conveniencia, la lealtad se compra y la dignidad se subasta al mejor postor. Como si, en un acto colectivo de amnesia, hubiésemos decidido borrar del calendario no diez días, sino toda una era de honor y decencia.

La paradoja es que, mientras la humanidad buscó enmendar un error en la medida del tiempo, hoy parece cómoda hundiéndose en el desajuste moral. Se relativiza la verdad, se ensalza la frivolidad y se rinde culto al poder sin escrúpulos. Y en este carnaval de cinismo, la sociedad camina con un desfase que no mide días, sino principios.

Si alguna vez se pensó que ajustar el calendario era un acto de armonización con el universo, ¿por qué no intentamos sincronizar también nuestra conciencia con aquello que hace que una sociedad no solo prospere, sino que tenga sentido?

No necesitamos borrar días, sino restaurar valores. Porque, de lo contrario, llegará un punto en que el tiempo avanzará, pero la humanidad se habrá quedado atrapada en su propio vacío.

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